Entrevista con el poeta y crítico Ernesto Lumbreras

Entrevista con el poeta y crítico mexicano Ernesto Lumbreras, en ésta nos platica sobre su lado poético y crítico (literario y de arte), igualmente nos ofrece su opinión sobre la poesía mexicana actual, las plataformas digitales y más.

 

Ernesto Lumbreras

Nació en Ahualulco de Mercado, Jalisco, el 10 de junio de 1966. Poeta, crítico y editor. Ha sido director del Centro de las Artes de San Agustín (CASA) Etla, Oaxaca; coordinador de la colección literaria El Pez en el Agua, de Difusión Cultural de la UAM; editor de Aldus. Colaborador de Casa del Tiempo, Biblioteca de México, Brecha (Uruguay), Diario de Poesía, El Ángel, El Semanario Cultural de Novedades, La Fábrica, La Jornada Semanal, Periódico de Poesía,  Revista de la Universidad de Guadalajara, Revista Universidad de México, Sábado, Siempre!, The Plum Review, Trópico de Cáncer, Viceversa, y Viceversa-Canadá. Becario del FONCA, 1989, 1994 y 1996; del Ministerio de Asuntos Sociales de España, 1993; y del Programa de Intercambio de Residencias Artísticas México-Canadá, 1998. Miembro del SNCA, 2004-2007. Premio de Poesía Jesús Amaya Topete 1988, Ameca, Jalisco. Premio Nacional de Poesía Ciudad de la Paz 1991 por Órdenes del colibrí al jardinero. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1992 porEspuela para demorar el viaje. Premio del Concurso de Poesía México: Tierra de Imágenes 1993 otorgado por el CONACULTA-INBA/Secretaría de Desarrollo Social. Premio de Testimonio Chihuahua 2007 por La ciudad imantada. Su poemario Espuela para demorar el viaje se incluye en la compilación Premio de Poesía Aguascalientes 30 años, 1988-1997, Joaquín Mortiz/Gob. del Edo. de Aguascalientes/INBA, 1997Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI.

 

 

I

¿Cuál fue su primer encuentro con lo poético, y a su vez, el descubrimiento del poema?

A poco menos de 50 metros de mi casa, en la esquina de la calle, había cantina que a partir de las 5 de la tarde no dejaba de tocar su rocola. El local no tenía nombre. Se lo conocía, simplemente, como la Cantina del Licenciado, pues su dueño y único empleado decía en su juventud —de manera reiterada y con cierta jactancia— que iba ser abogado. Ese lugar y los personajes que acudían allí creaban “un aparte” de la realidad. Las pocas veces que entré de niño, acompañando a los hijos del cantinero o, a buscar a mi padre, pude corroborar con todos los sentidos que esa zona de gritería, humos y ebriedad cancelaba el tiempo. Las metamorfosis que el alcohol fraguaba en los parroquianos, en sus rostros y su lenguaje, acentuaba también ese hechizo a un mismo tiempo monstruoso y jovial. Sin embargo, las voces y la música que emergían de las bocinas de la rocola eran otra cosa. Las canciones cantadas por Javier Solís, Cuco Sánchez o José Alfredo Jiménez se tornaban en una suerte de faros bienhechores que daban algo de esperanza a todos los inminentes naufragios reunidos en el bar de mi barrio. No obstante la desesperanza de muchas de sus letras, esas rancheras contenían ese aliento horaciano de “no morir del todo”, ese ímpetu de retornar a la vida después de nuestra propia combustión. En el poder de esas palabras notaba, con la poca conciencia de mis contados años, un furor armónico que manchaba el aire contaminado con una luz de otro mundo: “Grítenme piedras del campo / Cuándo habían visto en la vida / Querer como estoy queriendo / Llorar como estoy llorando / Morir como estoy muriendo.”

 

En uno de sus poemas dicta los siguientes versos: “No sé si mi escritura está en el sentido de la noche sin márgenes. Tampoco puedo afirmar que esta lámpara de carburo (camino dentro de un sueño de niebla) me conduzca hacia la desembocadura de un río”. Encontrar esa desembocadura -que no se sabe siquiera si existe o no, pero que sus palabras buscan dentro la niebla espesa que amplía la incertidumbre-, ¿es la razón por la que escribe? ¿Qué espera encontrar al llegar ahí?

Esos versos pertenecen a un poema largo que se llama “Leído en la bitácora del encaminador de ánimas la noche anterior a mi funeral” reunido en el libro Numerosas bandas (Mantis Editores, 2009). Y efectivamente, ese fragmento que citas es una poética. De niño me encantaban los mapas, colgados en los muros de mi salón de clases. Con la lógica de la inocencia, al reparar en los grandes ríos, el Amazonas, el Nilo o el Mississippi, suponía que esos caudales nacían en el mar y, como el salmón, ascendían tierra adentro hasta llegar a las montañas. ¿Encontrar la desembocadura o el nacimiento de un río?  La historia que magistralmente nos cuenta Claudia Magris respecto del nacimiento del Danubio es realmente poética: este río que cruza Europa y desemboca en el Mar Negro se origina del goteo de un grifo que nadie ha podido cerrar.

El que busca encuentra, dice una conseja popular. Por supuesto, esa poética redactada en esas líneas tiene una carga romántica tal vez exagerada. Habría que matizarla con el elemento artesanal del oficio del poeta, de la disciplina y del estudio, del rigor y del ejercicio crítico. El misterio y la revelación, palabras tremendas para nuestro tiempo de laico pragmatismo y de sofisticado nihilismo, prevalecen todavía como asedio y posibilidad. El famoso verso de Bécquer “mientras haya un misterio para el hombre, / ¡siempre habrá poesía!”, con toda su grandilocuencia y cursilería sigue tan vigente no obstante que la ciencia parece ir desvelando a pasos agigantados las escritura de Dios.  Sin embargo, no obstante el momento estelar que vive la civilización en materia de avances científicos y tecnológicos, vivimos dentro de un “sueño de niebla” que transcurre en una “noche sin márgenes” donde la injusticia y la crueldad son las constantes de “la convivencia” de nuestros pueblos.

 

¿Cuáles dirías que son los elementos esenciales de su poesía?

Me confieso en pésimo lector de mis propios libros. ¿Cómo juzgarlos? ¿Cómo hacer clasificaciones? Comencé a publicar poemas a comienzos de la década de los ochenta, antes de cumplir los 20 años, edad a la que publiqué mi primer libro Escalar el humo reunido en el volumen colectivo Desmentir la noche (DBA de Jalisco, 1986) como parte de las publicaciones del taller literario fundado por Elías Nandino en Guadalajara. En esos poemas juveniles, no obstante las atmósferas y los personajes urbanos de varios de ellos, aparece dos elementos sustantivos de mi escritura: la naturaleza y sus metáforas por una parte y los rituales de la vida amorosa por otra. Aunque no me lo he propuesto, estoy seguro que podría reunir una antología de poesía sobre el amor, tomando muestras de la mayoría de mis seis libros hasta ahora publicados.

Contra toda injusticia respecto de mis dos primero libros, me gustaría asumir que mi “verdadero” primer libro es Espuela para demorar el viaje (Joaquín Mortiz, 1993). En esos poemas aparece algo inédito en mi conciencia del lenguaje. Me doy cuenta al escribir cada uno de esos poemas que las palabras no sólo nombran sino, y sobre todo, ocultan la realidad del mundo. Asimismo, sentí apremiante, como lo hace un chamán o un niño cuando juega solo o con otros infantes,  construir para mis fines líricos una segunda lengua a partir de la lengua castellana. Algunos llamarán a esa necesidad estilo, voz, sintaxis o visión. Para mí, esa experiencia sensorial e intelectual sobre el decir y el callar del discurso poético es, a un mismo tiempo, estilo, voz, sintaxis y visión, pero también, juego, respiración, memoria, corazonada, sueño, inocencia, realidad bruta, composición, trabajo y otras cosas más regidas por un ritmo que deseo único e intransferible.

 

No es atípica la simpatía artística que ha tenido la pintura con la poesía a lo largo de la historia, por el contrario ha existido una correspondencia muy cercana entre ambas. En su caso, la relación –el puente poético, la conexión artística- que ha tenido con el arte plástico, ¿de dónde proviene? ¿Qué elementos sensibles recoge de la pintura y si ésta le ha ayudado a alimentar su poesía?

Con toda seguridad en asumirme como un artista visual frustrado desde el hacer. Durante mis estudios primarios el gran dolor de cabeza fueron los trabajos manuales. Todo un sufrimiento e imposibilidad. Muchos años después entendí que la belleza griega, armónica y simétrica, no era lo mío. El modelo romántico de la belleza bizarra, sin lugar a dudas, me hubiera dado mayores estímulos para consagran mis posibles dotes de pintor de pesadillas a lo Goya o de tempestades marinas a lo Turner. Por otra parte, el impulso verbal es posterior al impulso de manchar con puré de durazno nuestro babero durante esos primeros meses de vida. Nos seduce dejar huella de nuestro paso por la Tierra porque, a las palabras, se las lleva el viento…

Llegué casi por casualidad a la crítica de arte. En el 2002 una amiga me dijo que el pintor Arturo Rivera quería que un poeta escribiera un texto para una monografía suya que la colección Círculo de Arte del Conaculta pretendía publicar. “Está harto de los críticos de arte”, confesó mi amiga y está buscando otro tipo de lectura sobre su obra. La invitación y el reto, realmente, eran para salir corriendo. Pero no, me entusiasmó el proyecto pues conocía la pintura del artista después de haber visitado una amplia exposición presentada en el MARCO de Monterrey hacía unos meses. Además, conocí al pintor y simpatizamos desde el primer encuentro. Esa es la historia de mi primera colaboración que dio lugar a El ojo del fulgor. La pintura de Arturo Rivera (Conaculta, 2003). A partir de entonces, no he dejado de escribir y publicar artículos y ensayos sobre arte, algunos de ellos reunidos en mis libros Coordenadas para una inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos (Filodecaballos-INBA, 2013) y La mano siniestra de José Clemente Orozco (Siglo XXI / UAS / Colegio de Sinaloa, 2015).

La verdad, no podría identificar una posible conexión entre la poesía y la crítica de arte desde mi práctica. Es posible que, en algunos momentos, el discurso analógico de la poesía aparezca a la hora de comentar una pieza de arte; finalmente la lectura de símbolos o la recreación del fenómeno artístico también son consustanciales a la crítica. En otras palabras, el crítico como creador es una posibilidad sumamente atractiva. Lejos de toda actividad parasitaria, la labor crítica toma como pretexto la obra comentada y avanza por una terra incognita  donde el grado cero de la escritura tiene el mismo nivel de extrañeza y complejidad que el experimentado a la hora de escribir un poema o una novela.

           

II

 

Otro de sus quehaceres literarios ha sido el ejercicio de la crítica, ¿por qué hacerla? ¿Necesidad o querer?

Al mismo tiempo que comencé a publicar poemas, también, me di a la tarea de materializar mis lecturas —en decir, los necesarios consensos y disensos— en artículos y reseñas que se publicaron en algunos suplementos y revistas de Guadalajara. Aunque nunca he tenido una columna o sección para comentar libros, observo que es necesaria una lectura autorizada que convierta la cascada de libros de poemas en algo más que una inundación lírica. ¿Cómo distinguir la repetición de la diferencia? ¿La aventura de un viaje organizado por una agencia turística? ¿El mimetismo del prestigio literario? ¿El parricidio bravucón de la indagación radical?  En el mejor de los casos, el crítico literario viene a quebrantar la homogeneidad de los discursos hegemónicos, a poner en entredicho a las autoridades y al canon. El crítico viene a establecer, también, una nueva relación entre el pasado y el presente literario. En ningún momento, sus juicios deben asumirse como juicios sumarios. En todo caso, son intervenciones al orden, casi siempre abruptas. Las antologías que he publicado en colaboración con Eduardo Milán y con Hernán Bravo Varela se han regido por esos planteamientos y expectativas.

 

¿En qué estado considera está la poesía mexicana actual?

La muerte de Octavio Paz, antes de finalizar el milenio pasado, nos permitió pensar y ejercer la poesía sin la presencia benéfica y maléfica de una figura central en la lírica de la lengua española de la segunda mitad del siglo XX. Por supuesto, la posible presencia de Paz nunca se manifestó como parte de las funciones del ojo del Big Brother o de una sensibilidad colectiva que vigilara y permeara ¿inexorablemente? los discursos poéticos de las nuevas generaciones. Mi generación, ciertamente, mantuvo un diálogo con la tradición, con algunas discusiones y desmarcajes necesarios. Para empezar, concluimos una división maniquea entre puristas y coloquiales que describía un paisaje bastante limitado además de falso.

Con la muerte de Paz, y luego la de Jaime Sabines y, años más tarde, las de Rubén Bonifaz Nuño, Tomás Segovia, Juan Gelman, José Emilio Pacheco y  Gerardo Deniz, figuras pilares del canon actual de la poesía mexicana, el examen y el reposicionamiento de sus legados respectivos permite ahora mayor margen de maniobra para una lectura exenta del peso de sus figuras públicas y simbólicas. ¿Qué obran del pasado inmediato tendrán la relevancia de piezas fundamentales de nuestra lírica como La estación violenta, Tarumba, El manto y la corona, Anagnórisis, Citas y comentario, No me preguntes cómo pasa el tiempo? o Picos pardos?  Sin temor al equívoco, si hablamos de presente, en esas llaves maestras el presente de la poesía mexicana es expresa con mayor furor, aventura y misterio.  Y si hablamos de actualidad, aunque pareciera que me ando por las ramas, la moneda apenas está por lanzarse.

En este nuevo escenario de muertes reales y resurrecciones aún más reales, las siguientes generaciones han tomado una distancia crítica de la tradición y han resuelto buscar figuras modélicas en otras latitudes, la poesía chilena, peruana, argentina, brasileña y norteamericana principalmente. Por supuesto, leer el presente tiene sus dificultades de objetividad amén de las ilusiones ópticas y de los fuegos fatuos. Habrá que decir, por otra parte, que en esta segunda década del segundo milenio, coinciden en el espacio y la temporalidad poética de México poetas como Dolores Castro (1923), Eduardo Lizalde (1929) y Juan Bañuelos (1932)  al lado de autores como Claudina Domingo (1982), Luis Eduardo García (1984) y Christian Peña (1985). En ese arco de tiempo, la poesía mexicana realiza sus sumas y restas, y también, sus raíces cuadradas y sus ecuaciones de tercer grado.

 

En esa misma línea: ¿a quién culpar con relación a la falta de lectores en México? ¿El lector debe buscar al autor o el autor debe buscar a toda costa llegar a la mayor cantidad de lectores posibles? ¿Ve necesario un mayor trabajo, incluso riesgos o, por parte de los editores u autores para que sus obras lleguen al lector?

Es una pregunta que, desde la superficie, el gran culpable sería el sistema educativo. Sin embargo, el status quo que rige el concepto de civilización y de sociedad conspira con todas sus armas contra la poesía. El concepto de costo beneficio, de sentido lógico y pragmático, de cordura y sentido común se ven cuestionados por el lenguaje de la poesía, insumiso, paradójico e iconoclasta. A las 50 familias que gobiernan el mundo les viene de maravilla colocar al poeta y a la poesía en los extremos: en el rincón de los apestados y locos por un lado y, por el otro, en el pedestal de las esculturas de ornato de la urbe. Entre el poeta maldito y el poeta de la corte, los lectores de la poesía han abandonado “un barco que se hunde con las luces apagadas” (Huidobro dixit).

 

Las plataformas digitales se han convertido en un medio muy importante para la transmisión de las diversas expresiones literarias en la actualidad, muchas personas no le auguran nada bueno al libro objeto en los próximos años, incluso, vaticinan su desaparición, ¿cuál es su opinión con relación a la nueva forma en que se está leyendo y escribiendo, no solamente la poesía, sino la literatura en general?

Serán soportes complementarios, lo son, incluso desde hace unos años. Las cifras de los libros electrónicos no van más allá del 23% del mercador editorial. En el ámbito de la poesía el ciberespacio dio lugar a una sobrepoblación de poetas que publican y publican sin filtro alguno. Pareciera que el atractivo es publicarse aunque no se lean entre ellos. Los intentos de blog de crítica de poesía no han perdurado y es una lástima. ¿Cómo separar el grano de la paja? Para bien o para mal, las antologías de poesía impresas en papel continúan cumpliendo este rol. El último trabajo de importancia lo emprendió Juan Domingo Argüelles con su monumental Antología General de la Poesía Mexicana (2014). Valdría la pena llevar acabo algo parecido en la democrática red. Sería un servicio social para los poetas que allí publican y para sus eventuales lectores.

 

¿En qué nuevos proyectos está trabajando?

Trabajo siempre en varias pistas. Por ahora visualizo un par de libro de poemas, una colección de ensayos sobre Ramón López Velarde y un libro que no acierto a descifrar en qué género o géneros se inscribe. ¿Importa? Por supuesto que no y eso es, posiblemente, mi estímulo más persuasivo a la hora de ir avanzando y decidir si utilizo la prosa narrativa o la ensayística, el poema dramático o el poema lírico, la crónica de viaje o la histórica.

 

 

Nota: la presente entrevista originalmente fue publicada en nuestra edición XVII.