Fotografías por Cristopher Rogel Blanquet
Nos pusimos en contacto a las 7:17 de la noche, hora de Gaziantep, Turquía. En México eran las 10 de la mañana.
Cristopher Rogel Blanquet es fotoperiodista de El Universal y se encuentra estacionado en esa ciudad turca ante la imposibilidad de entrar a Siria, cuya frontera se encuentra a una hora y media de camino, para poder documentar la situación que ahí se vive, un conflicto de la región árabe que, según afirma el colega mexicano, representa la segunda crisis humanitaria en el planeta.
En una síntesis elemental, el conflicto inició en la región hace seis años, en 2011, a consecuencia de una severa crisis económica provocada por la dependencia del petróleo y un generalizado hartazgo por las desiguales condiciones en torno a la repartición de la riqueza, a lo que se sumó la necesidad social de tener una mayor participación en las decisiones políticas de sus respectivos países.
Este movimiento se conoció en occidente como “la primavera árabe” y se refiere a la serie de manifestaciones en la región que condujeron a la caída de las dictaduras de Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto, así como un notable incremento de la violencia en Yemen y la guerra civil en Libia.
Turquía, explica, cuenta con 25 campos de refugiados, es el país con más refugiados en el mundo: en total hay 4.8 millones de refugiados en el planeta y solo Turquía alberga a 2.7 millones de ellos.
Así que continuó el plan y afinó detalles.
Hizo contactos desde México y logró pactar una entrevista con la representación de Médicos Sin Fronteras pensando que podría existir la posibilidad de unirse a ellos para poder ingresar a la zona de conflicto, pero grande fue su sorpresa al llegar y confirmar que ni siquiera dicha organización humanitaria puede ingresar a ese territorio y que se valen de la tecnología para apoyar vía remota a los hospitales independientes que aún están trabajando en la zona.
“El conflicto es fuerte. Aquí el gobierno está en estado de emergencia y eso quiere decir que pueden hacer lo que se les hinche su gana, pareciera que Gaziantep es una ciudad en forma con centros comerciales y todo, es una ciudad bien hecha, la diferencia es que para entrar a una plaza hay centros de seguridad como en el aeropuerto, tienes que dejar tu mochila, te revisan, si entra un coche también revisan que no haya bombas”.
Desde México también logró contactarse con el argentino Emiliano Limia, a quien pidió apoyo porque el colega habla turco. Además, para poder desempeñar su trabajo periodístico, tuvo que tramitar un permiso ante las autoridades turcas, quienes luego de casi una semana y las correspondientes verificaciones en México, le acreditaron como fotoperiodista en la zona entregándole un gafete cuya validez era de dos semanas.
“Me dieron una credencial que me acredita como prensa y permiso de ir al campo de refugiados en Nizip, que está al lado del Éufrates, pero los turcos no te dejan entrar así. Nos mandaron ahí porque es el mejor campo en donde hay todas las comodidades. Cuando entramos, el equipo de comunicación social nos enseñó solo lo que querían enseñar y cuando me trataba de desmarcar para hacer fotos no tan institucionales, me llamaban y decían que no, que anduviera con ellos. Solo estuvimos tres horas en el campo y nos sacaron.
“Después con ese permiso fui con Emiliano a Kilis, muy cerca de la frontera con Siria, donde hay otro campo de refugiados a ver si podía entrar, pero no. El gobierno a la prensa solo le enseña lo que quiere, no he podido ir a los campos de refugiados porque es inútil y no me dejan… hay una restricción de la información y solo te enseñan lo que quieren enseñarte”.
Recuerda que cuando empezó la desbandada de sirios hacia Europa se generó el llamado “pacto de la vergüenza”, que es cuando Turquía se compromete a recibir a todos los refugiados a cambio de que los demás países de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) le den dinero y evitar así que se fueran todos a Europa. “El problema es que sí recibe a los refugiados pero no atiende sus necesidades básicas. Otros sí son aceptados en otros países, pero son la “mano calificada”, por ejemplo, Alemania te acepta doctores o ingenieros, personas que de alguna forma sirvan al país. La gente humilde o que no reúne ciertas características se queda en Turquía”.
El problema, dice Cristopher, es que la Unión Europea, quien formó y firmó dicho pacto con Turquía, solo ha entregado 670 millones de euros de los más de 3 mil millones que originalmente se habrían de destinar en apoyo a los refugiados sirios y eso solo recrudece la situación de ese sector.
Además, hay otro factor: las drogas. Siria es zona de paso para el tráfico de enervantes y los grupos que controlan este mercado en la región se están enfrentando por el control del territorio.
El colega mexicano dirigió sus esfuerzos hacia las zonas más pobres de Gaziantep, donde ha platicado con un sin número de refugiados y ha encontrado coincidencias: “cuando estás aquí (en la región) te das cuenta de toda la desinformación que nosotros tenemos allá (en América). De todos los sirios con los que he platicado no hay ninguno que no culpe a al-Ásad (el presidente Bashar Háfez al-Ásad está a cargo del gobierno sirio desde el año 2000, cuando murió su padre, Háfez al-Ásad, quien ocupó el cargo durante 29 años).
Confirma que hay bombardeos rusos y de otros gobiernos, pero todos culpan a al-Ásad: “cuando se independizaron en Siria comenzaron las primeras manifestaciones pacíficas, pero por miedo a que pasara lo mismo que sucedió en otros Estados de la región, al-Ásad reprimió con el ejército y mató a un buen de gente y de ahí se desencadenó todo el conflicto”.
Otra coincidencia entre la gente con la que ha platicado es el hecho de que quieren regresar a su país, tienen esperanza, pero también conciencia de que esto no será posible en el corto o mediano plazo: primero tiene que terminar el conflicto y después se deben reconstruir las ciudades para ellos poder entrar.
“En Giazantep no pasa nada, no concibo como a menos de hora y media de aquí esté muriendo gente y aquí están como si no pasara nada…”.
La gente con la que ha hablado no está en campos de refugiados, donde hay escuelas y mezquitas. Son pobres, muy pobres, como en México, “la diferencia es que la gente pobre de otros lados nació ahí y ya depende de ellos si salen o no, pero aquí, muchos tienen una profesión, tenían casa, tenían trabajo, tenían todo y aquí están como arrimados y entonces prácticamente con lo que les dan con eso viven y eso es indignante porque ellos dicen cómo “por una guerra tenemos que estar sufriendo cosas que no teníamos”.
Allá, en la zona más pobre de Gaziantep conoció a Roshi, una pequeña de 10 años que vio cómo las bombas estallaban a un lado de su casa y le mostró fotos de sus familiares muertos bajo las ruinas de sus hogares. Eso lo vivió a los 6 años, a esa edad vio a su familia enterrada y por eso con otras personas se escaparon para Alepo.
También habló con Mehmet, un señor que en Siria tenía trabajo, tenía todo y que en Gaziantep vive con sus tres hijas y su esposa en un cuarto de 4×4 que construyó con sus propias manos y donde no cuenta ni con agua ni con energía eléctrica… sobreviven de la caridad porque la guerra les arrebató la vida.
Cristopher está a punto de regresar a México. En unos días abordará el vuelo de vuelta: “me he humanizado más, he podido hablar con personas que te cuentan su situación, que no pudieron elegir y son víctimas de un genocidio… cómo es que en esta época sigue habiendo tanta mierda entre la gente, entre los gobiernos que por un interés económico les vale madre matar personas y obviamente eso me ha hecho valorar más lo que tengo. Me voy con otros paradigmas a México. Me he hecho más prudente. Estar en un país donde no hablas el idioma te hace reflexionar, no es enchílame otra; sí estoy en una ciudad cómoda, estoy en un hotel, pero te sientes solo y lo único que tienes es la gente con la que hablas, quienes te platican sus historias…”.
La realidad es triste. Cristopher está en Turquía buscando documentar el conflicto y se entera minutos después de esta charla que “la suprema jefa”, como llamaba cariñosamente a su abuela, ha fallecido. Un abrazo solidario se hace llegar a través de las redes sociales.
Las historias que ha recopilado serán publicadas en El Universal y ahí detallará sus experiencias, como la que vivió con Eman, una mujer que está refugiada en Turquía con su hija y su nieta. “Las mujeres musulmanas no pueden tocar a los hombres, a extraños como yo, pero cuando me estaba platicando su historia le hice señas de que la quería abrazar y me abrazó y lloró: fue un encuentro complicado, fui solo. Ella hablaba árabe, su sobrina Jazmín sabía un poco de inglés. Mientras hablaba comenzó a llorar, sólo la abracé y me abrazó, para eso no hizo falta el idioma…”.