Hidalgo escapa del museo

En estos días, la tradición decreta el retorno de los héroes que nos dieron patria. Maquillados y con pelucas nuevas, encuentran ingrata la vida del tercer milenio, sometida a tormentos inimaginables en sus rústicos tiempos, cuando una de las hazañas primordiales consistía en atreverse a imaginar la patria que pagaba con sangre su ingreso al concurso de las naciones libres, como entonces se decía.

Dos siglos después, resulta que la libertad, una estatua tan monumental como hueca, se aplica a las mercancías y no a las personas. Y la imaginación parece haber bajado la guardia frente a la miserable realidad. De buena gana los héroes volverían al mundo de los muertos.

Pero dioses y héroes viven por deseo de los mortales que no han agotado su tiempo. Desde luego renacen a condición de no malgastar ese aliento vital como cualquiera de nosotros, sino para repetir los episodios canónicos. Recordar lo excepcional que los hace superiores, según Carlyle, o modelos para hombres y mujeres comunes, de acuerdo con el imaginario de una igualdad más deseada que vivida.

Por eso la construcción de la imagen heroica adquiere proporciones importantes en los sitios donde sucedieron los hechos. El retorno anual de las fiestas de la Independencia reactiva mecanismos constructivos privilegiados en emplazamientos concretos: Guanajuato, Morelia, etcétera. Entre ellos, Aguascalientes tuvo el trasfondo de un episodio crucial, consecuencia de errores cometidos antes, que motivaron la destitución de Hidalgo como mando máximo del ejército insurgente.

La hacienda de San Blas de Pabellón, en el Pabellón de Hidalgo de hoy, constituye un eslabón primordial en la sucesión de acontecimientos que señalan la ruta de la Independencia. Ahí los personajes repiten su parlamento con heroica perseverancia. Encarnan la victoria de la facción militar sobre la civil en un conflicto interno de la insurgencia. Andando el tiempo, la voluntad política que cambió el nombre del lugar transfiguró la hacienda en museo, anclando el acontecimiento en una memoria oficial, ávida de verdades legitimadoras.

Pero las imágenes, principal vehículo cultural de nuestra época, tienen un valor más político que de verdad. Su manejo exige un trato estético, familiar para los autores de la Historia Patria, pródiga en artes y letras. Precisamente uno de los mecanismos constructivos de imágenes heroicas reactivados por las fiestas patrias se halla en el teatro.

El grupo Las delicias de la canalla, dirigido por Edgar Rizo, han representado Hidalgo en Aguascalientes durante dos años en el Museo de la Insurgencia. La obra, sustentada en una investigación documental de su autora, Lula Gámez, se inserta en el espacio consagrado como una parte del museo, historia actualizada. Y cumple una función de difusión de enorme importancia, tanto del acontecimiento histórico  que tuvo lugar ahí como del museo actual.

No obstante, la obra tiene valores por sí misma, además de su vínculo con un lugar prestigiado por la Historia. Después de dos  años en la escena histórica, Hidalgo escapó del museo para presentarse en Palacio municipal de la capital del estado,  sin costo para el público y con cinco funciones los días 13, 14 y 15 de septiembre, ampliando considerablemente su alcance en relación con el que tuvo recluida en la ex hacienda.

La fuga del padre de la patria, magníficamente representado por Fernando López, cuestiona la visión museística que reduce la memoria a un objeto o un acontecimiento. Y no por eso deja de invitar a conocer el sitio. Ni por presentarse en otro lugar pierde el valor de la verdad histórica. Al contrario, la calidad artística de la ficción escénica le otorga a la apariencia el valor de autenticidad que lo incorpora a la realidad del espectador como una parte de su vida. Claro, mientras dura la obra. Después, la verdad de la imagen resuena en la memoria.