No comprendés que el mundo marcha adelante y que tú te empeñas en mantener esa ruina porque sí, porque te da la real gana, no te das cuenta que la gente quiere velocidad y eficiencia –decía. Que el mundo tiene que ir cada vez más rápido -decía.
Y cada una de esas palabras era un cuchillo.
Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas
Si bien es cierto que los mitos refieren a los orígenes de tal o cual cosa, a cierto héroe legendario o dios, también es cierto que un mito habla del pasado, de las raíces de un pueblo, de acontecimientos que marcan la existencia de una nación.
De acuerdo a Hans Georg Gadamer (Mito y razón, 1997), los mythos son discurso y notificación acerca de hechos pasados que explican determinados fenómenos naturales o sociales.
Y en tanto notificación del pasado, resulta una narración viable para entender el presente, un relato –casi siempre entretenido y emocionante-, que comunica al que escucha la historia que lo ha constituido.
A manera de notificación, el mito funciona porque avisa de los orígenes de tal o cual fenómeno natural, por ejemplo, pero también como se ha señalado, en relación a los fenómenos sociales.
Existen acontecimientos sociales que por sus características, su dramatismo o encuadre heroico, se establecen como míticos; tenemos el caso de las revoluciones y sus héroes.
Revoluciones que se enmarcan en muchos sentidos a la par de los grandes mitos de la antigüedad; entendido esto como el acontecimiento que marca o cambia el rumbo de un grupo de personas o de una nación entera.
Casi siempre con actos heroicos, dramáticos, con una exhibición extraordinaria por parte de los personajes que quedan grabados en la memoria de las personas, y que posteriormente son traídos al presente gracias a la transmisión ya sea oral o escrita.
Para ilustrar lo anterior, bastaría reconocer el legado de la llamada Independencia de México, el cual una vez contado, se vuelve mítico, donde los héroes de la patria se convierten en seres que van más allá de lo humano.
Lo que en esta ocasión deseamos comunicar es, a razón de nuestra temporalidad, la falta o incluso la pérdida del recurso cultural que se tiene con el relato mítico.
Tenemos que en la actualidad existen una serie impresionante de condiciones enajenantes que hacen a un lado la narración de los mitos: los medios masivos de comunicación, los dispositivos tecnológicos y en últimas fechas, los programas educativos.
En los programas educativos oficiales más recientes encontramos muy pocas referencias a los mitos de la antigüedad, se sabe además de la falta de reconocimiento a las raíces prehispánicas, las cuales casi han desaparecido de los libros de texto.
El problema estriba en lo que se ha señalado siempre: un pueblo que no reconoce su pasado está condenado a repetirlo.
Lo mismo podríamos pensar acerca de los mitos que poco o nada se valoran en el presente. Donde lo que escuchamos es un discurso cargado de actualidad, de una importancia replegada en exclusiva hacia los nuevos valores de la posmodernidad.
En otras palabras, el no continuar con la reproducción de los mitos nos conduce a un callejón sin salida donde lo que se obtiene tiene que ver con un desprendimiento del sujeto, una separación peligrosa de las raíces que lo han conformado.
Tal vez a partir de lo anterior, es que podamos entender la obsesiva necesidad de instalar en el hueco que deja el relato mítico a toda la serie de súper héroes que pululan en las pantallas.
Fenómeno que evidencia precisamente el tamaño del agujero que ha dejado la falta de la mitología en la sociedad posmoderna; si no tengo mitos –se dice el sujeto actual-, produzco fantasías.
Sin mytho no hay discurso, sin mytho no existe la notificación que dé cuenta del pasado que sustenta a un sujeto o a una nación.
Y entonces surge la suspensión del cuerpo, trátese de una persona o en su caso de un pueblo entero; sin raíz, sin relato a manera de explicación, surge el suspenso, eso es quedarse suspendido.
Así parecen ser las ciudades hoy en día, lugares suspendidos, que se hunden, no hay a donde aferrarse, no hay cuerdas de por medio, de ahí el suspenso en que se vive: no se sabe en qué momento vendrá uno a caerse.
Toda persona como todo pueblo tiene su origen, sus héroes, los que dieron su vida por ideales en los que creyeron, valdría mucho la pena investigar al respecto, reconocer de dónde se proviene, tal vez ahí se encuentre lo que tanto se busca en la vertiginosa vida del malestar.