La revolución y la locura del poder

 

Una revolución si algo nos demuestra es que

 los nuevos amos siempre serán más feroces que sus antecesores.

Lacan

Recién pasó la conmemoración de la Revolución Mexicana, una fecha importante sin duda, pero que se ha convertido en una fiesta donde se olvidan los motivos por los cuales tal evento tuvo que desarrollarse.

En las escuelas se festeja en tono alegre, lo cual para nada puede criticarse, pero se olvida y se omite para los niños y jóvenes que la lucha de entonces sigue estando presente en muchos sentidos.

Si consideramos que en aquel entonces se luchaba por Tierra y Libertad como se gritaba, hoy varios sectores de la población tienen la misma proclama, no existen los espacios suficientes para desarrollarse y por otro lado, la libertad está en juego.

Sin embargo, para los inicios del siglo XX, México como otras naciones se encontraban sumidas en la locura de poder de los gobernantes; en el caso de nuestro país, se trataba de Porfirio Díaz, que entre la simulación de Orden y progreso, generaba un malestar social que devino en la lucha armada por todos conocida.

Como escribiera el mismo Richard Wagner en su célebre escrito Arte y revolución (1849), al respecto del deseo popular por destruir cierto tipo de gobiernos: que sea destruida la locura que confiere a uno potestad sobre millones, la locura que convierte a millones en vasallos de la voluntad de uno solo, la locura que aquí enseña: uno tiene el poder de hacer felices a los demás (p. 6).

Una locura donde no pude entenderse por más que se esfuerce, cómo es posible que tantas almas se mantengan bajo la voluntad de una imagen, o una idea, o una cara que dice menos de lo que calla.

Estamos pues ante el sin-sentido de la vida social, donde la razón sobra cuando la pasión, la emotividad se conjugan para construir mecanismos de gobierno donde unos pocos pueden hacer lo que quieran en función de la voluntad de millones.

La revolución adviene luego de que la locura se hace insostenible, después de que no pude mantenerse más el estrado que se construye para la imagen que han consentido en admitir como la dirección a seguir.

Entonces los pueblos se movilizan y la estructura que forman se viene abajo. Es una manera de percibir a la revolución, como un acontecimiento donde de lo que se trata es de moverse de lugar, no permanecer en el mismo sitio sosteniendo la locura de Uno.

Dicha locura discurre en la enfermedad, es enfermedad en sí misma. Algunos dirán que se trata de una enfermedad de poder, una especie de vicio por conseguir más y más poder.

Poder decidir por millones, poder hacer lo que se quiera con los recursos de una nación, poder hacer callar o desaparecer a los que resultan incómodos, al fin y al cabo como señala Páramo-Ortega (Notas marginales sobre poder y movimientos sociales, 2007:70), toda dominación se apoya en sus víctimas.

Y entre la simulación de una aparente vida de mayor calidad y de la aplicación de leyes más justas y transparentes, lo que encontramos es que el ejercicio desmedido de poder sigue estando presente, las victimas del poder lo mantienen; el mismo Páramo-Ortega (ibídem: 66), considera que ese diferencial de fuerzas tiene efectos nocivos entre las personas.

En otras palabras, la locura de poder, la enfermedad de poder aunque silenciosa, sigue presente. Lo vemos en ciertos partidos políticos, en los medios de comunicación, incluso en los hogares cuando las fuerzas de poder se ejercen sobre los más pequeños.

Ahora bien si como dicen muchos, una revolución ya no es posible en los tiempos actuales, ¿qué se puede hacer?, incluso cuando no es posible al menos cuestionarse para identificar la sumisión a la voluntad de Uno.

¿Cómo identificar los mecanismos de la locura de poder en la que se reviven tiempos arcaicos, cuando se está ensimismado a la imagen que le regresa la pantalla en la que se está mirando?

Al puro estilo de la serie británica Black Mirror (Creador: Charly Brooker, 2011-2017), lo que ubicamos son las nuevas y eficientes formas de gobernar al sujeto, de volverlo medio y objeto para el consumo, y por consiguiente y no menos fatal, impedir a toda costa su movilización.

Si como recuerda Ken Goffman (La contracultura a través de los tiempos, 2004), es gracias a las revoluciones contestatarias desde donde se forja la cultura, habría que cuestionar la situación actual que se respira.

Insistimos, las tecnologías, los medios de comunicación y la política actuales, son las fuentes de las fuerzas de poder ejercidas desde pocos hasta millones, fuerzas de poder que en palabras de Wagner, son locura, es decir, se han vuelto más feroces.

El sin-sentido, no radica en la locura de poder, eso tiene lógica, es más, siempre ha estado ahí, cobra sentido, en cambio el sin-sentido lo ubicamos en la falta de deseo por movilizarse por parte de los millones.