Hay que pasar el tiempo

Twitter: @aldoalejandro

Del lugar que por el momento aún habito, hasta el sitio donde me pagan por hacer lo que me gusta, hay algo así como 12 kilómetros de distancia.

A falta de vehículo y por ocasional facilidad, me movilizo en transporte público y, por ello, una ruta cuyo recorrido podría cumplirse en un lapso no mayor a 20 minutos (siempre y cuando no haya alguna manifestación en desarrollo o en ciernes), se cumplimenta en algo así como una hora y 10 minutos.

Cada trayecto es una aventura, sin duda, y las historias en esos recorridos surgen aquí y allá porque, de alguna forma, hay que pasar el tiempo

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Cuando encontré a Marina, le calculé inicialmente unos 35 o 38 años. Se sentó frente a mí luego de agradecer al chofer de la colectiva por haberse detenido. Se quitó la gorra y movió la cabeza para liberar un poco la cabellera de color indescriptible y enmarcar con ella y su cubrebocas oscuro, un par de ojazos ¿azulados?, ¿verdosos?, ¿grisáceos?, de esos que no pasan desapercibidos

El calor está insoportable, comentó al otro único pasajero de esa 1 de la tarde de ese viernes en esa ciudad.

Sonreímos, supongo. Es difícil saberlo porque gracias a la pandemia nuestros gestos apenas son adivinados por el movimiento de los ojos o la forma que les da alguno de los 12 músculos usados para sonreír, por ejemplo. En fin.

El gafete que asomó por su chaleco le acreditaba como promotora de una conocida cadena de vinos y abarrotes. Al clima, se suma el esfuerzo, el ejercicio involuntario y la cantidad de peso en la mochila, supuse entonces. Razones tenía la mujer para haber vertido el comentario, sin duda.

Aquí es imposible saber cómo estará el día. Igual llueve al rato. Ya ve, en la madrugada estuvo haciendo mucho frío, comenté a la mujer. 

Asintió, murmuró algo para sí y luego extrajo una pequeña botella de plástico con gel antibacterial que no ofreció, sino obligó a usar al interlocutor quien, sorprendido, atendió la atenta y decidida sugerencia.

El vehículo se detiene. La puerta lateral se desliza y un hombre de unos 60 y tantos asciende con dos enormes bolsas llenas de mercancía y recaudo. Se sienta como a 10 centímetros de distancia y cuando intenta acomodar las cosas entre sus piernas, un pedazo de sandía cae y llega al piso sorprendiendo a los tres usuarios. 

La mujer se agacha. Recoge el fruto y no pudo evitar el gesto de desaprobación al confirmar que con el movimiento tocó el piso y el producto que seguramente había sido manipulado por quién sabe cuántas manos desde su sitio de origen hasta el suelo del transporte público en el que coincidieron

Pero está preparada. De su mochila saca un desinfectante en aerosol y rocía sus manos, las del hombre y hasta a la sandía le tocó. Empieza a explicar a todos la necesidad de cuidarnos, de protegernos y de estar atentos a pequeños descuidos porque ahí podría estar la diferencia entre la vida y la muerte.

Fue un comentario bastante exagerado de su parte, sin duda, pero sigo aterrorizado luego de caer en la cuenta. La mujer, Marina, tiene razón…  

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El hombre vuelve a casa. No lo desea, pero está acompañado por otros seres humanos que quizá también regresan a casa

No hay ya sitio para hacer el recorrido sentado, deberá mantenerse encorvado los próximos 35 minutos, tiempo suficiente para pensar en algo. Lo que sea.

En este espacio de unos 10 metros cúbicos en movimiento están los mejores ejemplos de lo que no se debe hacer en una pandemia, pero él no se da cuenta del hombre sentado junto a la ventanilla, el del cubrebocas con la nariz descubierta, y tampoco del niño que está aferrado al pasamanos con todo y que va recostado en los brazos de su padre.

Además hay un olor extraño y no, no es el del cigarro del chofer y tampoco el de lo que sea que esté comiendo la señora

Es como dulce con pollo rostizado y mantequilla. Já, la combinación es extraña, cierto, pero le resulta divertida, tanto que sonríe al recordar de la nada a su hermana, la más pequeña.

Ah. Por fin. La señora tiene una bolsa de plástico en tonalidades blancas y rojas que no distingue enseguida porque le distrajo la chica embarazada. ¿Cuántos meses tendrá? Al parecer viajan juntas, quién sabe

El olor proviene de esa parte del vehículo y los bultos de los demás no evidencian posibilidad alguna de que también lleven consigo un paquete familiar de quentoqui, de esos de los de por 30 pesos más le regalamos un refresco de tres litros. Je, je, je. Por eso huele como a mantequilla y azúcar derretidas. ¡Ah! Y pollito frito…     

Qué locura. ¡Wey, ya me pasé!