Para mí, escribir y coescribir son dos cosas diferentes. He coescrito con diferentes personas pero solo con una disfruto haciéndolo. Y solo con ella he publicado. Esta autora se llama Mercedes de Miguel.
Todo empezó con un huevo. Mercedes lo puso y yo lo empollé. El resultado fue la novela De lobos (divergentes). Una obra ya agotada en papel que nos ha permitido sondear a nuestros lectores.
De lobos (divergentes) ha gustado siendo divergente. De eso se trataba. De hacer algo diferente que gustara a todo tipo de lectores. Como la novela pasó inadvertida, apenas tenemos declaraciones públicas. Pero sí privadas. Suficiente.
Mercedes me envió una obra sin terminar. Un borrador. No acababa de convencerle y me pidió opinión. Yo le dije que me apetecía empollar ese huevo a mi manera. Le envié tres páginas para que catase el guiso que pretendía hacer. Y aceptó.
Ahora estoy con el segundo huevo. Y estoy disfrutando más que la primera vez. Me siento más suelto. Más libre. Ya le he dicho a Mercedes que voy a hacer algo especial con su huevo. Y ha vuelto a aceptar mi propuesta.
¿Que qué siento cuando trepo por la historia de Mercedes? ¿Que por dónde empiezo? ¿Que qué hago exactamente? ¿Que cuánto tiempo tardo? ¿Que si no me da miedo? ¿Que por qué hacemos esto?
Lo primero que hago es leer el texto. Una primera lectura reflexiva. Luego dejo que pasen unos días. Mientras tanto voy pensando en la historia. Me la voy llevando a mi terreno. No tardo en saber qué me gusta y qué no.
El primer sentimiento es contradictorio. Me duele tocar la obra pero quiero tocarla. Cuando empiezo, no sé qué va a pasar. La misma historia me arrastra. Los personajes me convierten en su escribiente.
Ya estoy dentro. La historia es también mi historia. Las frases que me subyugan se abren ante mí. Una sola frase puede iniciar todo un capítulo. Una sola palabra puede cambiar el curso de la historia.
El argumento y los personajes no me pertenecen. Fueron creados por Mercedes, pero ahora ni siquiera le pertenecen a ella. Cuando entro en la historia, me encuentro con unos personajes adultos que gozan de libre albedrío.
Digo que estos personajes ya no son de Mercedes porque mi subjetividad ha modificado su carácter. Creo que los personajes ganan con la coescritura. Al menos con nuestra coescritura. Eso creo.
Tardé mucho en empollar el primer huevo. Este segundo, sin embargo, me ha costado menos. Será que he perdido el miedo. Si este segundo título gusta, seguiremos coescribiendo, pues escritura ya hay mucha.
Mercedes y yo no nos conocemos, nunca nos hemos visto, y mira todo lo que compartimos. Trepo por su imaginación, la completo a mi manera, intento ampliar su itinerario, mezclar su texto con el mío, sacar un pollo del huevo que ella puso.
La sensación es embriagante. Subyugante. Me pierdo en una historia ajena para encontrarme. Entro en las escenas, las vivo, lo que Mercedes escribió me sirve de trampolín literario. ¿Quién dijo que los personajes no tienen alma?
Siento todo tipo de magias mientras tecleo con furor.
Siento sus sentimientos, los sigo, me desligo.
Siento su historia, mi historia.
Nuestra historia.
Eso siento.
Y más.