Coyoacán nos recibía entre risas y bullicio para regalarnos caminos de piedra y nieves de sabores, sonrisas, experiencias, planes. Decenas de planes.
Habíamos regresado al encontrarnos. Juntos y distantes resolvimos como cierta la leyenda sobre el hilo rojo del destino y hasta justificamos tu indescriptible placer y amor por la danza; aprendí a reconocer el sonido de tus pasos aun sin necesidad de andar y también, por primera vez, disfruté estar atrapado en la tuya sonrisa de labios carnosos, la mirada calma… el sonido de tus “infinitamente”.
El Jardín Centenario y sus pasillos nos reconocieron, al igual que lo hicieron la parroquia de San Juan Bautista, la plaza Hidalgo y la Fuente de los coyotes. También la otra, la del nombre desconocido.
En algún momento nos olvidamos del nosotros y conversamos sobre no sé cuántas cosas en quién sabe cuánto tiempo. En alguna oportunidad dije algo relacionado a la profunda calma que puede llegar a proyectar un cuerpo de agua a sabiendas de un interior y una realidad en permanente movimiento (un algo así como “pareciera que no se mueve, pero siempre hay algo”, creo recordar que esas fueron mis palabras).
La reflexión resultó ser bastante provocadora porque empezaste a hablar de impresionismo y de Cezanne y Monet y Manet y quién sabe cuántos artistas más de nombres impronunciables para mi español básico.
Eras, eres, una mujer sabia; ¿yo?, un cínico por reconocer el enorme grado de ignorancia sobre el tema, aunque bastante curioso.
Caminamos hacia una de las plazuelas, de esas llenas de artes, y buscaste entre decenas de carteles, fotografías e imágenes impresas una en particular: “Mujer con sombrilla”. Es tu favorita, siempre lo ha sido. Subrayabas la sensación de movimiento, la textura en la vestimenta, el poderío manifiesto en la postura y convicción de ser por estar con la naturaleza, sobre ella, entre ella.
Hablabas de la viveza de los colores y sonreías al imaginar en todas las cosas que la mujer del cuadro podría estar pensando justo en el momento de ser plasmada por las maravillosas artes de Claude Monet. Por fin sabía el nombre completo.
“Me gusta”, “está bonito”.
Mis “reflexiones” a propósito del genio impresionista (ahora lo sé) fueron bastante básicas y decepcionantes. Mientras explicabas y hablabas y recordabas ese movimiento artístico del siglo XIX, revisé una vez más las imágenes y entonces me encontró, quizá yo lo encontré. Ahí estaba ¿un estanque?, ¿un lago?, ¿un río? “…y las esas plantas con sus flores de color sobre el agua…”.
- Nenúfares, cariño. Se llaman nenúfares…
Me platicaste que en algún momento de su vida, el artista se empecinó en replicar espejos de agua y, con todas las implicaciones que una tarea de esta magnitud puede traer consigo, gracias a esa necesidad creó un jardín y con ese jardín una serie compuesta de decenas de obras relacionadas con ese extraño pero hermoso ejemplar de vida.
La ignorancia y la vergüenza obligaron. Me vi en la necesidad de conocer un poco más sobre el tema para entender tu gusto por las artes (la danza y la pintura en especial). Lo conseguí de a poco.
De hecho recuerdo tener un libro y en este hay una entrevista al maestro sobre esa fijación. No tenía bien a bien presentes sus palabras, así que lo busqué y encontré para compartirlas en esta remembranza sobre ti:
Por su culpa no duermo. Por la noche estoy obsesionado con lo que estoy intentando realizar (…) A pesar de ello no quisiera morirme antes de haber dicho todo lo que tenía que decir o al menos haber intentado decirlo. Y mis días están contados. Mañana, quizás…
Después de casi tres décadas conservo aún en algún lugar la imagen de “Nenúfares” que me regalaste. Es una pintura creada en 1908 y el cuadro está justo al ingreso a la sala 2 de Monet experience and the impressionists, la que está en Plaza Fórum Buenavista.
Resultó virtualmente imposible evitarlo. Especialmente por culpa de Debussy y su “Claro de luna” inundando el lugar, más allá de la iluminación en la réplica del jardín en Giverny o la maravillosa composición visual de sus obras en la sala 3.
Es cierto. Las reacciones a estímulos auditivos podrían exacerbar la percepción sobre la realidad durante el recorrido, pero ¿qué importa?
Gracias a esta exposición multisensorial recordé que no me precio por saber sobre arte y mucho menos por mis conocimientos en torno a determinados movimientos, épocas y artistas, pero coincido con algunos: si una obra provoca una respuesta en el espectador, de alguna forma ha cumplido su misión.
En mi muy particular caso, Claude Monet lo consiguió.
Claude Monet, otra vez, me obligó a recordarte…
Twitter: @aldoalejandro