Huellas Evanescentes

Esta es una reflexión sobre lo que Jean–Luc Nancy llama el vestigio del arte, eso que ha resistido el devenir de la historia, lo que podría ser su esencia. El objetivo es, pues, comprender qué es aquello que sobrevivió a la ya pronunciada “muerte del arte”.

                     

La consumación y la muerte del arte

Es evidente de suyo que no podemos hablar de la “muerte del arte” ni tampoco de su “pasaje”, si antes no se ha hablado de su “nacimiento”, es decir: de su origen. Aquí, “origen significa… aquello a partir de donde y por lo que una cosa es lo que es y tal como es. Qué es y cómo es, es lo que llamamos su esencia. El origen de algo es la fuente de su esencia”.[i]

Así pues, la pregunta sobre el origen de la obra de arte, no es más que la pregunta por la esencia del arte. Podríamos decir que las obras de arte y los artistas se hacen las unas a los otros, y viceversa. Esto es, que si no hubiera un hombre dedicado a crear no habría una obra de arte; y si no hubiera esa obra de arte a aquél no le reconocerían como artista. No obstante, es claro que ambas partes responden a un mismo vértice: el arte.

Las obras de arte abren mundos. Cuando presenciamos una obra de arte somos impactados por una fuerza desconocida, y esto causa que se abra ante nosotros un mundo de posibilidades, de sentimientos y pensamientos antes desconocidos. Es una experiencia estética. La instalación de una obra de arte es un acto de consagración y glorificación del arte y de lo sagrado o, al menos, en algún momento lo fue. Hubo un tiempo en que los dioses, la humanidad entera, ­¡el cosmos! Estaba contenido en cada obra de arte.

Hoy es difícil afirmar lo anterior; puesto que hoy en día es difícil equiparar el mundo, nuestro mundo individualista y hostil, con la idea de “cosmos”. Razón por la cual, no nos sorprende que Hegel, y casi todo el Idealismo alemán, sostuviera que en la cultura griega el arte alcanzó su máximo esplendor. De acuerdo con él, el arte es bello porque es libre, porque es una obra del espíritu. Y en tanto que es una creación del espíritu, crea mundos.

El arte debe mostrar cabalmente la subjetividad y la divinidad empalmadas la una con la otra. Esta “empalmación” del espíritu y la obra de arte, es lo que posibilita que se reconozca al artista como un digno receptor de la divinidad. De esta manera, el llamado arte ideal es la perfecta adecuación de la forma con su contenido, era la consumación de lo universal y su determinación en su “realidad efectiva”.

Lo que se conoce como la “muerte del arte”, hace referencia a la irreversible separación que se ha dado entre el contenido y la forma desde el comienzo de la Modernidad. El arte de aquella época –como el de la nuestra–, ya no representa el ideal. En este sentido, el arte ha llegado a su fin, nace muerto. De ese arte consumado en la antigua Grecia nos queda –si acaso queda algo– una huella, un vestigio.

 

El vestigio del arte

El arte a lo largo de toda su historia se ha consumado y consumido en infinitas ocasiones y, en tanto que se consuma y se consume, el arte ha pasado por varios finales, por varias muertes. Si esto es así, el arte en cada uno de sus momentos es radicalmente distinto. De modo que, se podría afirmar que el arte es un nacer y morir interminable, una finalización infinita.

De acuerdo con Nancy, la definición del arte más extendida en nuestros tiempos es, precisamente, la hegeliana: “el arte es la presentación sensible de la Idea”. El arte, entonces, debe hacer visible lo invisible. Sin embargo, actualmente esto ya no es así. Y con todo le “pedimos entonces al artista [nihilista], de manera más o menos explícita, que recupere la Idea, el Bien, lo Verdadero, lo Bello”.[ii]

En el arte de nuestro tiempo, según el francés, se hace patente una “búsqueda, el deseo o la voluntad de sentido. Se quiere significar: el mundo y lo inmundo, la técnica y el silencio, el sujeto y su ausencia, el cuerpo, el espectáculo, la insignificancia o la pura voluntad de significar”.[iii] El problema es que el arte ya no es contenedor de idea alguna, si acaso es el resto de esa idea.

El resto es vestigio, afirma Nancy. La palabra vestigium quiere decir, “en pos de la huella”; porque esto es precisamente lo que le importa a Nancy: el paso, el pasaje, digamos, el rastro del arte. Aquello que se ha mantenido de pie con el devenir de la historia, lo más resistente, es el vestigio. Lo que Hegel proclamó como el fin del arte, no es más que “el fin del arte-imagen [y] el nacimiento del arte-vestigio”.

El vestigio es un pasaje, el devenir de una presencia. El arte vestigial muestra el pasar inagotable. Mas, ¿de quién es el paso, de dios, del espíritu, del artista? Quizá de todos. ¿Es el vestigio la esencia del arte?, ¿qué es el arte? Aún no lo tengo muy claro, pero siempre valdrá más la reflexión que una respuesta definitiva, que una verdad absoluta.

 

[i] Hiedegger, Martin, Caminos de Bosque, Trad. Helena Cortés y Arturo Leyte, Madrid, Alianza, 2012. p. 11. Se añadieron cursivas.

[ii] Nancy, Jean–Luc, Las Musas, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Amorrortu, 2008. pág. 123. Se agregaron corchetes.

[iii] Ibid., pág. 124.