La ciudad en invierno (Elvira Navarro)

En febrero de 2016 leí La ciudad en invierno, ópera prima de Elvira Navarro, publicada por Caballo de Troya en 2007. La reseñé sobre la marcha, en cinco semanas, y Elvira me contestaba a una pregunta al final de cada capítulo.

La reseña está disponible en mi blog. Invierno. Así figura en el índice. Es la entrada más visitada. Yo la acabo de leer y me parece mediocre. Escribía de otra forma en aquellos tiempos. Pero como tiene tanto éxito, creo que vale la pena sacarle el jugo, extraer lo mejor y esmerilarlo.

La primera parte de La ciudad en invierno se titula Expiación y cuenta con tres protagonistas. Una niña y dos adultas. De repente, entre «unos veinte chalets estilo años setenta, modestos, que ascienden por la ladera de la montaña y que tienen todos un gran jardín reseco», me siento culpable.

Culpable cuando «las dos mujeres, satisfechas, se lanzan al pollo, que devoran en escasos minutos». Culpable cuando «también la niña traga todo lo rápido que puede, deseando por favor que la comida acabe cuanto antes». Culpable por ser parte de esta sociedad.

Expiación está escrita con compleja sencillez, en una tercera persona con vocación de primera, con unas tías demasiado familiares que dicen cosas como «me produces dolor», y una niña sensible que repite mentalmente «dolor, dolor, dolor, y con toda su alma rechaza esta palabra, negra y seca como una tarde de bochorno encerrada en la casa».

Dos tías. Una sobrina. Y «un ambiente tan afilado como un cuchillo». En el ecuador de esta escena es mentada la madre ausente: «Ya no soporto a la niña, Inés», y es en este punto donde con más claridad percibo el abandono, el desamparo de una niña puesta en manos de alguien que no la soporta. 

La segunda parte de La ciudad en invierno se titula Cabeza de huevo. No sabía, al iniciar esta pentalogía, que me iba a encontrar de nuevo con Clara. En la primera parte teníamos tres protagonistas. En esta segunda, también. Si antes fueron dos adultas y una niña, ahora nos encontramos con dos chicas adolescentes y un adulto.

Expiación me supo a introversión. Cabeza de huevo me sabe a acción. Expiación me supo a bomba de relojería. Cabeza de huevo me sabe a detonante. Si en Expiación los protagonistas pensaban, en Cabeza de huevo actúan. El mundo adulto armó la bomba y es de nuevo un adulto quien la hace estallar.

Entro en la tercera parte, la que da nombre al libro. La ciudad en invierno. Es la parte más larga y me encuentro con un nuevo triángulo. Clara y sus padres. La actitud de la madre ratifica la idea de que el pequeño demonio que Clara llevaba dentro ha sido alimentado a conciencia. 

En esta ciudad invernal todos somos víctimas. Todos fuimos niños. Todos estamos contaminados. Todos estamos solos. Todos sufrimos la inconsciencia de la niñez, la confusión de la adolescencia, las dudas del adulto. Es como si jugáramos al todos contra todos. Y todos perdemos.

Amor. Hemos llegado a la cuarta parte de La ciudad en invierno. El miedo, la confusión y un instinto que no atiende a razones. Un último triángulo con el ineluctable ángulo afilado. Clara. Su pretendiente. Y un adulto que vive más allá de los grandes bulevares, cerca de la autopista, «en una casa rodeada de un terreno yermo donde se apelotonan neumáticos, sillones desvencijados, piezas de coche y electrodomésticos devorados por el óxido».

En este viaje nos hemos encontrado con el miedo y con el asco pero también con el placer que estos pueden generar. Clara no sabe lo que quiere pero sí sabe lo que desea. O tal vez solo sabe lo que no desea. «Siente el miedo agarrado al pecho, y también ese prurito de placer que le viene nada más despedirse de sus compañeras y tomar la amplia avenida». Clara tiene «la certeza de acercarse a algo que le pertenece por completo. Algo oscuro, desconocido e inmenso», y «cuando decide volver a su casa, la noche se ha hecho ya enorme».

Me he tomado la libertad de sacar de contexto estos tres fragmentos. Espero que la autora lo apruebe. Acabaré confesando que esta Ciudad en invierno se me ha agarrado al pecho provocándome al mismo tiempo un prurito de placer, desde el principio y en todo momento he tenido la certeza de que me acercaba a algo oscuro, desconocido e inmenso, y cuando finalmente cierro el libro, entiendo que la noche se ha hecho ya enorme.

―Tu turno, Elvira.

―Muchas gracias de nuevo por tu lectura. Me sorprende releer esos fragmentos porque reconozco el sentimiento que los producía de una manera extraña, como si estuviera contemplando a un personaje y no a la que yo era (o a los personajes que mi yo de entonces generaba). Me apena, porque ya no soy capaz de sentir eso con tanta intensidad. Ha dejado de pertenecerme. Amor, el último de los relatos, fue en verdad el segundo en ejecución. De él brotaron Cabeza de huevo y La ciudad en invierno, es decir, los que en el libro ocupan la parte central, así como la poética del conjunto, que me cuesta definir con unas palabras distintas a la de los fragmentos que has seleccionado, y que apuntan hacia una oscuridad de la protagonista que al mismo tiempo se encarna en la ciudad, que funciona como metáfora.