La evocación necesaria

En los aniversarios de los acontecimientos cruciales en nuestra historia, se han puesto de moda la caída de Tenochtitlan y la consumación de la independencia de México, como pretexto para reinterpretar un pasado que no por común deja de dividir a sus intérpretes.

Ambos acontecimientos dividen tres épocas: mesoamericana, novohispana e independentista. Para las mentes simples, se trata de puertas cerradas que clausuran el ámbito intermedio; pasan de la época independentista a la mesoamericana ignorando los tres siglos novohispanos. Con los ojos cerrados exclaman: ¡qué lugar tan oscuro! Una minoría que profundiza los planteamientos encuentra aberturas por donde transitan de una a otra.

Y se habla de Nueva España como una colonia y un virreinato, por ejemplo, ignorando las diferencias entre ambos conceptos. Hay discusiones sobre el tema que no cabe resolver aquí. Vienen a cuento para mostrar que la simplificación empobrece los planteamientos y termina por ignorar lo que pretende conocer.

Pero se incurriría en la misma simplificación si solo se pensara en mentes simples y mentes complejas. Invitaciones como la del arqueólogo y antropólogo Eduardo Matos Moctezuma a aprovechar los aniversarios centenarios para acercarnos a nuestra historia pueden caer en suelo apto para el conocimiento o entre piedras; pero aun la tierra fértil requiere de agua, luz y calor para rendir frutos. Muchas veces el desconocimiento malogra vocaciones productivas, llevándolas a la condición del arenal, por donde el viento pasa ocioso.

Aun así, siempre cabe esperar algo bueno del acercamiento a nuestra historia, por más simple que resulte. De cualquier manera, el interés simple o compuesto en algo que ocurrió hace dos o cinco siglos y sigue teniendo consecuencias en el presente elimina la distancia temporal. Evocamos los hechos en el pleno sentido de la acción: de la memoria, de la imaginación y de la sensibilidad. Y lo remoto está junto a nosotros, tan vivo como la evocación hace que lo esté, palpitante y erguido como en aquel entonces. En las mentes simples debe suceder mucho menos, sin que la acción por triplicado deje de atentar contra la unidimensionalidad del evocador así rebasado por su acto. Pero tampoco las mentes insatisfechas con manejar más cosas con las que caben en sus manos mentales agotan la complejidad del hecho histórico actualizado.

Empezando por la inevitable lectura de las fuentes. En el caso de las fuentes primarias sobre la llegada de los europeos, un error muy común consiste en interpretarlas como si los documentos se hubieran escrito para lectores modernos, cuando estaban dirigidos a las minorías letradas de entonces. Además de los funcionarios de la Real Audiencia de Indias y las clases urbanas acomodadas, se hicieron para la corte y sin duda el rey, principal interesado en conocer sus dominios de ultramar.

Tanto autores como lectores de crónicas, relaciones y otros testimonios de la conquista leyeron y escribieron con la mirada de su época y del lugar donde respiraban, muy diferentes de los nuestros. Simple o compleja, la lectura de dichas fuentes implica un mínimo de incomprensión, una brecha por donde nuestra imaginación y sensibilidad agregan lo que falta de información registrada en los documentos.

Los documentos mismos tienen historias de supervivencia y regreso del olvido. Muchos reposan en archivos y bibliotecas, de donde han vuelto rescatados por esforzados investigadores, para enterarnos de algo que también está dirigido a nosotros. Debemos leerlos para saberlo.

La cuestión de sobrevivir se agrava con los documentos escritos por autores como Fernando de Alva Ixtlixóchitl (1568-1648), Domingo Francisco Chimalpahin Quauhtlehuanitzin (1579-1660) y otros indígenas cristianizados que pudieron y supieron aprovechar en su propio beneficio la condición de súbditos del rey, con obligaciones y derechos. Así lo habían permitido los monarcas del imperio hispánico para justificar su dominio y la explotación del suelo novohispano como algo bueno para los indígenas.

Pero la organización y las relaciones entre las clases sociales decidió despreciar todo lo que oliera a indio. La única manera de existir para la memoria histórica consistía en pagar con dinero. La mayoría de estos documentos engordan los expedientes de pleitos judiciales por motivos familiares o políticos, reclamos de tierras y aguas, como herencia o como jurisdicción civil o religiosa. Muchos utilizan la escritura europea en español, náhuatl o latín; pero también hay otros que recurren a la escritura pictográfica mesoamericana y también los que combinan ambas. Difícil simplificar tantos elementos sin deformar lo que expresan. Ni siquiera como comentario grato al paladar diletante.

En cuanto a las fuentes secundarias, hay aportes valiosos en ambas orillas del Atlántico, en otras lenguas y en varios continentes. De manera muy especial, destacan trabajos como el de Alfredo López Austin (1936-2021), imprescindible para enriquecer la evocación.

Si se sigue la moda, mentar un hecho bastará para olvidarlo; para que tenga sentido debe hacerse con avidez perpetua por vislumbrar una historia que llega hasta este mismo instante.