“Si tantos le ayudaron a cometer sus crímenes fue porque les gustaba. No se elige a un loco. Se elige a alguien que atrae o al que se encuentra admirable”.
De esta manera se refería el periodista y escritor Timur Vermes, sobre Adolf Hitler y el revuelo generado en Alemania durante las elecciones políticas de 1933.
Recuerdo que a principios de marzo del 2013, Vermes presentó en Berlín su libro: “Er ist wider da” (Ha vuelto), el tono sarcástico, satírico, desenfadado, inmerso en un aura de humor negro, pero sobre todo repleto de critica social y de un notable bagaje de información histórica, lo convirtieron en un libro que al poco de salir a la venta logró de manera inmediata medio millón de ejemplares vendidos.
Vermes acentúa el desarrollo de su libro bajo ciertos tópicos y paradigmas de la incoherente, frívola, arribista, egoísta, desinteresada, intolerante, extremista y banal sociedad actual alemana.
De tal suerte, en el libro, Adolf Hitler despierta de manera inexplicable, misteriosa o fortuita en el jardín de un conjunto habitacional, en el Berlín del 2011. Tras adaptarse a los notables y obvios cambios estéticos, y político-fácticos que representa la transición del führer-Bunker y el Wolfsschanze al Berlín contemporáneo, son los medios masivos y las redes sociales las que hacen entender a Hitler que aún existen de manera intacta una multiplicidad de presupuestos fundamentales de racismo y extremismo, en el común imaginario alemán.
Después de pasar un par de días viviendo en un puesto de periódicos para ponerse al tanto de las noticias, Adolf es descubierto por un canal de televisión, en ese instante; de manera meteórica y estrepitosa, su arrogancia, su intolerancia, su racismo, su gusto por la discriminación y su deseo enfermo de imposición lo convierten en una estrella de la televisión que lejos de molestar a las audiencias, en realidad; las atrae, les fascina, las cautiva, las deslumbra y enamora con su retórica, las seduce y tienta con su elocuencia, les es compatible y empático, les excita con sus discursos de incitación cínica a la violencia.
Adolf es el reflejo reprimido de su intolerancia por el otro que no posee posición ni situación de igualdad, paridad, semejanza e identidad.
Vermes mencionaba por aquel entonces, en toda entrevista relacionada con la publicación de su libro: “Se dice a menudo que si volviese un nuevo Hitler sería fácil pararle los pies. He intentado mostrar, por el contrario, que incluso hoy Hitler tendría una posibilidad de triunfar, solo que de otra manera”.
Y desde luego 83 años después de Hitler, existen múltiples maneras y ejemplos para mostrar cómo los discursos de odio siguen cautivando a las masas; basta con echar un vistazo a los resultados de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de America el pasado 8 de noviembre.
El lugar que ocupaba Joseph Goebbels como ministro de propaganda en el partido Nazi, esta vez lo cubrieron: Corey Lewandowski, Paul Manafort y Stephen Bannon como jefes de campaña de Donald Trump.
La propaganda mediática y falta de contenido siempre estuvo dirigida a los sectores del electorado con tendencias políticas más radicales y de menor o bajo perfil educativo .
7 de cada 10 votantes blancos sin grado universitario y 6 de cada 10 mujeres blancas sin grado universitario, de filiación religiosa cristiana o evangélica en su mayoría, que además consideran que los extranjeros les robaron el trabajo y que apoyan las políticas de deportación de migrantes y la segregación de todo tipo de minorías, que acumulan cantidades ridículas de armas de alto calibre para cazar indocumentados, fue precisamente este el sector electoral que le cedió la presidencia a Donald Trump,
Los discursos de incitación cínica a la violencia son los ganadores de la elección presidencial en los Estados Unidos.
“No me pueden borrar, sigo siendo una parte de ustedes (…) hay material con que trabajar”; así piensa el Hitler de Vermes, mientras se pasea por las calles de Berlín en un lujoso auto negro, entre los aplausos y saludos de la gente, regodeándose como toda una celebridad.