La risa de los cínicos

¿Cómo cerramos el año en materia de cinismo? El paraíso de la comedia, la tierra de los cínicos encabezados por los políticos de este país, finaliza con un éxito rotundo.

Con estados quebrados como Veracruz, exgobernadores encarcelados, exgobernadores prófugos, exgobernadores siendo investigados; gobernadores que recién comienzan o comenzarán su mandato y que aprovechan cualquier oportunidad (plataforma mediática) para destilar su demagogia, prometiendo lo que todos: acabar con la corrupción (les sangra la boca), perseguir a los funcionarios de administraciones pasadas que desfalcaron al estado y demás palabrería que se les va ocurriendo en el momento, apelan a la fe de sus votantes, a esa creencia que se alimenta de la ignorancia y la esperanza que no muere por más que se le vapulea.

El cinismo está presente en todas partes, en todos ellos que participan en la puesta en escena. Todos saben muy bien qué hacer, cómo moverse en el escenario, cómo interpretar, los tiempos de los diálogos y los movimientos exagerados para que el público se estremezca y sientan muy dentro de sí mismos que sí, que todo puede estar mejor, que es mejor creer a no hacerlo -de esto se valen para continuar la obra-, porque la creencia no puede ser arrebatada, es lo único que queda para aferrarse.

Podrán quitarle todo al pueblo menos la fe, esa fe que sigue manteniendo lo establecido, a muchos haraganes que parasitan en el congreso y que siempre están buscando la forma de saquear al país (¿qué nuevo bono se inventaron este año? ¿Cuánto se embolsaron?).

Sin embargo, todo esto no es ninguna novedad, cada año es la misma historia al hacer el recuento de lo ocurrido en él. Sin embargo, lo verdaderamente importante, no es ya el cinismo que muestran los susodichos sino que ya no les basta con eso, ahora nos lo restriegan en la cara.

De alguna manera han ido adquiriendo una perversión lo bastante estimulante como para repetirlo una y otra vez. Es decir, sus actos de corrupción ya no se ocultan ni tampoco las verdaderas intenciones para obtener poder, por el contrario, las exhiben.
Se han quitado las máscaras porque se saben impunes.

¿Quién es aquél que se atreverá a detenernos? -se han de preguntar los intocables junto con la arrogancia que ésta conlleva mientras dan otro sorbo a su bebida.

Las manifestaciones de prepotencia han ido en aumento. No es raro, se creen los dueños no solo del país sino de todos, porque saben, que más allá de la exhibición pública por medio de las redes sociales que se pueda ejercer en contra de uno que otro de ellos, no habrá un castigo profundo.

Pero al hablar de todos no únicamente me refiero a los que somos comunes y corrientes, sino a los integrantes del propio estado; es decir, se han comenzado a morder entre ellos como nunca antes.

Es vergonzoso y atemorizante lo narrado por Anabel Hernández en su nuevo libro La verdadera noche de Iguala que, yéndonos del tema central de las desapariciones de los 43 normalistas de Ayotzinapa, queda al descubierto la ferocidad conque las policías de este país actúan (incluso en contra de sí mismas); porque los casos de tortura, amenazas y atrocidades -en ese caso- no se limitaron a los directamente involucrados o a los posibles sospechosos, sino prácticamente al que se acomodaba a los intereses del caso, del cierre de éste.

México es un país que tiene una herida por donde se le está escapando toda sus sociedad. El país se desangra de nosotros, se está quedando con los cánceres y el sinnúmero de enfermedades oportunistas que van minando su salud, ya desde hace mucho tiempo deteriorada.

Y aquellos cínicos lo saben, pero les causa gracia, les da muchísima risa sabernos moribundos, se carcajean en la cara de todos, se mueren de risa junto con muchos otros que, de manera indirecta, les sirven de comparsas.

Todo el país está llenándose de risotadas, pero no de las nuestras, sino las de ellos, los más estridentes: esos desvergonzados cínicos.