La obra clásica de Esquilo Las Euménides es quizá el ejemplo más famoso de antífrasis que tenemos del mundo antiguo. Es la denominación que se les da a las Erinias (mujeres adalides de la venganza) queriendo casi sublimar su terrible peso a través de la cualidad opuesta. Si yo tuviera que lanzar mi apuesta sobre la antífrasis moderna, sin duda sería ésta: El cambio climático.
Permítaseme aplicar esta introducción para hacer eco de una idea muy sencilla. En el caso específico del binomio ‘Euménides-Erinias’ esta retórica responde a un anclaje profundo de la cosmovisión de un pueblo; es indispensable entender que estamos muy lejos de captar las resonancias de los antiguos griegos respecto a lo que implica un nombre.
En otras palabras, lo que la antífrasis en Esquilo cumple es un mandato (el psicoanálisis tendría aquí un punto). Mandato, acaso, no tanto de negación y represión como de sublimación. Dicho mandato está hoy sujeto a una ristra de burbujas mediáticas que invisibilizan su impacto, muy a pesar de ser uno de los fenómenos más importantes que ha tenido que enfrentarse la humanidad desde su entrada en escena en el pleistoceno: el ecocidio.
Carezco de la lucidez para determinar algo así como el componente ideológico presente en la famosa antífrasis que da título a la obra de Esquilo. Sin embargo, armar una sintaxis y una retórica en torno a un tema (que ciertamente es complejo, pero que, a la vez, en su esencia no cabe mayor discusión) para cubrirlo al mismo tiempo, tiene mucho de ideológico hoy: por el contrario, la fórmula de una gran variedad de pensadores para evitar este sustrato ideológico está en nombrar este ecocidio como ‘Crisis climática’.
Razón no les falta, en absoluto se trata de un ‘cambio climático’, es otra cosa que, ciertamente, pueda exceder nuestras categorías de pensamiento. Lo que llama la atención es el armazón de discursos (partiendo de lo que aquí me atrevo a llamar como la antífrasis del siglo XXI por excelencia) para mantener unos beneficios bien sabidos y archiconocidos por todos. Desmenuzar estos elementos requiere otro espacio, y no obstante, he querido poner el dedo en la llaga a partir del nombre tan extendido y de fama casi mundial que tiene este fenómeno.
Hiperobjeto para Timothy Morton, agencia de lo planetario para William E. Connolly, marca indeleble del capitaloceno para muchos más; en cualquier caso todos coinciden en lo siguiente: la crisis climática es una muerte sin glamour, excesivamente lenta y vulgar, lejos de la programación apocalíptica tanto de los discursos religiosos como de su espejo deformado en el formato cine (hollywoodense). Como plantea Armen Avanessian: “La solución no es el catastrofismo, sino el anastrofismo (del griego anastrephein, «darse la vuela»). Una inversión del tiempo y un tiempo para el nuevo pensamiento”. Un mandato, finalmente, no de sublimación, sino de cambio de dirección, de inversión pura.