Entrevista con la poeta mexicana Malva Flores

Conversación con Malva Flores sobre poesía

y su libro La culpa es por cantar

¿Qué te motivó a escribir La culpa es por cantar?

Tenía la necesidad de escribir una respuesta personal a un problema que había planteado en un libro anterior, El ocaso de los poetas intelectuales, que fue una investigación alrededor de la generación de poetas anterior a la mía. Si, en su mayoría, aquellos poetas abandonaron su papel crítico en la plaza pública, ¿qué había pasado, al respecto, con mi generación y con las siguientes? Escribirlo, entonces, era una forma de seguir ese hilo de reflexión que corté durante casi una década, durante la que me dediqué a estudiar la revista Vuelta y cambié mi domicilio, de México a Xalapa. La distancia con el centro de la actividad cultural de este país —que antes de salir de la Ciudad de México yo imaginaba falsa, parte de un melodrama ranchero, pero es real y es un abismo—, me hizo tener una perspectiva quizá muy distinta de la que tendría si viviera, por ejemplo, en la Condesa. El contacto cotidiano con la violencia y el enorme miedo que supone su existencia en la casa de a lado, te hacen ver las cosas de una manera diferente de quien tiene la suerte de no sufrirlos. Cuando empecé a escribir el libro, la situación había recrudecido de manera bastante notable en mi entorno y yo leía en las redes sociales los justos y variados reclamos que otros poetas más jóvenes que yo hacían —en otros puntos del país, pero particularmente desde la cd. de México— pero también observé que sus críticas, violentísimas, se dirigían por igual contra el Estado, contra la política, contra una figura del futbol, contra todas las fobias del mundo, contra algún personaje de la televisión que decía alguna estupidez intrascendente, y si hubiera aparecido un gato que les fuera antipático por el color de su pelo, al gato también lo habrían surtido de insultos. No había, en sus palabras, una distinción crítica. Todo valía lo mismo, y cuando todo vale lo mismo, no vale nada. Algo similar observé en sus críticas sobre arte o poesía: todo era valioso, siempre que no fuera anterior a “hoy”, y si tú te atrevías a expresar un disentimiento, eras calificado inmediatamente como indeseable. Me dio la impresión de estar frente a largas jaurías de lobos entrenados para morder lo que sea, su antojo del día y, al minuto siguiente, cambiar de platillo sin que mediara ninguna reflexión. Había una incongruencia grave para mí entre lo que decían ideológicamente defender (la diversidad, el respeto a las diferencias, la no violencia) y los métodos y palabras que elegían para condenar a cualquiera que pensara diferente de ellos. Me enfrenté, también, a otro tipo de violencia, que no sale en los periódicos y que es soterrada pero permanente: la que ocurre en la academia, sitio a donde llegué cuando las autoridades de este país decidieron que la cultura, sus instituciones, sus revistas, etc., sólo podían ser sancionados desde la altura de un grado universitario. Esos fueron los ejes que me condujeron a escribir.

 

¿Qué le reclama Malva Flores a la poesía?

Ése es el título irónico de uno de los capítulos, “reclamos a la poesía”, y es irónico porque me parece que se le reclama a la poesía algo que, en todo caso, se debería reclamar a los poetas. Para mí no son lo mismo, pero a veces nos confundimos.

 

Hay una necesidad, en la mayoría de los poetas o escritores en general, por definir la poesía. En La culpa es por cantar, en el tercer capítulo del libro, das tu propia definición de ese ente abstracto llamado poesía. ¿Crees que esa búsqueda por definir a la poesía tenga que ver más con el propio poeta que con la poesía en sí; es decir, que el poeta busque en ésta delimitarla y encontrar sus partes y sentidos, en un intento por definirse a sí mismo?

Nos guste o no; lo creamos o no, los distintos poetas pertenecemos a alguna tradición. Creer que uno es el principio del mundo, que nuestra forma de escribir y la de nuestros amigos es única y es la primera, también es una forma tradicional de ejercer el papel del poeta: siempre ha sido así y basta con revisar la historia de la literatura para advertirlo (los prólogos de cualquier antología son una buena muestra). Eso nos lleva a tener ciertas coordenadas sobre la actividad que realizamos y nuestras definiciones tentativas son parte también de la tradición a la que pertenecemos. Desde hace varias décadas plantear por escrito una “definición” está “mal visto”, pero eso no significa que no la tengamos o que, al menos, intentemos permanentemente construirla. Todo el trabajo del poeta es esa construcción, que es, por supuesto, una búsqueda de sí mismo, se enuncie o no.

 

¿Cuál es tu opinión con respecto a las antologías que salen y salen en nuestro país? ¿Son estas antologías más una forma de preservar poetas que serán buscados por otros poetas o en verdad tienen una funcionalidad de cara al lector? 

Yo tengo una especial predilección por las antologías que, hasta hace no mucho, siempre fueron una forma —fallida o no—, de establecer un canon (aunque éste quiera ser el “anticanon”). Lo que a mí me importa de ellas es la tarea crítica que se lleva a cabo al realizarlas, el gesto implícito de distinción (en su sentido de discernimiento) que las suponen. Hoy existen innumerables antologías, en papel o virtuales, pero en relación con ese universo casi inabarcable, pocas son la que proponen una verdadera reflexión sobre los movimientos poéticos. Son suficientes, sin embargo. La poesía, su ejercicio reconocible, siempre ha sido un asunto minoritario (aunque nos convenga negarlo para no parecer “hegemónicos”) y si bien ya es común decir que si levantas una coladera, emerge de ahí un poeta, no son tantos en realidad, si los comparas con el número de habitantes. Pero existe una diferencia abismal entre el hecho de escribir un poema y el de ser un poeta, en un sentido profesional o como una actividad de vida. Yo creo, aunque puedo estar equivocada, que el impulso de escribir un poema es algo que compartimos muchísimas personas y por eso sostengo que la poesía no corre ningún peligro de extinción, mientras los humanos existan. Que se publique o no, es algo que no me quita el sueño pues pertenece a una esfera que no tiene que ver, en sentido estricto, con la poesía.

Aquel impulso del que hablaba tiene una correspondencia en la escritura: por ejemplo, queremos decirle algo a nuestra novia o novio de la secundaria y copiamos o escribimos un poema, porque creemos que esas palabras expresan con un sentido más condensado nuestros pensamientos y sentimientos y que al escribirlo, paradójicamente, los ensanchan. Ese poema puede ser bueno o malo (generalmente es malo). Después podemos volvernos dentistas o antropólogos, pero aquel impulso y su poema correspondiente, existen. Antes de la explosión de internet, sólo el destinatario del poema y el autor, lo conocían. Hoy podemos leerlo todos, porque se exhibe en las redes. El lector de ese poema puede ser cualquiera y cualquiera puede sentir empatía —esa palabra que ahora tanto nos avergüenza por demodé, pero que es el sentido más profundo de la escritura y la lectura— con él. Ello puede provocar, a su vez, el deseo de escribir también nuestro poema, y eso es bueno, muy bueno, diría yo. Un contagio necesario del que surgirá un poeta verdadero, es decir, un lenguaje original. Que se reúnan ese tipo de poemas en una antología no implica, para mí, ningún problema. Que son muchas, sí. Que la mayoría son malas, sí. Que sólo las leen los amigos de los “curadores” (como ahora se llaman a sí mismos). Sí. ¿Y qué? Habrá algún enamorado de las antologías que las visiten. Esto está relacionado también con la impresionante producción o autoproducción de libros de jóvenes poetas. Salvo por el daño que se le puede hacer a los árboles, con la consecuente reducción de oxígeno debido a la inmoderada publicación de libros mediocres, pienso que es un momento excepcional para descubrir voces interesantes, voces que, siendo otras, me dicen algo de mí misma y que en otro tiempo habría sido difícil conocer.

 

Actualmente, ¿estás trabajando en un nuevo libro?

Sí. Intento escribir un libro sobre la experiencia de un paciente de Alzheimer y de su cuidador. Me interesa imaginarlo como un movimiento similar al que dio origen a Pangea: una lentísima reunión de todas las tierras, donde se han perdido los caminos, las señales. Me importa también imaginar el lenguaje interno de esa descomposición.

 

 

Semblanza:

Malva Flores es autora de los siguientes libros: Aparece un instante, Nevermore (Bonobos/UNAM, 2012), Viaje de Vuelta. Estampas de una revista (Fondo de Cultura Económica, 2011), Luz de la materia (Era, 2010), El ocaso de los poetas intelectuales (UV, 2010), Mudanza del árbol/ Passage of the Tree (Literal Publishing, 2006), Malparaíso (Eldorado, 2003), Casa nómada (Joaquín Mortiz, 1999), Ladera de las cosas vivas (CNCA, 1997), Pasión de caza (Gob. del Estado de Jalisco, 1993), entre otros. Su trabajo ha sido incluido en numerosas antologías nacionales e internacionales, y ha publicado en revistas y suplementos culturales como Letras Libres, Vuelta, La Gaceta del FCE, Leviatahn Quarterly (Inglaterra), Poesía y Poética, De Gids (Holanda), Paréntesis, entre otros. En 2006 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo “José Revueltas” con el libro El ocaso de los poetas intelectuales, en 1999 recibió elPremio Nacional de Poesía Aguascalientes y en 1991 el Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”. Su poesía ha sido traducida al inglés, portugués, japonés y holandés. Es miembro del Consejo Editorial de la revista Literal: Latin American Voices. En 2000 ingresó al Sistema Nacional de Creadores.

 

Nota: la entrevista presentada, originalmente, se publicó en nuestra edición XIX.