La tragicomedia tricolor: la lucha por una identidad

“Ninguna sociedad representaba otra cosa que un gran mercado. Hicieron énfasis en la democracia formal, pues asumieron los cambios legales como fin último de los procesos democratizadores”.

Carlos Salidas de Gortari.

 

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) ni cambiando sus colores, el nombre o las siglas, podrá recobrar la confianza de tantos millones de mexicanos que el pasado 1 de Julio sentenciaron a muerte política a ese partido que durante varias décadas se ha hecho del poder ejecutivo y legislativo.

Después de la jornada electoral, se supone que el PRI entraría a un proceso profundo de reflexión, que además de ser urgente era necesario para equilibrar los malestares al interior de la estructura priista, pero la reflexión no es solo para el PRI, sino también para aquellos partidos que, frente al Tsunami Obradorista quedaron como minorías o con el riesgo de desaparecer.

Lo verdaderamente lamentable de este proceso de reflexión es que la angustia, el miedo y las ganas por defender lo indefendible han llevado a la estructura interna del partido a fraccionarse más de lo que ya estaba y empezaron a corromper el origen de su ser; el sentir institucionalista. El sentir institucionalista que durante varias décadas atrás les dio lo que a ningún otro partido se le podría ofrecer, el poder.

El verdadero institucionalismo del PRI radicaba esencialmente en la lealtad, la jerarquía y el respeto entre los dirigentes y las normas. Todo eso unificó a un grupo enorme de personas que obtenían poder, poder para hacer y decidir, poder incluso para no hacer y no decidir, todo bajo las consignas más pobres y mezquinas que pueden repetirse de nuevo en escenarios similares; la hora que usted quiera, señor presidente; por el bien del partido; todo sea por el pueblo;

Para el PRI de hoy ya poco se rescata, ya no se habla de lealtad, de respeto ni de jerarquía a las normas y mucho menos a los dirigentes. Las fracciones al interior del partido provocaron la perdida irrevocable de su propia credibilidad y de ahí, tal vez de ahí, la necesidad de cambiar el nombre del partido, pero esa no es la respuesta.

El PRI no necesita cambiar el nombre o los colores, necesita cambiar dos cosas, por un lado a sus dirigentes y militantes, que no son otra cosa más que el mismo sistema de control corporativista que lejos de innovar sus mecanismos de obediencia y pacificación, provocan una identidad ambigua, trágica y sin sentido. Por otro lado, la apuesta por permanecer como ese partido jerárquico, de normas y lealtad y no como un partido que improvisa candidatos y cierra acuerdos entre risas y cafés.

Ocurre que, aunque el PRI ha intentado capacitar y profesionalizar a sus militantes mediantes sus escuelas de cuadros o cursos de capacitación legislativa, existe una ausencia de esos cuadros jóvenes y preparados en las dirigencias estatales o en los espacios reales de la toma de decisiones del partido, de ahí que sus cuadros también tengan la necesidad de negar a un viejo PRI y querer sacar lo viejo y apostar por lo nuevo.

La apuesta por remover cargos al interior del partido –o cualquiera que fuera- no es tan mala idea, es necesario que la nueva estructura que el PRI quiera presentar a los mexicanos sea de un nivel alto en el análisis, el debate, las propuestas y el conocimiento en materia de políticas públicas. Los pasados dirigentes nacionales del PRI dieron mucho de qué hablar con sus apelativos a los contrincantes y sus mímicas terribles que lejos de convencer, mentían.

La Presidente del PRI, Claudia Ruiz Massieu, tiene el reto de cerrar candados y filas a quienes intentaron desde dentro dañar la figurar institucional del PRI. Aunque el PRI decida modernizar su plataforma de partido para adaptarse al escenario político en donde los jóvenes también deciden, debe ponderar que incluso, esos que se dicen cansados de los mismos son quienes más buscan el proteccionismo jerárquico paternal y no, no es la percepción freudiana la que prevalece.

En el actual sentir de los militantes prevalece el respeto y la confianza por quien, para muchos debió ser el candidato del PRI a la Presidencia de la Republica: Miguel Ángel Osorio Chong. Pero, tal vez el partido no se equivocó al prever una inminente –por no decir aplastante y humillante- derrota por parte del partido opositor, MORENA.

Puede que el PRI haya previsto con antelación el conflicto de gobernabilidad al interior del Congreso de la Unión y, en un acto de salvación decidió colocar a un actor políticamente importante al interior del Senado de la República, con ello, si bien no rescataban la presidencia, por lo menos podrían tener presencia e identidad con un solo senador, aunque la realidad sea distinta, puesto que el PRI es una minoría rapaz pero, ¿no acaso estamos en el tiempo de escuchar y defender a quienes son minorías? .

Las transformaciones son costosas pero necesarias, las reflexiones ya no pueden hacerse a puerta cerrada, la apuesta es clara, ganar respeto, identidad y credibilidad, pero se requiere de perder poder, dirigentes y la soberbia. Finalmente, son las palabras del exdirigente del PRI, Ochoa Reza, quien sentenció para siempre esta elección presidencial cuando dijo que su partido competiría para ganar y detener la sombra de los que podrían hacerle daño a México.

 

Lo que empezó como tragedia para el PRI hace más de dos décadas, hoy está terminando como una comedia en donde los que propusieron dicen no proponer, en donde los que quisieron, ahora ya no, en donde el partido se convirtió en la cuna de aquellos que, por caprichos y berrinches lo entregan todo y al perder, cargan su futuro en los hombros de un solo senador.

A la guerrerense Claudia Ruiz Massieu Salinas, Presidente Interino del PRI, le queda el reto enorme de rescatar la soberanía y la institucionalidad de su partido, de lo contrario, es necesario preparar un funeral digno para un partido que, en su intento de preservar el poder, ciego de sus inquilinos e inocente de acciones, morirá a manos de quienes dicen ser, la respuesta a todos los males del país.

Debemos seguir pensando que nuestro país necesita una revolución, una revolución de conocimiento, en donde los mexicanos salgan con la información y el deseo de ser representados como únicas armas, que el único ganador en esta pugna por la democracia, sea nuestro país.