Recientemente un grupo de personas, al enterarse acerca de la carrera que estudié, me preguntaron: ¿para qué sirve la Historia? Es una pregunta bastante típica, no por ello cientos de historiadores se han propuesto a responder esta misma pregunta desde su propia óptica. Sin embargo, aquellas personas no me preguntaron qué era lo que pensaban otros historiadores al respecto, ellos querían conocer cuál era mi propio pensamiento.
Después de un momento de reflexión la respuesta fue la siguiente: “La Historia no se trata de recordar fechas y acontecimientos; no se trata de un cumulo de relatos del pasado. La Historia sirve para interpretar y comprender mi presente a través del pasado; los problemas del presenten son analizados y criticados a la luz del pasado”.
El problema en nuestra actualidad es que la Historia es vista más como un simple relato, un cúmulo de información que no nos dice nada. Pero la Historia debe de enseñarnos a ser críticos y analíticos; debe motivarnos a cuestionar todo y a emprender una búsqueda insaciable de aquellas dudas que nos rodean.
Hace unos días el gobierno de la Ciudad de México retiró del Metro las placas conmemorativas de Gustavo Díaz Ordaz, esto durante las vísperas de los cincuenta años del movimiento y la masacre estudiantil de 1968. Tal acto resulta un atentado en contra de la Historia de nuestro país. Más allá de la placa, resulta un claro ejemplo de que, cuando el gobierno quiere, de un plumazo manda a cambiar la Historia.
La madures de un gobierno se ve en la medida en la que éste reconoce y reflexiona sobre su propia Historia; reconoce sus errores y, en lugar de eliminar o retirar el problema histórico, le hace frente y avanza hacia un mejor porvenir. Pero en nuestro caso preferimos quitar placas, excluir nombres y tratar de olvidar lo que ocurrió hace cincuenta años. Si olvidamos a Díaz Ordaz ¿tendrán algún sentido las marchas de cada 2 de octubre? Llegará un momento donde las próximas generaciones se preguntarán ¿para qué marchamos?
Resulta innegable que el México contemporáneo marcha sobres los cuerpos de cientos de hombres y mujeres quienes, desde la Revolución hasta nuestros días, no han dejado de luchar por un mejor futuro. Los jóvenes del 68 no fueron acusados de criminales; de estar apoyados por la Unión Soviética a fin de desestabilizar la vida del país. Pero el criminal y terrorista fue el Estado; el ejército acudió con sus armas mientras los cuerpos de aquellos jóvenes caían en las calles.
Retirar aquellas placas es sinónimo de querer olvidar. Pero las calles siguen manchadas de sangre; generación tras generación sigue gritando: ¡2 de octubre no se olvida! ¿Por qué el gobierno no toma el papel de decir, sí, fue error del Estado? Eso sería un verdadero avance para la sociedad.
Sin embargo, nuestro gobierno persiste en querer olvidar. Y la Historia permanecerá en pie de guerra contra el olvido; tiene que ser así, tiene que incomodar a aquellos que pretenden olvidar; a aquellos que quieren politizar la Historia para distorsionarla: negar lo que ocurrió.