La falta de contemplación

¿Hace cuánto que usted no mira las estrellas? ¿Hace cuánto que no se detiene frente a un lienzo a dejarse atrapar por su belleza? Es más, ¿hace cuánto que no dedica una tarde a leer un buen libro?

Si hace mucho que no lo hace seguramente tendrá fuertes justificaciones: el tiempo, el trabajo, la familia, etc., pero lo que es un hecho es que la cotidianidad del mundo actual poco deja para la contemplación.

Valdrá la pena preguntarse incluso si la contemplación de un atardecer, de la persona amada, son asuntos que competen de acuerdo al ritmo de vida que se lleva ahora.

Parece que no es importante en tanto la exigencia de funcionalidad y eficiencia que se desplaza por todos lados; no se pude perder el tiempo en cosas inútiles, en cosas del pasado, porque en efecto, la contemplación de la naturaleza y del arte son motivos antiguos.

¿Y no es eso de lo que tanto se aleja la vida actual? Lo viejo ya no sirve, es obsoleto.

Sin embargo, de acuerdo a lo que vemos todos los días en los periódicos, lo que escuchamos en la radio, o los que nos dedicamos a atender el sufrimiento humano, lo que se sabe es otra cosa.

Que la vida actual, ni eficiente mucho menos perfecta. El sufrimiento sigue presente, es más, en muchos casos se recrudece, se exacerba a raíz del alejamiento que sufre la persona hacia sí mismo mientras más se acerca a lo que exige la sociedad.

Las exigencias van desde un puesto de trabajo, hasta los aspectos materiales más insignificantes que consiguen apoderarse del deseo de la persona, un apoderamiento que se basa en gran medida en una especie de simulación.

Es decir, se simula que con lo que se obtiene se pude colmar el deseo del sujeto. A la vuelta de la esquina, en minutos, la persona sabe que no era eso lo que le faltaba, y lo sabe a partir de la sed que le sucede luego de la consecución del objeto precioso.

Lo que adviene después ya se conoce: sufrimiento. Un sufrimiento al que por cierto, Shopenhauer (El mundo como verdad y representación, 1988) le hacía frente con una propuesta por demás interesante: la contemplación de la belleza.

Además de la contemplación, Shopenhauer proponía la práctica de la misericordia y el ejercicio de la ascética, los cuales resumiremos diciendo que tienen que ver sin lugar a dudas con la relación que guarda la persona frente a otro semejante.

De acuerdo a este filosofo, la persona que práctica dichas experiencias de vida, estaría en la posición de resguardarse en mayor medida del sufrimiento, ya de por sí recurrente.

Y al evadirse de esa manera de la realidad logra conducirse en otro sentido, el cual a pesar de no llevar sello de garantía, consecuentemente arropa una verdad irremediable para el ser humano: el sentido de la voluntad.

Lo que señala Shopenhauer es que con un desarrollo de la voluntad la persona puede entonces por tanto, conducirse y hacer una representación frente al mundo en la cual se aleja del sufrimiento, y por otro lado, evadirse precisamente de los engaños o las simulaciones que se ofrecen para calmar o colmar la sed del deseo.

Lo que nosotros podríamos agregar a las ideas del filosofo es que ciertamente, cuando el sufrimiento es demasiado en una persona, muchas veces llega a creer que la calma se compra, y una vez que se trabaja como burro para alcanzar tal o cual cosa, viene el descalabro.

Vivimos en una sociedad que engaña y muchas veces condiciona a la persona a comprar para calmar el sufrimiento; deje de sufrir consumiendo drogas, autos de lujo, sacrificando su familia para llegar al puesto de arriba.

Lo que sabemos gracias al psicoanálisis y su propuesta clínica es que hace falta mucha contemplación del sujeto hacia sí mismo, hacia su manera de pensar, de ver las cosas.

Hace falta contemplación para escucharse cómo es que se toman decisiones, las cuales son la causa de tantas quejas y dolores.

Nos parece que la contemplación de la belleza, a la manera de Shopenhauer es algo que se práctica todos los días, mirando las estrellas, leyendo un libro, escribiendo la poesía, escuchando atentamente el color del atardecer.

El ser humano no es una máquina que pueda ser eficiente o perfecta, es en la misma contemplación que se deja ver su realidad, la de un ser imperfecto, con fallas, que necesita de la belleza para poder evadirse de una realidad que le tocó vivir.