La familia (Sara Mesa)

Desconfíen del narrador, nos dice Constantino Bértolo, y leyendo a Sara Mesa me encuentro, después de cincuenta años, con el primer narrador espurio ―no recuerdo otro, aunque antes no leía con el detenimiento de ahora― de mi vida lectora.

«De todos los hermanos, el único con sentido del humor era Aquilino, el pequeño. Desvergonzado y audaz, Aqui no era fácil de derrotar. Por naturaleza optimista, tendía a observar la realidad con distancia, comprendía que todo era mucho más trivial e intranscendente de lo que creía el resto de su familia. Muchas veces no entendía a sus hermanos, tan temerosos siempre y agobiados por… ¿qué?».

La novela que nos ocupa está compuesta por catorce capítulos. El narrador es siempre omnisciente salvo en el primero y en el duodécimo. El primero se nos narra en segunda persona del singular, y para mí, más que el primer capítulo, es el capítulo cero. 

«Tenía un gran talento para el dibujo. Una vez, a los seis años, hizo una caricatura de un tirón, sin ni siquiera conocer el concepto de caricatura. Era un dibujo de Gandhi, al que le colocó un cuerpo de gamba. Totalmente reconocible ―la calva, la gafas redondas de metal y un asomo de sari sobre el hombro… de gamba―, la caricatura iba acompañada de un rótulo, unas torpes letras garabateadas con rotuladores de colores: GAMBI». 

Es en el duodécimo donde nuestra querida Sara se marca un tango literario con un narrador espurio que podría ser un guiño ―para el lector avispado―, un experimento ―para comprobar si alguien lo ve― o un error. 

«Se la enseñó a Padre satisfecho y él le cruzó la cara de un bofetón».

Descarto (o casi) el error porque al final del capítulo menciona a los cuatro hermanos, como diciendo, más fácil no te lo puedo poner, si no lo ves, no me ves, porque es obvio que desde el principio narra uno de los hijos «Lo que pasó, al parecer, fue que la señora confundió a Padre con otra persona» y sin embargo también aparecen después narrados en tercera persona.

«Era una muestra indiscutible de inteligencia: el juego de palabras, la finura del dibujo, la gracia instintiva. Sin embargo, recibió ese castigo».

Bien, Sara, bien, y además consigues lo imposible, utilizar refranes y tópicos con elegancia. Incluso sales victoriosa en el capítulo Aqui en siete fragmentos, que, aun oliendo a borrador, queda perfectamente encajado en la novela.

«―No te burles de este hombre ―le dijo Padre―. No voy a permitirlo».

Volviendo con el narrador espurio, podría ser, aparte de una sutileza, el hijo simbólico, la suma de los hijos, el hijo que todos somos, podría ser muchas cosas pero es, sobre todo, una pirueta literaria o un error afortunado, una de dos, y solo Sara lo sabe.

¿Que todavía no he dicho si el libro es bueno, malo o regular? De Sara he leído y reseñado Cara de panCuatro por cuatroMala letra y Un amor. Con este llevo cinco, y los cinco son excelentes.

Sara Mesa es mi oasis particular, siempre me salva cuando me adentro en un desierto literario, técnica perfecta, mirada natural, un sí sé qué subyugante, su literatura fluye con la espontaneidad de lo cotidiano, son historias que reflejan las manchas de una sociedad que va a la deriva.