La libertad y las plantas (parte 3)

Me gustaría regresar por un momento a la idea que apareció en la primera parte, para retomarla a partir de lo que escribí durante el último párrafo de la segunda: un rizoma selvático como una metáfora de ese cine que no hace concesiones.

Me agrada la idea porque me lleva a pensar en las películas de su tipo como una cuestión orgánica que debe atenderse bajo sus propios parámetros biológicos. Más allá de considerarlas como un alarde de técnica narrativa (hecho que se ha vuelto un mal común, una mala práxis, en muchos tipos de crítica cinematográfica, en especial la surgida en las redes sociales y en las plataformas de videos, y que lleva a algunos seudocríticos a confundir una buena historia con una buena película, hecho más que cuestionable), sería correcto pensarlas con otros términos, si no valorativos, al menos sí interpretativos y de análisis. 

Ante la coyuntura que encuentro entre narrativa y, por decir algo, creación libérrima, películas como las de Weerasethakul se encuentran más cercanas a lo segundo, aunque por momentos no abandonan lo primero. En este sentido, no son propiamente obras que comprendan un cine surrealista u onírico, puesto que implicarían una desconexión deliberada de la realidad y su secuencia lógica, cosa que en el director tailandés no ocurre. 

Aunque definir la filiación genérica a estas alturas sería, quizás, un trabajo infructuoso, el ejercicio resulta interesante cuando es necesario nombrar aquello que se intenta conocer. Así, a la fluctuación entre la mímesis lógica de los hechos en una narración y la busca libertaria de caminos novedosos en donde la metáfora visual y la posibilidad de romper con la ilación argumental sea posible la llamo rizoma con afán de nombrar una forma de hacer cine que rompe con la concepción, digamos, aristotélica. 

Imagino las exploraciones poéticas de Weerasethakul como una raíz que horada la tierra en busca de nutrientes para llevarlos hacia los tallos y las hojas visibles. Un ensayo surgido a partir de la integración de la cultura tailandesa, la transdisciplinariedad del artista y una especie de misticismo radical sobre la condición humana. 

Pos scriptum: Pausaré brevemente el desarrollo de “La libertad y las plantas” para comentar en las siguientes entregas de esta columna dos películas que me llamaron la atención. En cuanto lo haya hecho volveré para continuar con el resto de las películas de Weerasethakul.