Está subiendo la escalera nadie

Qué difícil tener tanto pensamiento y poco que decir. En estos días, cuando sentimos el abrupto peso del tiempo cambiante representado por las muertes de grandes íconos de aquella que pareciera la gran vieja época, los rostros ya cadáveres del Siglo XX (Cohen Castro la Democracia y demás), quisiéramos expresar nuestra opinión de la manera coherente y atinada, precisa, que al pensarlos nuestros pensamientos revelan. Pero qué difícil, caray, es decir certeramente aquello que quisiéramos: el mundo hace ruido, y nosotros vivimos de él. Por eso mejor no decimos nada y vemos cómo todo se va quemando lentamente hacia el florecer de otra cosa (o, para jugar al galicismo, “de una cosa otra” que es el nuevo mundo que quizás está llegando.)

Estos días entre la muerte de tantos y la gigantesca mancha de nosotros que quedamos vivos, me he encontrado leyendo ávidamente en unos pocos ratos libres a los poetas de Orígenes.

En los versos de Eliseo Diego, José Lezama Lima, Fina García Marruz y sus etcéteras, descubro una simpleza que (percibo) falta en las palabras de ahora: una poeticidad del espacio hueco, del fogón, de la inmensidad íntima bachelardiana que, siento, cala particularmente en este contexto donde todo se mueve.

La estética común que reúne a los Orígenes, en esa preocupación por acercar el carácter de la tradición poética con el de la vanguardia, deviene en una cercanía de la palabra con el “Ser” que, si bien, quizás para nosotros ya no existe, resulta una buena historia: un centro fantástico al que regresar cuando nos va la ausencia.

El mundo pesa con nosotros, amigos, porque nosotros somos los pequeños ejes en que se mueve la cognición, la penetrabilidad de los diversos rumbos que son “lo real.” Quizás una cuanta poesía nos pudiera ayudar a regresar a aquellos centros; no necesariamente la que aquí menciono, sino la que quienquiera escoja como la que más lleve al centro (sea vero o falso) del ser. El ser supuesto, arbitrario, que en cada uno de mis textos quiero recordar no significa y hacemos una y otra vez esfuerzos por crearlo.

Esta última suposición me lleva a considerar otra cosa: ¿por qué, además de la revista y las preocupaciones que los unen, consideramos a los miembros del grupo Orígenes como miembros de un “grupo”? Quizás no es solamente la necesidad de ponerle un nombre. Quizá el espíritu del tiempo. Quizás un ser como el que tanto ahora se propone, uno que define su centro entregado por muchos, existe detrás del nombre en que una serie de personas que anhelan cosas parecidas se juntan.

Este mundo pesa, de nuevo, pero pesa bien, y todos gravitamos hacia el mismo no-centro que es nada más lo que sabemos. Los dejo aquí con un poema de Eliseo:

 

No es más

por selva oscura…

 

Un poema no es más

que una conversación en la penumbra

del horno viejo, cuando ya

todos se han ido, y cruje

afuera el hondo bosque; un poema

 

no es más que unas palabras

que uno ha querido, y cambian

de sitio con el tiempo, y ya

no son más que una mancha,

una esperanza indecible;

 

un poema no es más

que la felicidad, que una conversación

en la penumbra, que todo

cuanto se ha ido, y ya

es silencio.

 

Habrá que conversar en la penumbra que nos queda, como ahora.