La quinta de Mahler

La quinta sinfonía de Mahler es quizás una de mis favoritas. En sus cinco movimientos construye una travesía en donde los metales forman una tormenta solemne, explosiva, que anuncia la tragedia próxima. El final es un estallido socarrón que termina en el umbral de lo telúrico. No por nada se utilizó en la banda sonora de la genial Muerte en Venecia de Luchino Viscontti. Por ello me parece relevante que sea el leitmotiv que surge entre los intersticios de Tár (2023), la película más reciente del director Todd Field.

Lidya Tár, una aclamada directora de orquesta, lleva una vida intelectualmente fructífera. Ha ganado multitud de premios, escribe, da entrevistas, compone. Está casada con la primer violín de la orquesta donde dirige junto a la que tiene una hija. Su problema es que bajo la sofisticación y la imagen exitosa se esconde una moral cuestionable. Sus acciones, siempre encaminadas a obtener un beneficio propio, terminan por afectar a quienes la rodean. Esto la lleva a un callejón sin salida en donde una especie de karma irónico la condena al ostracismo.

Cuando terminé de ver la película lo primero que me surgió fue una pregunta, ¿de verdad era necesario crear a un personaje que fuera una mujer blanca, lesbiana, en una relación homoparental?, ¿por qué hubo esta decisión creativa? No quisiera entrar ahora en esos vericuetos sociológicos, dejo la piedra y que alguien la tome en mi lugar.

A lo largo de la película, Tár se encuentra ensayando la quinta de Mahler. Se vuelve una obsesión porque representaría un logro en su carrera al ser la primera vez que una directora interpreta con una misma orquesta el total de las sinfonías del compositor austriaco. Se sabe que Mahler continuó corrigiendo la pieza hasta su muerte. Al igual que él, Tár busca la perfección y la voz propia, imprimir su inteligencia a la interpretación de la sinfonía.

A raíz de esto me surgió otra pregunta: ¿el genio creativo es siempre un ser atormentado? Existe en Hollywood la tendencia a presentar a los grandes artistas como personas que no son de este mundo, que viven entre fármacos o estimulantes. Nada más alejado de la común verdad. Claro que Cate Blanchett hace una actuación increíble, pero cabría revisar si la distancia entre Tár y, digamos, Doctor House en realidad es mayor que una Sinfonía y una charla chispeante sobre música. En otras palabras, cabría preguntarse hasta dónde termina el lugar común del genio atormentado y dónde empieza la construcción de un personaje con aristas aún inexploradas. La salva el magistral uso de las elipsis y de los signos que Todd Field consigue insertar. Sin ellos, otra historia estaríamos presenciando.

Post scriptum: esta columna fue escrita escuchando a Mahler, que incentive la aproximación a su obra.