Conversación con el poeta mexicano Ángel Vargas,
a propósito de su nuevo libro A pesar de la voz
¿Cuáles fueron tus primeros descubrimientos, tus influencias, en el terreno de la literatura?
No crecí en un ambiente libresco, a mi familia nunca le interesó, ni le interesa ahora la lectura como una actividad de gozo. Los pocos libros que había en casa eran los empastados de contabilidad de mi padre, de manera que el acercamiento con la literatura (en formato libro) no fue tan prematuro. Sin embargo, crecí en un ambiente rico en otros sentidos que también tienen que ver con la literatura. Recuerdo mi fascinación por las historias que escuchaba de la gente mayor y la asombrosa capacidad de otros niños para reformular y mantener vibrantes las historias orales, como un juego, como un chisme, como algo interesante que contar. Para mí, la cultura y la música popular son tan importantes como la música clásica o la literatura de un premio Nobel.
Muchos años después comencé a pedir libros en lugar de regalos de cumpleaños y me hice de una minúscula biblioteca personal. Quizá suene a cliché adolescente, pero sigo recordando con cariño El retrato de Dorian Gray de Óscar Wilde porque creo que con ese libro relacioné la literatura con el placer, con la pasión, con el arte y con emociones que, en aquel momento, eran importantes para mí.
¿Quiénes serían para ti, los autores fundamentales que te han ayudado a conseguir tu voz poética?
Te puedo decir que hay autores que me apasionan o me han apasionado a lo largo de muchos años, pero no sé de qué manera ese gusto se refleje en lo que escribo. Por ejemplo, siento una profunda admiración hacia la obra de José Lezama Lima, pero me parece que lo que escribo tiene poco o nada que ver con la destreza verbal del cubano. Podría hacer una lista muy larga de autores barrocos (que me encantan), de latinoamericanos (que no dejan de asombrarme), de vivos, de muertos, incluso de autores de mi edad, pero esa lista sería sólo una revisión de mis gustos y no necesariamente una radiografía de mi “poética”.
¿De qué elementos internos o externos te prestas para crear, para generar tu poesía?
En general, escribo de lo que vivo, de lo que veo y de lo que escucho, de lo que me gusta y, por supuesto, de lo que me disgusta. La literatura es solamente una fracción del total de estímulos a la hora de escribir. Hay temporadas en las que leo poco, básicamente porque me dedico a escuchar música o ver series de manera obsesiva. Por ahora eso me funciona muy bien. Creo que atender a aspectos o discursos no literarios, enriquece el proceso creativo en lugar de “contaminarlo”. En ese sentido, podría decir que A pesar de la voz es resultado de mi pasión por la ópera y las capacidades vocales, aunque hay temas, digámoslo así, menos cultos, que me interesan por igual y de los que espero escribir en el futuro.
Recientemente, Mantis editores publicó tu libro A pesar de la voz, danos un acercamiento a tu obra.
A pesar de la voz es un libro de Dios y de castrados. En él me interesaba explorar el tema de la fragilidad a partir de la historia y el contexto de los cantantes castrados durante el auge de la ópera barroca. Es un libro en el que el aire, en tanto elemento fundamental para el canto, es un componente medular.
El poeta Francisco Magaña dice sobre A pesar de la voz: “es testimonio de una destreza lírica puesta a disposición de una historia a la que es imposible visitar sin resultar indemne”. A ese respecto, ¿cómo fue el proceso para construir tal historia? ¿Por qué contar –bajo qué necesidad, tal vez-, lo que cuentas?
El libro no es propiamente la historia de los castrati. No tiene una función de denuncia, ni de historizar. Prefiero decir que es un vistazo, una anécdota o una historia mínima de la fragilidad. Está escrito desde la intimidad de un drama polémico, pero es más bien el reverso de una ópera, lo que pasa y se siente “tras bambalinas”.
En cuanto al proceso, tuve muchos tropiezos a la hora de abordar el libro como un todo, quería que fuera unitario, de textos breves y buscaba, antes que contar una historia, generar emociones; aunque necesitaba ciertos elementos referenciales y léxicos del mundo de la ópera tenía que cuidar que no se convirtiera en un tratado de términos musicales o un libro enciclopédico. Descubrí que cuando me preocupaba demasiado por mencionar el mundo de los castrati ese aspecto emocional perdía relevancia y tenía que encontrar cierto equilibrio. A pesar de la voz cambió desde sus inicios y terminó siendo un libro íntimo. No es la historia grandilocuente de la ópera sino una historia mínima, diría que musitada.
¿Qué diferencias encuentras en este poemario con relación a tus obras o poemas anteriores?
Creo que ahora me preocupa mucho más hacer textos en los que las palabras sean sólo las necesarias. No como un tema de economía lingüística ni perfección, sino de densidad.
Por último, en un terreno más concreto, tú eres un poeta oriundo de Acapulco, Guerrero, y que actualmente radicas en la Ciudad de México, dinos, ¿qué ves cuándo vuelves la cabeza hacia el Acapulco actual, su situación?
Acapulco siempre ha sido violento de muchas maneras. Siempre hubo formas soterradas de violencia que no pudimos —o no quisimos— identificar en su momento. Es como cuando te enfermas y esperas que la fiebre simplemente desaparezca, sin atender las causas reales, su etiología. Creo que la violencia actual es el síntoma, no la enfermedad, de algo que dejamos pudriéndose bajo nuestra indiferencia durante mucho tiempo.
Sobre el autor:
Ángel Vargas (Acapulco, Guerrero, 1989) estudió Letras hispánicas en la unam. En 2012 obtuvo el Premio de Literatura Joven en la categoría de poesía (Instituto Guerrerense de Cultura/conaculta) y el Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo en 2015. Ha sido becario del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico de Guerrero y del Programa de Jóvenes Creadores del fonca. Es autor de Díptico (De Otro Tipo/ Secretaría de Cultura de Guerrero, 2015) y de A pesar de la voz (Mantis Editores/ Secretaría de Cultura de Jalisco, 2016).