Eros, el camino a la eternidad

Con todo lo desarrollado a lo largo de estas semanas, ahora nos es evidente que Platón –desde el Banquete– desarrolló su erótica siempre desde la perspectiva del amante –el que ama– y no, como sus interlocutores, desde la del amado –el que es amado.

Prueba de ello es que, mientras sus acompañantes entendían y argumentaban que eros era el mejor de todos los dioses, el más justo y valiente y benéfico para los hombres, esto es, un ser digno de recibir las alabanzas y el amor de todos los seres; Platón, por su parte, en ambos diálogos tomó una postura en la que se propuso, como apunta Diana Marcela Carranza en su ya citado artículo, Una aproximación a la doctrina del amor en Platón:

“Explicitar la relación de dicho objeto de amor con la belleza, afirmando que la principal manifestación de lo bueno es, justamente lo bello. Así, la belleza como representación tangible del bien, es lo que suscita el amor entre los hombres y conduce a la posesión eterna de éste. El bien, a su vez, se corresponde con aquella realidad trascendente a la que conduce la relación erótica”.

En una palabra: eros es la fuerza, el impulso, el deseo del Bien; la belleza –entendida como la creación en lo bello–, el sendero hacia la meta, que es su contemplación. De ahí que Platón dijera: “al apetito que […] domina ese estado de ánimo que tiende hacia lo recto, y es impulsado ciegamente hacia el goce de la belleza y, poderosamente es fortalecido por otros apetitos con él emparentados […] y llega a conseguir la victoria en este empeño, tomando el nombre de esa fuerza que le impulsa, se le llama Amor”. (Fedro, 238c )

 

Me es inevitable pensar, después de tan bellas reflexiones, en el hermosísimo poema de Sor Juana, Primero sueño, pues me parece que es un buen ejemplo de esa aspiración del alma por contemplar lo verdaderamente real. Incluso Sor Juana misma, por su vida y su obra, es la encarnación del verdadero amante platónico: ese ser que permanece en un estado maniático, que busca –como vimos en nuestro análisis del Banquete y del Fedro– por medio de la creación espiritual y de instruirse tanto en la filosofía como en la poesía, recobrar las alas perdidas con aras de volar-volver a ese cielo del que se ha caído.

 

Concluyo con estas hermosas palabras de Diana Marcela:

“Eros es un deseo de procreación en la belleza, ya sea en el cuerpo o en el alma. Este deseo de procreación es, a su vez, una chispa de inmortalidad en lo mortal, que solo puede saciarse en algo tan asociado a la divinidad como la belleza. De tal modo, la causa del amor y del deseo es el anhelo de inmortalidad a través de la creación. Y aunque el deseo de procreación es natural a toda especie, es propio de los hombres querer inmortalizarse no ya con un ser igual a sí mismos, sino con creaciones de su propio espíritu”.