Dice Juan José Arreola que la única arma eficaz contra el topo es el agujero. Hacer de la debilidad un arma; promover el principio autodestructivo. Fomentarlo, inculcarlos y hasta promocionarlo.
Para qué pelear. Para qué empuñar un arma contra el enemigo y forcejear sin garantía de quién resultará vencedor del encuentro, si uno puede darle el arma al enemigo para que se sienta ayudado y protegido, con la ilusión de que puede defenderse. Ignorante, de su enemigo; ciego, como el topo, lanza puñaladas en la oscuridad a nadie, a sí mismo. Porque el topo nunca cava un agujero; se le ha enseñado que cave su tumba pensando que construye un hogar.
Es nuestra sociedad víctima de los dueños del poder. Los poderosos, agricultores de esta tierra que nos hacen creer muerta; el pueblo, plaga que no se erradica, se educa para sembrar los frutos que alimentarán la codicia de los poderosos.
Porque la literatura explica todo aquello que no somos capaces de entender por medio del diálogo, la palabra se esconde o soslaya lo que queremos decir. Pero el cuento no sabe mentir. Dice lo que callamos.
El topo, ese ser que carece de la cualidad humana, o inhumano aquel que ve a sus iguales como seres carentes de esa condición. Símbolo de la ceguera. Pero no cualquier ceguera, la opcional, de aquel que puede ver pero no quiere hacerlo.
Agricultores, no son ellos mismos, son su profesión, los que se dedican a sembrar, en este caso ideas, en esta tierra fértil que es la miseria para unos cuantos.
Los topos cortos de vista, los confunden con facilidad, la perdición se parece tanto a la salvación. La sensación de caída, a la del vuelo. Pero más bien los prefieren, dice el autor. El final es el fuego. El mexicano, descendiente del fracaso, de una tradición de la pérdida, de la carencia. Pues la doctrina nos ha enseñado que la culpa —¿Cuál culpa?— , no se limpia ni con el fuego eterno. En fila a una muerte espantosa. Como la comunión católica que encuentra el perdón en la muerte, los topos entre al hoyo abandonando toda esperanza al entrar ahí.
Desenlace vertical. La verticalidad, la ciudad: el edificio. Ese agujero que asciende a los cielos y confundimos con el progreso pero es nuestra propia destrucción., decadencia Tocar el cielo es perder los pies del piso. Creer que progresamos cuando es todo lo contrario.
Somos uno de los países con más vivienda abandonada. Por un lado millones de personas carecen de hogar y por otro sobran casas nuevas que han probado ser inservibles dice Teodoro Gonzales de León. Hemos construido nuestra propia ruina. El mexicano edifica todo aquello bajo lo que quedará sepultado. El ochenta y cinco en la metáfora encarnada de nuestra ruina. No hay un origen real pero la casualidad es real. El topo es concepto, símbolo y recurso, casualidad e idea.
Cerrar los ojos al mundo no lo desaparecen, pero en la oscuridad las cosas toman la forma de nuestros deseos. Contra la verticalidad de este mundo material que nos saca de nosotros, el pensamiento. El riguroso, el que busca penetrar la profundidad; no la del mundo, la de nosotros mismos, la de nuestro mundo. Ante la verticalidad la incisión horizontal del renglón. La palabra que se hunde en nuestra circunstancia, que es verdad y destino, y nos exhuma de nosotros mismos.