La manoseada información y su condición esquizoide

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Hablar del hartazgo social que vemos día a día en este país es darse cuenta de que las cosas no solo están muy mal sino que están peor y que no se ve una salida próxima a los problemas.

Los medios de comunicación masivos se encargan de mostrarnos no solamente los hechos y las opiniones con relación a estos por parte de analistas, sino que, sin quererlo o desde el propio cinismo que ofrece lo comodino –por decir lo menos- muchos de ellos se enfocan a ser parte del gran circo que únicamente les sirve a los gobernantes.

¿Cuántas veces hemos visto entrevistas a personajes de la política –señalados por algún caso de corrupción o que cargan acusaciones graves, incluso por la misma Procuraduría- donde se percibe más una camaradería de años entre el entrevistador y el entrevistado? Y esto se nota en lo poco incisivos que se muestran al preguntar, al cuestionar sus respuestas que muchas veces son contestaciones trabajadas con anterioridad.

¿Cuántas de esas preguntas se revisan antes de la entrevista para aprobarlas por el entrevistado que se muestra, casi siempre seguro, en algún estudio de televisión o radio?

Si bien es cierto que los medios de comunicación solo están para informar, para ser un vínculo entre los gobernantes y la sociedad, y que dejan los juicios –la responsabilidad de la opinión- al escucha o lector, no se puede sino pensar o poner en duda si toda esa información que dejan para someterse a la opinión de todos, viene pura o vulgarizada, corrompida.

¿Cómo entender un hecho determinado si de origen la información está tergiversada a razón de intereses propios del medio o del afectado? Así, toda postura con relación a esto se vuelve una cuestión de fe. Ya no podemos tener objetividad con respecto a una situación determinada sino creencias.

Estamos bombardeados de noticias e información sobre un hecho como puede ser una investigación sobre el desfalco en tal o cual estado por parte de un gobernador y casi de inmediato viene el desmentido por parte del señalado, y parte del periodismo –con sus debidas excepciones- se muestra tranquilo, algunos pecando de ingenuidad; otros, lanzando alguno que otro gesto que se intuye más un recurso falso, un manejo de su volatilidad histriónica y a lo que sigue que será un caso similar, y entonces el día siguiente saldrá otro señalamiento y otro desmentido y otro señalamiento y otro desmentido y otro señalamiento y otro desmentido… la locura –sin mencionar las opiniones contrarias que tienen los propio analistas en medios que son tan variadas y tan distantes entre sí que no logran sino dejarnos igual, en el mismo punto de incertidumbre y que, otra vez, provocan la desesperanza.

Así el circo, así la pantomima, así los medios se vuelven una extensión más, un vehículo más de los cínicos que ya entendieron cómo utilizarlos a su favor, resguardándose bajo el ala del golpeado derecho de réplica.

II

De esta manera, se van enlazando los problemas en este sentido, porque el otro elemento a considerar es la velocidad de la información que se comunica a diario, vista desde fuera, parece lanzada por un esquizofrénico que nos quiere volver locos a todos.

Es como estar en un partido de tenis de mesa donde estamos demasiado ocupados viendo cómo la pelota cruza de un lado a otro, con apenas lapsos de quietud en los que reaccionamos a lo que acaba de ocurrir para inmediatamente después volver a ver que se mueve la pelota.

Una locura. Es esquizoide. Es un sinsentido. Los medios de comunicación están rebasados por la situación misma de la velocidad con la que tienen que publicar sus contenidos. Y el resultado es que empezamos a tener una gran cantidad de personas que solamente están reaccionando al golpe de la información que les llega, porque no hay tiempo para analizarla, pensarla, escudriñar en lo que hay detrás de cada nota: todo se vuelve una misma masa que denominamos y señalamos como corrupción o impunidad, por ejemplo.

Este país se cae a pedazos no solo por los hechos en sí, sino por su estala, la que recogen los medios y nos transmiten y que a su vez, nos dejan una sensación de vértigo, de no saber ya ni dónde estamos y cómo detenernos.

Nos tienen mareados (voluntaria o involuntariamente, queriendo o sin querer) con la inagotable información que no cesa, y que terminará por derrumbarnos si no se detiene y trata de focalizar de tal modo que pueda ser digerible.

Ya la risa no nos salvará, después de todo, la risa no es en sí un signo de diversión y de satisfacción, sino aquello con lo que se enmascara el miedo, el dolor, porque la función de la risa es crear distancia con lo que no conocemos o que crea incertidumbre o que nos incomoda.

Cuántos no se ríen nerviosamente ante una situación de riesgo, cuántos no se ríen con el fin de apaciguar los ánimos, cuántos no se ríen al ver cómo se desangra este país con los hechos bochornosos de personas prepotentes bautizadas como Lords o Ladys y que se vuelven símbolos de la podredumbre social, cuántos no se ríen con el fin hacerse locos y así escapar de esta realidad en la que estamos inmersos.

En esta fiesta llamada México estamos todos locos y nos siguen dando vueltas desde los medios de comunicación, y nosotros también nos damos vuelta porque el desmadre, y es que de alguna forma esperamos, en algún momento, atinarle a esa piñata que la mayoría queremos ver destruida para poner otra, una menos miserable, menos aborrecible, menos indolente, menos con sonrisa sardónica; es decir, más humana, menos malnacida.