Las buenas noticias

Nueve semanas (justas-justitas) se marchó de casa en 2016. Mis libros son mis hijos. Una vez que los publico, es como si se hubieran ido de casa. De golpe son adultos. Y se enfrentan a los lectores de la misma manera que los hijos de carne se enfrentan a la vida. 

«¿Cómo conseguiste un prólogo de Constantino Bértolo siendo un escritor desconocido?». Así comenzaba Manuel Moyano la presentación murciana de Nueve semanas (justas-justitas). Una pregunta obligada, supongo. Obviamente todo había empezado con Constantino, pero lo que interesaba era el cómo.

Regresemos a 2013. Llevaba quince años de rechazos editoriales cuando recibí el suyo. No escribía como ahora, aunque ya andaba empollando el huevo. Creo que él lo detectó, pues su rechazo me resultó esperanzador. En esos días seguía activamente el blog de Caballo de Troya y fue ahí donde comenzamos a dialogar.

El rechazó de Constantino propició un cruce de cartas breves. Y, en ese cruce de cartas, le envié una vacía de contenido, una carta que solo era, toda ella, asunto. En ese asunto le agradecía el trato recibido, el consejo («persevera»), y le decía que no hacía falta abrirla porque ese asunto era toda la carta. Recuerdo que me contestó algo así: «Una carta genial; si tuviera cien páginas, la publicaba».    

Esa carta (todo asunto) contenía paréntesis, corchetes, llaves y una pizca de ironía. Poco después comencé a escribir Nueve semanas sin saber lo que iba a pasar. La terminé en nueve semanas y se la envié. Pero el tiempo se acababa. Era su último otoño en la editorial Caballo de Troya.

Creo que desde el principio busqué el minimalismo, la quintaesencia, la originalidad, pero soy lento y Nueve semanas (justas-justitas) llegó después de cinco novelas y quince años. Sin embargo, la novela me salió sin pensar, sobre la marcha, sin esquemas de ningún tipo, como si me la hubiera dictado un buen demonio.

Aunque esta era la sexta novela que publicaba, también era la primera. Ahora me viene a la cabeza lo que Elvira Navarro me contestó cuando le pregunté por su debut literario: «Temía los juicios porque me importaba demasiado saber si había acertado o fracasado».

En esas estaba yo cuando la obra vio la luz. No tenía ni idea de lo que iban a sentir los lectores. Imposible olvidar la primera reseña. La escribió el responsable del Blog literario Ni un día sin libro. «Nueve semanas (justas-justitas), uno de esos libros en los que he disfrutado perdiéndome, deseando que sus páginas no se agotaran. Y detrás de todo, un escritor magnífico, PL Salvador, del que nos parece increíble que todavía no se hable de él».

Recuerdo perfectamente lo que sentí, lo que pensé. Que me había costado demasiado. Eso sentí. Eso pensé. He hecho una lista con las editoriales que rechazaron esta obra. Suman veinticuatro. Dejando al margen a Caballo de Troya, la única editorial que le prestó atención fue, como ya se sabe, Pez de Plata. Dejando al margen a Constantino, el único editor que se interesó por esta obra fue, como ya se sabe, Jorge Salvador. 

¿Dónde estaría hoy si él también hubiera rechazado mi novela? Nunca lo sabremos, pero muy posiblemente el prólogo de Constantino no existiría, y por supuesto yo no estaría escribiendo esta historia. Sí, amigos, el mercado editorial estaba y está podrido, publicar tanta basura te corrompe, y la mala noticia es que la cosa va a peor. En cuanto al cómo de Constantino, vino dado por la larga amistad que manteníamos en la distancia. Y la buena noticia es que la cosa va a mejor.