La segunda conquista

Escribo estas líneas desde las paradisíacas tierras de la península mexicana. Territorio formado y forjado por la naturaleza, el clima, la flora y la fauna local. Lleno de paisajes y un mar lleno de poder, belleza y un azul que nunca se acaba; al contrario se hace más y más profundo.

Al ver en la mañana el caribe, me pareció muy razonable el pensar de los Mayas, los habitantes originales, creyeran en sus dioses. Miniaturizado ante la majestad y el choque de la mar con la selva, en la belleza terrible del poder de la naturaleza. Me recuerda que solo soy un pequeño hombre. Me hacen pensar que la lógica, las matemáticas y la ciencia natural son reemplazadas por lo ético, lo estético y lo místico.

Los Mayas, ante la incomprensión de un huracán, de una tormenta, solo les quedaba la fe ante una salvación externa y divina. Un dios que fuera una catarsis ante sus dudas e inquietudes. Que expliqué, por qué el universo es indiferente ante su vida y su muerte.

El hombre es un animal que siempre ha sido caprichoso, irreal, que necesita una razón de existencia; es menester para su vida el saber los porqué. No podemos prosperar sin esos accesos esporádicos de confianza. Lo mismo pasaba con los Mayas, ante la duda de la respuesta, lo místico y lo divino aparecía; en este aspecto no son tan diferentes a nosotros.

Los Mayas entendieron y predijeron las estrellas, sus movimientos, sus salidas, su entradas. Más nunca en sus oráculos profetizaron su desaparición. Es como si el mismo Quetzalcóatl los hubiera devorado y nunca los hubiera regurgitado. De ellos solo nos quedaron: sus vestigios, sus construcciones, sus grabados, sus pinturas, un poco de toda su impresionante cultura. ¿Donde quedaron sus platicas, la de la gente común, la que era la polis?

Nuestras respuestas tal vez sean demasiado subjetivas, porque los vemos como nosotros queremos verlos. Nuestras concepciones no son las mismas que las de ellos. Sus misterios quedarán siempre como misterios, sin respuestas, no tenemos a quién preguntar.

Todo lo que conocemos es una interpretación, una lucha de metáforas por ver cual se ajusta más a la realidad. La tragedia de su desaparición es una más que se ha tornado a la eterna comedia de la existencia. Desaparecieron súbitamente; tenemos algunas teorías del por qué, pero no dejan de ser teorías, porque al final la verdad histórica nos parece inaccesible. Un misterio del cual no podemos romper el velo. Más allá de nuestra no podemos traspasar, una realidad que nos sumerge como el agua que no nos permite alzar la vista.

Sus descendientes nunca alcanzaron el esplendor pasado, solo unas sombras que se fueron recorriendo, un recuerdo grabado en la arena del tiempo. Apabullados ante la pretérito gloria, solo les quedo vivir; entre ruinas y memorias, entre las piedras y pirámides, entre el mar y la conquista. Imagínese, solo piénselo un minuto, la impresión de ver los navíos de madera, llenos de gente blanca y con vello. Ante su situación cayeron ante lo divino, ante la incomprensión, la religión. Cayeron ante la ignorancia, con un europeo también desconocedor y altivo de la comprensión de su universo. Y ante el choque, destrucción.

El extranjero se ha beneficiado hasta el día de hoy, se sigue bendiciendo de nuestra imaginación, de nuestra humillación. Las playas, el mar, la arena y el olor, son comprados por el de fuera. El mexicano; desconocido y un despechado de su propio sol. De su cultura, ahora sólo esclavos de un sueldo. De su pasado, solo un recamero más. De su territorio, solo alguien que pasa por aquí y por allá. Bailarines para su entretenimiento, cocineros de su mal apetito. Nuestra independencia, ¿dónde está? Estoy aquí pero no dejo de pensar, que ahora las armas son inútiles ante el poder del dinero.