Sobre Cristina Arreola Márquez
Poeta errante, gatomaniaca, académica, editora, maestra y aprendiz; amante incansable de las artes, sigue buscando definir la realidad a través de la óptica de un libro.
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¿De dónde surge tu necesidad de escribir poesía?
No sabría decirlo a ciencia cierta. Fue desde la infancia que el género me acogió y yo decidí quedarme ahí. La necesidad hacia y por la poesía me viene natural, casi de forma innata; encuentro en este género la fórmula para las más grandes alegrías y para hacer eco de los gritos más desolados. Siempre he sido una persona muy tímida, con pocas habilidades comunicativas, pero en la poesía encontré la única forma de poder manifestarme, el medio ideal para transmitir los cientos de voces que confluyen en mi cabeza ante cada nueva idea.
También la poesía es siempre un reto, es uno de los géneros más caprichosos que existe, uno no puede simplemente llegar con un verso a quererlo encajar con el resto, se necesita tiempo, horas de trabajo y una buena carga de inspiración para poder ver un poema terminado. A veces pareciera que ese par de líneas que componen un poema son fáciles de lograr, pero lo que el lector no sabe es que quizá fueron únicamente esas dos líneas las que tenían que prosperar, derivadas de páginas y páginas de trabajo.
¿Quiénes han influido en tu escritura?
En cuanto a autores la lista es inmensa. Puedo comenzar mencionando a Sor Juana Inés de la Cruz, quien me motivó desde mis primeros años de adolescencia para creer que la profesión de literata era posible; yo sólo quería escribir un libro y ser reconocida como lo fue ella. Por muchos años estuve atrapada en lecturas de los románticos y modernistas españoles, de esos que se incluían bastante en los libros de texto de los ochenta. Luego, en las vanguardias hispanoamericanas puedo decir que se alberga bastante de la influencia que he buscado seguir en la poesía, sobre todo por el carácter de renovación pero sin dejar de lado los temas álgidos de la situación social que me rodea. Con el tiempo, hallé en el grupo mexicano de “Los Contemporáneos” una esencia poética tan profunda que no he terminado de indagar, cada nueva lectura me sumerge en elucubraciones que inmediatamente derivan en la producción. Por supuesto también se encuentran varios teóricos con quienes tengo una alta empatía, como Bataille, Andreas-Salomé y Bachelard, por mencionar algunos.
Pero la escritura no sólo se ve influída por las lecturas, sino por la vida misma. Mucho de lo que soy se lo debo a las matriarcas de la familia; mi madre, a quien desde su máquina de costura he escuchado recitar las más interesantes filosofías de vida; mi bisabuela materna, quien llevaba consigo la habilidad nata de la narración; y, mi abuela materna, con quien comparto mucho de mi esencia, mis gustos e incluso mi desenfado por tratar los temas eróticos.
Desde muy joven escribes, ¿qué elementos componían tu poesía de entonces y cómo estos han ido cambiando –agregándose- con el transcurso de los años?
La poesía y la literatura en general se encuentran en constante anexión de saberes, experiencias, esencias, composiciones. En mi caso, como es normal, los inicios poéticos estaban llenos de experiencias propias, se excedían en detalles y carecían de eso que llamamos arte. Como bien dice la pregunta, era demasiado joven, la literatura era solamente mi mecanismo de escape y desde la inexperiencia me dejaba llejaba llevar en un proceso instintivo de escritura. Conforme crecí, fui aprendiendo más del arte literario y con ello madurando mi estilo, encontrando nuevas formas, experimentando en gustos y pasiones.
Uno de los temas recurrentes de mi escritura ha sido el erotismo, he buscado especializarme en el área incluso desde la investigación académica, se trata de uno de los temas sociales que más me atrae conocer a fondo. Pero también se trata de un tema del que he escrito desde el inicio de mi producción, de forma instintiva quizá.
Samael comenzó a formarse incluso antes de pensar en crear los textos que componen Navajas de sal. Los primeros indicios de su existencia vinieron cuando yo me dedicaba al periodismo en mi ciudad natal, Colima. Fue cierta noticia del día 25 de enero de 2013 en la versión web del Periódico Ecos de la Costa la que desencadenó la furia y la necesidad de escribirlo. Puedo decir que al principio no fue algo reflexivo, fue algo inevitable. El dolor que sentía por la situación violenta del país se volvió un nombre: Samael, el sujeto herido y por ende el sujeto que busca venganza, el asesinado y asesino, la primer pieza en caer por ese resquebrajamiento social y su decadencia.
Conforme los años, a Samael se le sumaron voces de abatidos, angustia por el porvenir y la resolución que ahora tenemos impresa gracias a Capítulo siete.
Entre Samael y Navajas de sal creo que no hay mucho en común, debido a que el segundo es un texto más intimista; mientras que en Nínive (el mismo nombre trae referencias similares), la preocupación, aunque con una carga muy fuerte de sarcasmo, apuntaba también hacia la denuncia y la crítica social.
Cuando descubrimos a Samael, pensaríamos que es el perfil más cercano a un dios -más apegado a la realidad a juzgar por los hechos- que no se involucra, alguien que desde cierta lejanía lo mira todo, la realidad que vivimos, su violencia, su decadencia, sin hacer algo para cambiar las cosas… (¿es así?)
Podría ser un dios, pues fue él quien me dictó como carta a un evangelio negado, los versos que lo conforman. Un dios también porque es quien revierte toda la maldad del mundo en la búsqueda del amor. Un dios que se sacrifica por todos nosotros y al final, como toda deidad, reside en el olvido. Pero contrario a ello también es un ser violentado, vejado, marginado, desdeñado hasta de su propia familia, mártir de la realidad en que vivimos.
No sabría decir y considero que eso es papel del lector, si todas las voces que aparecen y se mezclan en el poema son en realidad la voz única de Samael, o es él un oyente más que navega entre la inmundicia de quienes cantan al unísono el fin de todos los tiempos.
En tu libro también encontramos obra plástica del artista mexicano Juan Ramírez Carbajal, ¿qué nos puedes platicar sobre esta interesante unión?
A Juan Ramírez lo conozco desde hace muchos años, he seguido su evolución como artista y siempre he sido una admiradora de su obra.
¿Cómo llegan estas pinturas a cobijar mi tan sentido Samael? La anécdota es muy curiosa: en el año 2015, una plataforma digital dedicada a la cultura me publicó dos cuentos cortos sobre el tema de la violencia, los títulos eran “Líbranos señor” y “Nuestros enemigos”; Juan Ramírez Carbajal vio esta publicación y de inmediato fluyó en él esa voz que estaba buscando desde hacía un tiempo, inspiración que lo llevó a crear su serie Paisaje mexicano. Resultó que aquellos textos en realidad sólo eran una derivación de mi preocupación por la situación social, la cual ya venía virtiendo en Samael desde años atrás y cuando Juan me mostró esas obras, no pude sino pensar en ello.
Considero que las pinturas que aparecen en el interior del libro agregan y vivifican los versos; son dos tipos de texto que transmiten una idea propia de la situación, pero a la vez se hermanan y conducen al lector hacia una mayor experiencia de lectura.
¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
Tengo varios proyectos personales y de vida, los trabajos de la Revista Literaria Monolito, la Editorial Capítulo siete y sigo adaptándome al ritmo de vida de la Ciudad de México… mi casi llegada a los 30 años ha sido muy activa. En la cuestión literaria, estoy trabajando desde la preocupación por la violencia de género que tanto material periodístico ha dado en las últimas fechas; también el tema de lo erótico me acompaña en todo momento, sigo con mis trabajos sobre la obra poética de Griselda Álvarez (desde el estudio del erotismo), y algunos proyectos académicos sobre homoerotismos, que espero pronto dar a conocer.
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