En esta obra, del semiólogo francés Roland Barthes, podemos encontrar, en primera instancia, la intertextualidad a través de las voces de distintos autores, v. gr. Proust, Nietzsche, Freud y otros; así como obras clásicas de la literatura, tal es el caso de “Las Desventuras del Joven Werther” de Goethe, la cual llena el discurso amoroso de un sentido de melancolía y va desenmarañando, paralelamente, las peculiaridades de este sentimiento subjetivo: el AMOR.
Aunado a esto, Barthes utiliza distintas figuras para definir algunos aspectos que él considera exclusivos del enamorado, aquel ser loco que espera una entrega absoluta. Conjuga experiencias propias y conversaciones con amistades, dando entrada a la dialogicidad en la mayor parte del texto y haciendo simbiosis con discursos analizados y mutables que van creando el suyo.
Toda esta evolución del amor que nos transgrede al hacerla consciente, invita a buscar nuestro propio concepto ¿Qué es lo que el amor implica? ¿A qué sofistería del amor pertenecemos? ¿Serán meras palabras anodinas, maculadas de supercherías, de promesas incumplidas, de insatisfacción constante, de fruslerías o será una bomba efímera de ilusión creada por todo lo que hemos escuchado desde niños?
Sin duda alguna, el descubrimiento de lo intrínseco del amor irá acompañado de todos los elementos extralingüísticos que se convertirán en “un delicatessen del alma hambrienta” del enamorado; en signos que requieren descifrarse.
En un inicio, hablando un poco de la evolución del discurso amoroso, se ve al ser amado como un todo, perfecto. Pero muchos se abstienen de dar rienda suelta a lo que empiezan a sentir. Como diría el filósofo esloveno, Slavoj Žižek, ya no se quiere la caída, el “Falling in love”. El miedo está presente. Sólo se opta por lo baladí y eso no es lo que vale la pena. Pero, los que se tiran al abismo del enamoramiento experimentan un mundo lleno de contradicciones, donde las palabras, el lenguaje en sus distintas vertientes y todo aquello que acontece alrededor del enamorado y el ser amado se convierte en un juego de roles cruciales.
Son esas contradicciones, en las que Barthes se sumerge, desglosando distintos conceptos que desarrolla en una progresión constante. Toma como tema central al amor, protagonista del discurso; se explaya, y nos aporta su perspectiva con cada subtema basándose en una mezcla de analogías. Nos permite identificarnos y situarnos en el mismo plano del lenguaje que sólo los enamorados aprehenden.
A su vez, cada fragmento y obra citada, puede crear una reminiscencia de algo similar. Alguna referencia que, con anterioridad, nos vuelve a la cabeza y nos vislumbra en lo relacionado a un discurso ya escuchado. Una canción, un poema, una carta, una frase, etc. Palabras que retienen el mismo concepto, idea o significado, y que paradójicamente, van cargadas con tintes polisémicos. Son discursos amorosos que forman parte de nuestras nociones sobre este sentimiento que es de difícil definición, inefable. Las percepciones y representaciones varían.
Así pues, encontramos alfabéticamente en el texto figuras como la connivencia, escena, indumentaria, locuela, monstruo, verdad, entre otras. Todas ellas, situadas en el plano discursivo del amor e influenciadas por el «kitsch», los estereotipos, las apariencias. “Vivimos en una fuerte levedad” (Barthes). Pero, por otra parte, tenemos a abundantes personajes que rescatan algo identificable que nos consuela (escritores, poetas, compositores, etc.); y que nos ofrece lo que nos hace sentir un poco más abiertos ante el devenir de la locuela, de la «jouska» (conversación hipotética que surge compulsivamente una y otra vez en nuestras mentes). A sobrevivir a los recuerdos tormentosos y poner en su lugar nuevas memorias. “Si no olvido moriré…” (Cerati). O tal vez a no andar con reticencias para decir las cosas.
Adquirimos el discurso de otros, lo adaptamos al nuestro, no lo apropiamos y nos alimentamos constantemente de ellos, ya sea de manera explícita o encubierta. Aunque también aprendemos que las palabras no son el único lenguaje. Y entonces, ampliamos nuestro conocimiento, para tener nociones de todo lo que implican los elementos extralingüísticos, no verbales (proxemia, lenguaje corporal, indumentaria), todo aquello que perciben nuestros sentidos. “El lenguaje es otra piel” (Barthes). Todo lo que usamos para acercarnos, tal vez, cuando no lo podemos hacer físicamente, pero que podemos llevar a cabo a través de un juego de palabras que seducen y que se arraigan al contexto del discurso del amor.
Para concluir, es menester mencionar las palabras del filósofo y crítico literario Mijaíl Bajtín que señala muy puntualmente: “el lenguaje no es un don divino, ni un regalo de la naturaleza, es el producto de la actividad humana, el resultado de la sociedad y el reflejo de sus manifestaciones; así rebasa el simple sistema de signos y se erige en la entidad cultural e histórica”. No solamente en lo concerniente al discurso amoroso, sino a cualquier tema que forma parte de nuestra realidad. Es la propiedad de nuestra inteligencia humana, dicen por ahí… crear caos y tinieblas en donde no existe sino lo incierto y desconocido, como el desventurado Werther.