La existencia no pasa de ser una insufrible monotonía sobre un escenario fabricado con el único objetivo de hacer el desfile suicida del tiempo soportable. Una mujer-con manos de mujer-pasa una tela hecha de nada sobre el cuerpo del condenado a existir y a luchar por hacer de su existencia algo memorable.
La desnudez humana, el lento ritmo narrativo de la vida, esos sueños forzados por algo que excusadamente llamamos destino se ven escritos con una sutil violencia sobre las páginas efímeras de Seda, la tinta negra del italiano Alessandro Baricco. Seda nos presenta la historia del hombre en busca de un hilo casi invisible, desnudo, desde un mundo llamado Lavilledieu.
No se le puede llamar a Seda novela y quizá no le corresponda otro calificativo más que el de ser una historia. Baricco aprovechó el desapego que sufre el personaje cuando se trata con microrrelatos; este se ve lanzado sobre el papel y se le baña con una prosa exquisita que lo obliga a andar junto con el narrador sobre una infinita red narrativa que abre tantas posibilidades tanto al personaje como al escritor.
Baricco seccionó su narración de tal forma que se asemejase a una hilera finita de joyas y así contar todo a un ritmo orgánico que desvelaba la condición humana. Con el uso de palabras suaves y abusando un poco del momentáneo asesinato de la musicalidad narrativa logró crear un efecto absorbente que se asemeja a un último impulso moratorio mientras se cae al vacío. Cada capítulo narra cuidadosamente los únicos momentos significativos para el hombre. Cada fragmento de esta historia parece un ferrotipo hecho por Chejov.
Hervé Joncour se llama el hombre que recorre la travesía que todos los hombres recorren a lo largo de su vida. Toda la historia de este hombre tan insignificante como cualquier otro adquiere su forma a base de aparentes sucesos aleatorios e inconexos, tan parecidos a los acontecimientos fuera del mundo de la imaginación.
Con el paso de los brevísimos capítulos que van armando el mosaico de Seda Hervé y los otros personajes forman un solo ser esférico que, envuelto por telas casi impalpable, representa la táctica existencia de cada hombre y mujer sobre este mundo. A Seda se le conoce a un ritmo erótico, como si se estuviese a punto de desnudar a un cuerpo hermoso sobre la cama dilatando tanto el proceso que parece que el tiempo se detiene a gusto.
Los capítulos de Seda son atemporales. El letargo que presenta la vívida narración no limita a la realidad desbordante del libro. Cuando Hervé parte en busca de lo que es la esperanza de Lavilledieu no hay ningún eco de heroísmo, es un hombre que hace lo que tiene que hacer para mantenerse con vida. Los tres meses de viaje que soportó Hervé desde Francia a Japón, tiempo que pudo haber estado colmado de aventura, fue reducido por Baricco a unos cuantos minutos en el metro:
“…. Cruzó la frontera cerca de Metz, atravesó Württemberg y Baviera, entró en Austria, llegó en tren a Viena y Budapest, para proseguir después a Kiev. Recorrió dos mil kilómetros de estepa rusa, superó los Urales, entró en Siberia, viajó durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal, al que la gente del lugar llamaba el demonio. Descendió por el curso del río Amur, bordeando la frontera china hasta el océano, y cuando llegó al océano se detuvo en el puerto de Sabirk durante once días, hasta que un barco de contrabandistas holandeses lo llevó a Cabo Teraya, en la costa oeste de Japón. “
Seda es la Odisea actual. Baricco representa el día a día del hombre moderno, que lleva una vida tan ínfima como los capítulos de Seda. La historia es épica, pero ni el narrador ni los personajes nos la cuentan con las debidas palabras cargadas de romanticismo y gallardía. Seda se narra con el ritmo de la voz humana de este tiempo, con el paso arrastrado por letargo, por la monotonía y por la guerra casi pérdida contra el suicidio.
En Seda se busca un tesoro invisible que descubre una vergonzosa desnudez. Hervé no expresa ninguna fascinación por sus viajes a través de un mundo hecho de una belleza expedita. Tampoco se desmiembra por la violenta sensualidad que lo acecha breve y sutilmente a lo largo de toda su historia.
Atreverse a darle más vida a un personaje como Hervé e interpretar más allá de lo mostrado en Seda sería un intento de justificar el por qué la existencia del hombre empieza a trazar el borde de su abismo. Alessandro Baricco trajo a escena al hombre actual, un ser casi olvidado por sí mismo. Hervé Joncour y cada uno de los personajes somos nosotros y Lavilledieu es el mundo moderno.