La línea del frente (Aixa)

La línea del frente es una historia de perdedores. La pregunta, sin embargo, es la siguiente: ¿hay ganadores en esta sociedad nuestra de cada día? Decía Constantino Bértolo en el prólogo de Nueve semanas (justas-justitas): “…la vulgaridad que acaso ―quien este libre de vulgaridad que tire la primera piedra― como vulgo que también somos a todos nos constituye…”.

Vulgaridad. Derrota. O como empequeñecerse sin interrupción. En La línea del frente hay amargura. Hay dudas. Hay insatisfacción. Y la lucidez siempre es confusa. Si leemos para saber por qué leemos, esta novela aumenta la dimensión de la pregunta. ¿Quién quiere respuestas? Yo, como lector, lo que quiero son preguntas.

Aixa nos habla de prisiones. Las que buscamos. Las que nos imponen. Nos habla de intimidades. Las que buscamos. Las que nos imponen. Nos habla también de huidas. Las que buscamos y no encontramos. Aixa nos habla del individuo que no puede serlo en una sociedad que solo acepta cerebros lavados.

Si la Literatura debe ser paladeable. Si debe ser exquisita. Si debe ser un acontecimiento. Si debe ser presente y nunca futuro: si debe ser lo que estás leyendo y no lo que te queda por leer. Si la Literatura debe ser inquisitiva, incómoda y perturbadora, La línea del frente es Literatura.

“Esta noche he tenido una pesadilla. Jokin cumplía su condena y a la salida de la cárcel, lo esperaba otra mujer. Es mi esposa, decía. Actuaba con esa frialdad extraña con la que se actúa en los sueños. Como si todo fuera normal porque las reglas son otras. Y yo no paraba de llorar.”

El primer tercio de La línea del frente es magistral. Perfecto. Al segundo tercio le sobran algunas páginas. El tercer tercio recupera la perfección inicial. Quizá las páginas que en medio sobran, que no son muchas, son páginas-freno. Para que el lector pueda sentir con más intensidad el nudo que precede al desenlace.

Ahora, justo aquí, el microuniverso de Aixa (familia, amigos, editores) está pensando: “Con lo bien que le estaba quedando la crítica y mira, qué pena, ha tenido que macularla”. Y el que escribe, le recuerda que —en su última crítica— Vila-Matas salía peor parado, pues a Extraña forma de vida le sobraba una quinta parte mientras que a La línea del frente le sobra una décima, quince páginas de nada*.

“Todo el mundo esconde algo, algo terrible, o humillante, algo que no reconocerían ni ante una página en blanco. Todo el mundo menos yo, que no tengo secretos.”

La línea del frente investiga lo que nadie quiere investigar: nuestra identidad. ¿Quiénes somos? Probablemente nadie lo sabe y quien sabe que no lo sabe es quien más cerca está de saber quién es.

La línea del frente investiga los sentimientos. Asumiendo que no nos conocemos, ¿no sería más razonable dejarse llevar por el corazón? Asumiendo que nuestro intelecto está manipulado, ¿no sería más razonable pensar con el corazón?

“Voy a dejarlo por escrito para ver si así el discurso cala: Jokin no es un personaje. No habita en la caligrafía que adorna las paredes sino en la cárcel, desde hace más de un año. La prueba definitiva de que existe es el aliento que empaña el cristal cuando yo estoy del lado de los libres y él del lado de los presos. Hoy fue muy duro conmigo, pero tenía razón: me obstino en confundirlo. Lo confundo con Areilza; lo confundo con un objeto de estudio. Él me recibe con la cara destrozada y yo pienso en el arma de Chéjov. No es una broma; es un principio narrativo. Dicta que si al comienzo de una historia el narrador menciona un rifle, dicho rifle será disparado. Que la vida está llena de cabos sueltos, pero en la ficción sólo encajan las piezas que confluyen hacia un final necesario, inevitable. No puedo leer a Jokin como leo a un muerto. No puedo practicarle una autopsia narrativa. Lo repetiré en voz alta: Jokin no es un personaje.”

Aixa de la Cruz ha escrito una obra que roza la perfección.

 

*Me he propuesto ser sincero. De qué vale hacer crítica si no dices lo que piensas. Hace unos años me hubiera guardado el párrafo de las sobras en el ombligo. Hoy no. Hoy toca decirlo todo. Ya está todo muy corrompido y no quiero añadir ni un solo gramo más (de corrupción de ningún tipo).