Las tardes que tardé en describir el amor

No soy de salir en fin de semana por mi colonia porque se llena de tanta gente y entonces el paseo más que placentero me resulta asfixiante; sin embargo, una que otra vez me arrimo a ver qué cosas nuevas me encuentro, pocas, pero a veces las hay.

Hace un par de sábados y, después de todas estas marchas, por un lado a favor de los matrimonios gays y por otro, del matrimonio “natural” y en contra de todo lo que suponga una amenaza a éste, un grupo de jóvenes de no sé qué institución se dio a la tarea de pedir a la gente de a pie que explicara brevísimamente qué es el amor, y pidieron que lo escribieran en una pizarra. Me quedé un buen rato observando cuáles eran las definiciones de este concepto.

Por la pizarra circulaban frases que llevaban palabras como respeto, perdón y una que otra cursilería sacada de alguna frase motivadora de las que están tan de moda en el Facebook.

Pese a quedarme atrás y alejada de todos, una de las muchachitas se acercó sonriente con la tiza en mano para pedir a la intrusa-observadora que escribiera sobre el amor. Mi respuesta fue contundente e inmediata: “no muchas gracias” y me marché a casa.

Me quedé pensando en lo que hubiera puesto en la pizarra. Un poema. Quizás. Una frase de alguna película. Tal vez.

Pasé varios días preguntándome qué hubiera puesto en la pizarra y que obviamente sea lo menos trillado y lejos de cualquier cursilería. Recurrí entonces a dos grandes que me invitaban a hablar del tema: Haneke y Lorca.

Para mí más que una tarea, ver una película de este director austriaco es un placer que puedo disfrutarlo sola o en compañía. Amour se titula el filme, un título que más que aclararme algo me confundía más.  La historia narra la vida de dos músicos jubilados que viven en París. La mujer a causa de una intervención desafortunada queda paralizada del lado izquierdo.

Amour sitúa la historia un espacio cerrado –su piso parisino–, los protagonistas son dos ancianos -lejos estamos de ese amor cargado de sexualidad y erotismo propios de la juventud.

Despojado, como siempre, de cualquier romanticismo, Haneke nos invita a ver el amor desde lo que, para él, verdaderamente es: la convivencia diaria con otro ser humano lleno de defectos y de dolores. Y más allá de cualquier versión hollywoodense no es un espacio en el que se respire perfección o emoción continua. Al contrario, la película se centra en la cotidianidad del amor.

El protagonista extraña a su pareja y no piensa en ninguna velada romántica, ni en su juventud llena de vida. Extraña el día a día, el verle tocar el piano, el encontrarla lavando platos. Y finalmente, con esa imagen se despide de ella: la recuerda por última vez lavando los platos, la observa y la deja ir. Porque el amor es eso, dejar ir.

Sin el afán de destruir el final para aquél que no haya visto la película, porque éste no es lo único importante (hay una serie de simbolismos, diálogos, escenas muy impactantes y vívidas) les digo que el protagonista mata a su mujer. Sí. Los defensores de la vida y demás grupos religiosos lo verán como un crimen. Haneke lo ve como un acto de amor. El hombre, una vez que mata a su mujer sale a su encuentro, a buscar la muerte para encontrarse con su amada como eran antes. Un final a lo Romeo y Julieta, ¿acaso se ha escrito mejor historia de amor?

Y Romeo y Julieta me llevaron a releer una de mis obras favoritas de Lorca: El Público. Una obra de teatro. Para mí, su obra mayor en este género.

Federico García Lorca invita al lector o al espectador –según sea el caso– a despojarse de sus creencias, a olvidar todo lo aprendido. Lo invita a sentir. Porque el amor no necesita explicación alguna, necesita ser vivido, sentido, sufrido, sangrado, herido, regocijado.

Más allá de otros temas igual de importantes pero que no serán analizados en este texto, El Público nos habla del amor. El amor verdadero más allá de cualquier limitación. El amor es. Por el amor existimos. No hay más. El amor se siente y carece de cualquier explicación.

En la obra, una compañía teatral intenta montar en escena Romeo y Julieta, sin embargo, se preguntan ¿quiénes son Romeo y Julieta? Romeo puede ser un ave y Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa. Pero nunca dejarán de ser Romeo y Julieta…

El amor no está regido por el género de una persona, por su sexo. El amor está regido únicamente por su propia ley: la de ser.

Reconozco que mi artículo puede llegar a ser un tanto simplón porque no ha pretendido hacer una revisión legal, filosófica, sociológica o antropológica de la palabra amor, simplemente ha querido mostrar lo que es más allá de cualquier definición.

Al amor no lo puede regular nadie, ni el Estado, ni la religión, ni la sociedad, ni nada. Es la única y verdadera fuerza que rige al mundo y no viene vestido de un género, ni de un ritual en específico, ni de un nombre.

Yo cierro con Lorca y con Shakeaspeare y a la vez con todos los hombres y mujeres de a pie que hemos sentido alguna vez el amor y les pregunto con palabras de Lorca lo que, creo, hasta ahora no somos capaces de responder: ¿es que Romeo y Julieta tienen que ser necesariamente un hombre y una mujer para que la escena del sepulcro se produzca de manera tan viva y desgarradora…?

Al final me quedo igual, sin poder describir el amor de manera breve pero lo puedo encontrar en la cotidianidad, en la carne vieja, en las arrugas, en las lágrimas, en las manías del otro, en sus imperfecciones. Y con eso, por lo menos yo, me doy por satisfecha. Y salgo otra vez al parque a encontrar el amor sin colores, ni sexo, ni forma, ni nombre.