Compré esta edición de Signo Editores por cinco euros. Aunque la traducción va justita, la novela tapa todos los defectos. La tilde mal puesta en Orleáns, por ejemplo, carece de importancia en esta ocasión.
«Bastaba con contemplar su cara un instante para comprender que era la madre del pequeño. Tenía los mismos ojos negrísimos de terciopelo, el mismo cabello sedoso de ébano…».
Leí esta historia cuando era un chaval y no me acordaba de casi nada. No sabía, pues, qué iba a encontrar el sesentón que ahora soy. Y he encontrado literatura en estado puro. La cabaña del tío Tom es una novela imprescindible.
«Sus mejillas oscuras se animaron con un poco de color, que se acentúo al ver los ojos del tratante, fijos en ella con indescriptible admiración. Su bata, limpísima, se ceñía a su cuerpo admirable, realzando la enorme belleza de aquella mujer».
Hay más modernidad en esta obra que en muchas que hoy se publican con todos los honores. Hay reflexión, guiños, humor, horror, y todo narrado con una destreza que ni siquiera una mala traducción consigue empañar.
«El tratante, gran conocedor de las mujeres, observó enseguida sus manos finas y sus pies pequeños con la gracia del arranque de sus tobillos».
Cuesta creer que todo aquello sucediera, cuesta creer que todo aquello siga sucediendo de alguna manera, cuesta creer y cuesta entender y por eso este libro es trascendental.
«―¿Qué hay, Elisa? ―preguntó su amo, al ver que la muchacha se detenía junto al umbral».
Me gusta la prosa de Harriet. Me gustan sus explicaciones. Me gusta cuando, sin previo aviso, se dirige al lector. Me gusta mucho lo que nos cuenta al final. De esta novela me gusta incluso lo que no me gusta.
«―¡Oh! Estaba buscando a Harry. Perdón, señor ―repuso la mujer, mientras el niño se lanzaba hacia su madre, mostrando el racimo, que había metido en su delantalillo».
La cabaña del tío Tom es, más que novela, testimonio. Los hechos ocurrieron. Las personas existieron. Y Harriet Beecher lo mezcla todo y después lo bate sin pestañear.
«―Bien. Llévatelo ―dijo el señor Shelby».
Hay una decisión que anonada a lo largo de toda la obra. Una decisión que será puesta a prueba en todos los aspectos imaginables. Una decisión (firmeza de carácter) que hoy escasea.
«Entonces la madre cogió al niño de la mano y ambos salieron de la estancia».
Quizá la Literatura es eso. Decir lo que nadie ha dicho. Decirlo como nadie lo ha dicho. Gritar si es necesario.
«¡Demonios! ―exclamó el tratante cuando la puerta se cerró, volviéndose hacia el dueño de la casa y con tono de inmensa admiración―. ¡Vaya una negrita más hermosa! Tiene usted ahí un tesoro, señor Shelby, si se decide a venderla en Orleáns algún día… Yo he visto pagar mucho dinero por negras que no eran ni la mitad de hermosas que…».