Fue en La cena de los notables, ensayo de Constantino Bértolo que hoy es para mí libro de cabecera, donde leí por vez primera la expresión lector inocente, ya para entonces había dejado de serlo y me alegraba de ello, pero ahora, diez años después, no me alegra tanto que mi inocencia lectora haya quedado tan lejos, o quizá sí, quién sabe, escribamos, pues, para despejar la duda.
Recuerdo con nostalgia los días en que me tragaba todo lo que fuera distraído, recuerdo sin nostalgia los libros vanguardistas que me dejé, me espantaba todo lo que se saliera de lo normal, de lo vulgar, me molestaba que me sacaran de mi zona de confort, qué rabia me daba toparme con autores subversivos, y cómo los despreciaba.
No podía imaginar entonces que terminaría convirtiéndome en uno de ellos, ni siquiera escribía, había escrito, sí, empecé a escribir a los siete u ocho años, y publiqué mis primeras obras a los nueve, hablo de tiradas unitarias, hablo de un niño que fabricaba un solo libro, y componía la portada, con su año de edición y todo, y, la verdad, no sé si alguien me leyó.
De joven leía mucho, me quedaba leyendo hasta las tres o las cuatro de la madrugada, y al día siguiente me iba a trabajar llevando el sueño a rastras, no exagero si digo que a veces apoyaba la cabeza en la mesa del almacén y me quedaba dormido, y obviamente me pillaron en varias ocasiones, aunque no me despidieron porque, cuando estaba despierto, trabajaba mucho y bien.
Hoy leo menos, ¡y me dejo tantos-tantos libros en las primeras páginas!, es lo que pasa si te fijas en la sintaxis, en la precisión, en la coherencia, si buscas una voz, una atmósfera, la magia de los inspirados, hay tantos libros mediocres, hay tanta broza, a la mayoría de los libros le sobra una quinta parte.
Una palabra mal elegida me puede sacar de una historia, me he dejado libros por eso, por una palabra que no era la más adecuada, sobre todo si aparece en la primera página o en la segunda, vale, la tercera también cuenta, ya después es otra cosa y te puedes permitir ser indulgente, pero ya después, siempre, y siempre que el narrador sea interesante, siempre que te cuente como nadie te había contado, porque si te cuenta como todos cuentan, vaya cuento.
Busco una prosa con ritmo, ingeniosa, sutil, mágica, busco una prosa que baile, ay, esa prosa poética, musical, esa prosa que leída en voz alta se te pega al paladar y te hace salivar como los manjares de Jauja, ¿quién quiere historias?, lo que yo quiero es que me lo cuentes todo sin contarme nada, lo que yo quiero ―definitivamente― es sentir lo que tienes dentro sin que me lo muestres.
Foto: EYÜP BELEN (Pexels).