Intimidad

Tótem (2023), de la directora Lila Avilés, es una película que, desde una intimidad reveladora, construye la historia de una familia con un énfasis particular en la mirada infantil. Pero decir esto es no decir nada, porque la experiencia resultante de verla, más allá de los temas que evoca, me produjo una extraña mezcla de ternura e incomodidad.

A los pocos minutos de iniciada la película, me di cuenta, como espectador, que asistía a la resolución de una historia previa, de un largo camino que nos situaba momentos previos a la tormenta. Y de inmediato me reconocí como un intruso en la familia. La perspectiva que asume en casi todo momento la cámara es la de Sol, una niña que llega a la casa de su abuelo donde su padre lucha contra una enfermedad terminal. Ese día es el cumpleaños de este último y Sol presencia los preparativos y el desarrollo de una fiesta planeada por sus tías. Si bien, Sol es parte de esa familia, no vive con ellos, por lo que su llegada es también un arribo por parte del espectador que de repente se encuentra inmerso en el vaivén de los preparativos para la fiesta.

La mirada extraña, que a la vez reconoce los tópicos que atañen a todas las familias, se encuentra con una sensación voyerista, de asomo a la vivencia reconocible, pero de extrañeza ante la alteridad. Esta especie de dicotomía consigue que Tótem se vuelva una película con la que es difícil no encariñarse. No solo por la perspectiva de Sol, sino también por la composición de los escenarios. Los espacios llenos de objetos, plantas y personas generan una sensación de profundidad que redunda en beneficio de la historia. Conocemos a la familia no solo por lo que hacen, sino también por lo que les rodea y la forma que viven.

Cuando era niño, las fiestas me provocaban recelo porque me hacían sentir en un limbo entre la intimidad de quienes las organizaban y lo público de quienes asistían. La misma sensación misteriosa que aparece al visitar una casa por primera vez y, de repente, llega alguien con quien el anfitrión tiene familiaridad, pero nosotros no. Esa idea de estar observando una estampa que no nos corresponde y que, por eso mismo, ejerce una fascinación novedosa.

Así, Tótem se construye como una ventana a los adentros de una historia en que el dolor de la futura pérdida está presente como un recordatorio de la endeble felicidad.

Así, ante la mirada reveladora y la sensación que la acompaña, se aúna la estructura totémica, que con un pie en los insectos y con otro en los animales de compañía, se instaura en contraposición a la historia familiar. Me parece que en esta intersección entre lo simbólico y lo concreto es donde la película adquiere un sentido no anecdótico: se complejiza, preparando el discurrir para la escena final: una ruptura que deja helado a quien se encuentra frente a la pantalla.