Las Máscaras del Sexo

“We have the right to lie, but not about the heart of the matter.”
Antonin Artaud

Siempre es complicado acercarse a una figura literaria que está cargada de sexualidad tanto en su obra como en su vida personal, y es que es normal ignorar la línea que divide la imaginación de la autobiografía. Si, además, se trata de una figura femenina, es todavía más difícil acercarse a su obra sin juicios sobre su persona.

Pero Anaïs Nin es una escritora que ya en vida buscaba hablar abiertamente de la sexualidad, dar voz a lo femenino y ser reconocida sin que se le limitara como artista por haber elegido el camino erótico, todo esto con bastante éxito.

Es cierto que sus diarios son más reconocidos que el resto de su obra, pues siempre permanece el morbo de adentrarse en la vida íntima de algún famoso; sin embargo, Nin era una mentirosa reconocida que no podía huir de la poesía en las palabras por lo que aunque sabemos sus amoríos con figuras como Antonin Artaud o Henry Miller, es cierto que ella misma admite tener que reinterpretar o borrar por completo ciertos pasajes.

A pesar de la curiosidad por enlistar a sus amantes, su obra definitivamente tiene una profundidad más allá de la primera excitación de leerla. Delta of Venus es el mejor ejemplo de que Anaïs Nin sí trabajaba desde una visión específica del mundo y con la carga filosófica que implica.

Estos cuentos, en principio, estaban destinados al olvido, pues eran historias por encargo y las consideraba simples y hechas sin esfuerzo, pero ahí está justamente su genialidad.

Al permitirse escribir sin la presión editorial ni la autocensura, considerando que el pedido era escribir encuentros sexuales libres de recursos literarios, la mano y la mente de esta autora se independizaron y terminaron por revelar más de la sexualidad humana que aquellos que la estudian.

Casi como si se tratara de un trabajo de escritura automática, los mismos dedos que masturban saben seguir la silueta excitada de una buena historia. Los cuentos de esta recopilación abarcan la violación, el incesto, la tortura, el matrimonio, la virginidad, el engaño, la venganza y prácticamente cualquier sentimiento fugaz con el que se pueda justificar el sexo violento y la electricidad de un orgasmo bien logrado.

¿Qué excita a las personas?, ¿cómo puede uno imaginar ciertos placeres?, ¿hay que ocultar irremediablemente lo que nos causa regocijo? Anaïs Nin sabe que las respuestas se encuentran en las perversiones personales.

Miles de películas, novelas románticas y malos amantes han definido la sexualidad actual llena de posiciones tradicionales y oscuridad en la habitación. Entre las piernas de las mujeres existen unos labios que se abren exigentes; los hombres se buscan a sí mismos entre caricias que no sabían podrían excitarlos.

Entre el pensamiento y el acto hay mucha insatisfacción que de algún modo es usual, pues no cualquiera puede abrirse sexualmente ni encontrar una pareja que siga el juego; es por ello que las personas buscan placer en otros lugares.

El porno es simple, efectivo y definitivo, pero la literatura implica la liberación, así sea momentánea, del lector que hallará la imagen correcta y que depende enteramente de la forma en que el individuo se aproxime al sexo.

Cada encuentro, cada nueva pareja necesita su propia historia y su propia intimidad, aunque sea sólo por una noche, y en cada una de ellas buscamos algo personal y totalmente egoísta. Nin comprende el juego de poder en el sexo, las distintas máscaras que usamos para sobrellevar tal o cual acto a pesar de desear otro por completo.

La mayor contradicción del sexo es que puede existir un orgasmo satisfactorio, pero nunca el éxtasis absoluto de hacer justo lo que queremos. La mejor oportunidad de un encuentro sexual es justamente el encontrarse a uno mismo, a desenmascararnos del placer y las necesidades ajenas para hallar el gusto propio y exquisito.

Nacemos, crecemos y morimos solos, y el sexo es una de las mejores maneras de convivir con nuestra alma y nuestros pensamientos. La mejor manera de evitar la locura del juicio propio no es hacer lo que nos plazca, es saber lo que nos estimula.