Escritor, militante y personaje

Varios estudiosos de la obra de José Revueltas coinciden en señalar la mezcla de ficción y realidad como un rasgo de su narrativa que permite identificarla como una forma de realismo, a la que el duranguense añade “dialéctico”. En “A propósito de Los muros de agua”, escrito en 1961, el escritor se refiere al realismo dialéctico como la aprehensión del lado dialéctico de la realidad. Ahí “los elementos contrarios se interpenetran y la acumulación cuantitativa se transforma cualitativamente”. La fórmula sintetiza el proceso por el que el escritor transforma la realidad histórica en realidad literaria. Cómo resuelve el problema de que la realidad a secas termina por resultar inverosímil, porque supera a la ficción. 

Hay una dolorosa continuidad entre la militancia política y el trabajo literario de Revueltas. En marzo de 1961, el escritor afirmaba que la novela mexicana no tenía otro camino que el realismo dialéctico. Algunos lo consideran precursor de Rulfo y de quienes lo sucedieron. Por lo pronto, el militante del Partido Comunista encontró cerrazón y rechazo de sus camaradas comunistas ante sus novelas, especialmente Los días terrenales (1949). La condena mayoritaria lo obligó a retirar la obra de la circulación y a declarar ante sus jueces que reconocía los pecados por los que se le acusaba. 

Los compañeros del partido no toleraban afirmaciones por el estilo del error como naturaleza humana, “pues dejará siempre sin cubrir la coincidencia máxima del concepto con lo concebido, de la idea con su objeto: reducir el error al grueso de un cabello constituye así, cuando mucho, la más alta victoria que puede obtener». Encontraban la novela demasiado “existencialista” y por tanto “decadente”. Y más porque muestra a los compañeros de partido con sus pasiones y sus fracasos. Le engordaba el caldo a la burguesía.

El militante repitió varias veces el ritual de regreso al redil, con la disciplina demandada por el estalinismo vigente. Pero el escritor hereje volvía a sus “desviaciones ideológicas”, para confusión del compungido militante, quien confesaba sus culpas cada vez menos convencido. Hasta que asumió su autonomía; paradójicamente, el realismo dialéctico pretendía unificar la militancia con lo literario. También influyó la formación religiosa en su familia.

Un recurso del escritor, no el único, aunque sí muy importante, consistió en aparecer como personaje en sus novelas. Muy secundario, pero con cualidades que lo acercan a ciertos protagonistas. Revueltas construyó personajes que entran en oposición entre sí, como exige su método. Al dogmático líder del partido, el intelectual cuestionador; ambos atravesados por debilidades y deseos que los ubican entre los hombres de su tiempo. Su actitud crítica lo identifica con el segundo tipo de personajes. 

Mientras en Los muros de agua (1941), que recrea las dos ocasiones que el escritor estuvo en las Islas Marías, hay presos políticos, en El luto humano (1943), Revueltas aparece entre los comunistas que participaron en la huelga del sistema de riego, quienes cayeron en las Islas Marías con la contribución de Adán. 

En Los días terrenales, Gregorio pregunta a Ventura por qué en el Centro Rosa Luxemburgo no había una sección juvenil, formada con las muchachas del pueblo. Responde que le pregunte a Jovita, quien desde su metate explica que “el compañero Revueltas” hizo la misma pregunta “cuando vino por aquí”, dos años antes. Y añade que las jóvenes ─tendría 30 años entonces─ deben estar con sus maridos, tener hijos y cuidarlos. En cambio, las más ancianas ya no servían para eso y “la única obligación que les queda es luchar por los derechos de la mujer” en el Centro. Seguramente le respondieron lo mismo. Y en Los errores (1964), Jacobo Ponce, alter ego de Revueltas, escribe “El hombre es un ser erróneo […]; un ser que nunca terminará por establecerse del todo en ninguna parte: aquí radica precisamente su condición revolucionaria y trágica, inapacible”.

En 1934, organizó una huelga de campesinos y lo deportaron a las Islas Marías. El escritor sabía que el movimiento de su obra debía coincidir con el movimiento interno de la realidad para aprehenderla de manera más precisa. Se trata de movimientos virtuales, imaginados, literarios, sometidos a las leyes del lenguaje. En cambio, la realidad carece de unidad de medida y sentido, fluye y está aquí de manera espantosamente cierta. El trabajo del escritor consiste en darle un orden a ese flujo vivo, un sentido a sus desgracias y pérdidas, a su condición de luto permanente.

Revueltas renueva la tradición aristotélica que atribuye una relación mimética entre el arte y la realidad. Solo que ahora la analogía se da entre dos modos de producir literatura y lo real, acompañada de rupturas. Del escritor, con las limitaciones de nuestra literatura; del militante, con “los moldes sociales que traban el desarrollo humano”. Del personaje, con las lecturas convencionales, en favor de una más libre.