Consiguió trabajo en la casa de un Don, un año atrás, se dedicaba a la limpieza y aunque su sueño no era limpiar casas, la paga era insólitamente justa como puntual y le traía cuenta.
En compañía de sus fantasmas personales en la casona se podía mover con libertad, sin embargo, había un lugar que no le gustaba frecuentar, un pasillo en el que habían colgados unos llamativos cuadros de regular tamaño e incomprensiblemente era este espacio el que más se le dificultaba limpiar, ¡solo Dios sabe cuánto! Acercarse allí la ponía nerviosa, subirse a la escalera para quitarles el polvo acumulado le hacía sudar las manos.
En una ocasión fue tanto el miedo que incluso se cayó del segundo peldaño de la escalera y fue a dar al suelo con todo su peso y la velocidad que pudo ganar. Nunca dijo nada del accidente y los moretones, a nadie le contó; solo los rostros de los cuadros aquellos la observaron sin ninguna expresión, salió corriendo al patio no fuera a ser que se salieran del dibujo y le hicieran algo. Al entrar de nuevo a la casa, serios y silenciosos, seguían allí.
Parecía incluso que, con los ojos la seguían cada que pasaba cerca. Se le subía y bajaba una cosa por la espalda de solo ver esas caras. No había monstruos en las imágenes, humanos nada más pero para ella eran seres demoníacos, digamos la descripción exacta de Belcebú hecha carne.
Cuando era niña allá en su natal Totonicapán, le contaron la historia de uno que estaba en esas fotos, la aldea anduvo enloquecida por años con esos detalles, había guerra y había personas que mataban y se dejaban morir por él y sus ideas.
Su abuela le dijo un día que: ese hombre barbado era malo y que hablaba raro porque era hijo del diablo, se vestía de gente, siempre usaba gorra porque tenía cachos como los toros y en el pantalón, se escondía una cola larga que le heredó a su papá. «Comunista» era una forma de llamarlo, parecía bueno pero no había que confundirse, todo lo que viniera de él era maldad. Tan sucio como el pecado, casi tan terrible como quien inventó ese rumor.
Aún recordaba cada palabra de la historia y ahora lo veía allí en la litografía de la pared, ¿qué significaría?, ¿por qué lo ponían junto con el Che (ese de los morrales de costal que venden en Xela)?, ¿acaso sería eso una secta?, el Don de la casa se miraba buena gente, sonriente, pero nunca se sabe, caras vemos mañas no sabemos se decía a sí misma.
Para ella, el tipo de la foto no era ni político ni abogado ni soldado ni siquiera presidente o revolucionario, su oscurantismo lo resumía a un simple tipo con cola.
Los cuadros esos nunca los dejaba limpios, en realidad, nunca los llegó a mover si quiera, no fuera a ser que se le convirtiera la mano en piedra ¿estaría pecando con mantener limpio eso? Quizá incluso debería contárselo al pastor…
No pudiendo más con el peso infame de la unión de miedo y pecado, llegó el día que ya no soportó la curiosidad y le preguntó al Don que: ¿Quién era el Che, pues? ¿Y quién era Fidel? ¿Es verdad que tiene cachos y en el pantalón lleva la cola? ¿Es el diablo? ¿Por qué no lo quieren?
La respuesta no fue sencilla y la plática resultó larga. Terminó hablando de historia, ideales, política, injusticia, su casa, su familia y su país. Como el agua entre los dedos se le escapó la tarde entera oyendo historias increíbles. Ese día la marcó y alguien sembró en su vasta realidad unas semillas de socialismo y amor.
La hora que se tarda diariamente en regresar a su cuarto de alquiler ese día la utilizó solo en repasar al demonio desmitificado aquel, en imaginarse aquellas guerras y saborear el socialismo de la isla que comenzaba a imaginar, ¡ay, si aquí fuera como allá!
La ignorancia es peligrosa y hace creer que pecamos cuando nos alejamos de dogmas. En el país de la prostituida primavera, aquél que la revolución un día tocó, alebrijes y ocultismos nacen, rebujos y embrujos crecen, cosmovisión convive entre analfabetismo, y el miedo se multiplica en el caldo de la impunidad y no muere.
Los hijos de la provincia, los que más necesitarían de un compañero Fidel que imparta leyes de equidad, imaginan al idealista con cachos y cola y se respira vasca y mansedad.
No, se dijo a sí misma, Fidel no tiene ni cachos ni cola.
Aunque ahora que no está ya el comandante, puede ser que sí haya tenido un tipo de cola, se ve clarita ahora formada por los millones de idealistas que le ven como maestro, los 130 mil médicos que van curando por el mundo, las vacunas contra cuatro tipos de cáncer, el paraíso internacional de la infancia que dejó, el ejemplo del sistema de salud, el mejor sistema educativo de América Latina, el altísimo índice de desarrollo humano. Quizá Fidel si tiene cola, la formamos quienes nos enamoramos de la inmarcesible idea de la Revolución.