Resulta increíble lo que está pasando en nuestro infectado México.
De unas semanas para acá, las noticias a propósito de la pandemia protagonizada por el coronavirus SARS-CoV-2, responsable del padecimiento Covid-19, se han empezado a diversificar y ahora, además, tenemos que enterarnos cada día, todos los días, de agresiones y discriminación en contra de los profesionales del sector salud; de vivales que aprovechan la emergencia para engrosar sus bolsillos; de un montón de irresponsables que dicen “no creer” en el coronavirus y siguen haciendo su vida normal, y hasta de personajes de la vida política que no pierden oportunidad para tomarse la foto “preocupados”, “sensibilizados” y “empáticos” con los más desprotegidos, a quienes entregan todo tipo de enseres en bolsas, cajas y paquetes bien etiquetados con su nombre, en el mejor de los casos.
Tampoco faltan quienes arriesgan a toda una comunidad cuando, a sabiendas de ser portadores, con o sin síntomas, andan de aquí para allá como si nada sucediera, como también acontece con quienes han tomado la cuarentena como oportunidad para vacacionar y desplazarse con solaz alegría e indiferencia en diversos puntos de este mi amado México mágico.
Sin duda, lo que más indigna a este servidor, mis apreciables ocho lectores(as), es el hecho de que mientras hay lugares en otros puntos del planeta donde honran y reconocen la labor desarrollada por el personal de salud en contra de la enfermedad (a la cual sin duda se deben sumar otro tipo de profesionistas y trabajadores), acá les amenazan, les agreden, les intimidan y les violentan.
Pretextos para incurrir en ese tipo de actos les sobran, según sus propios argumentos. Ya les califiqué de irresponsables y ahora les agrego la etiqueta de ignorantes.
El problema sobre el COVID-19 es la facilidad para transmitirse de una persona infectada a otra a través de gotas de saliva que surgen al toser y estornudar, al tocar o estrechar la mano, o al tocar un objeto o superficie contaminada.
De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud y de la mexicanísima Secretaría de Salud federal, solo una de cada seis personas que se contagie con el virus enfrentará una situación de gravedad, ya que la mayoría se recupera sin tratamientos especiales, pero al detestable visitante no le importa la edad y puede ser mortal para cualquiera sin importar años, experiencia, raza, etnia, color de la piel, religión, estatura y demás menudencias.
Pero el riesgo más alto lo enfrentan las personas mayores y quienes padecen enfermedades como asma, diabetes y cardiopatías, además de fumadores, diabéticos y también quienes enfrentan problemas de sobrepeso.
Ese es el punto, el pequeño problemita debería preocuparnos a todos en serio.
Estimaciones de la Federación Mexicana de Diabetes indican que alrededor de 12 millones viven con esta enfermedad; el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias calcula el porcentaje de fumadores en el país en alrededor de 15 por ciento de la población total (algo así como 18 millones de personas si consideramos ser 125 millones de mexicanos); en esta gran Nación hay cerca de 13 millones de personas mayores de 60 años y, para rematar, sucede que poco más del 70 por ciento de la población enfrenta algún tipo de problema relacionado con obesidad y sobrepeso. Haga usted sus cálculos.
Esos datos son la razón del “quédate en casa” y de la “sana distancia”.
Lo señalé en la anterior entrega y reitero: no hay un sistema de salud capaz de ofrecer servicios médicos de calidad a una población si la mayoría enferma. Por eso es importante mantener la cuarentena, estar informados a través de los canales oficiales y evitar la propagación de rumores y falsas noticias.
Ese es el papel que toca desempeñar a quienes no estamos involucrados en el sector salud. Por eso las recomendaciones se repiten una y otra vez: conocer los síntomas (fiebre, cansancio, tos seca, también se pueden presentar dolores, congestión nasal, escurrimiento nasal, dolor de garganta o diarrea, pero lo grave es cuando hay dificultad para respirar); evitar tocar nariz, boca y ojos, que son los conductos favoritos del virus para entrar al organismo; lavar constantemente las manos con agua y jabón y, por supuesto, evitar los espacios concurridos para impedir la propagación del bicho indeseable ese.
Médicos, enfermeras, trabajadores de limpieza y todos aquellos involucrados en esta batalla, sin duda, merecen reconocimiento y respeto.
Los otros, los necios e irresponsables, sin duda tienen derechos, ojalá puedan seguir disfrutándolos mañana…