Entrevista a Miguel Ángel Muñoz Sanjuán por Xánath Caraza

MAMS [Miguel Ángel Muñoz Sanjuán] (Madrid, España, 1961) es autor de los poemarios Una extraña tormenta (1992), Las fronteras (2001), Los dialectos del éxodo (2007), Cartas consulares (2007), Cantos : & : Ucronías (2013) y : Memorical-Fractal : (2017). Ha sido incluido, entre otras, en las antologías Poesía Experimental Española (antología incompleta) (2012), Voces del Extremo Madrid 2014 (Poesía y desobediencia) (2014) y El octavo pasajero (2017). Organizó las Primeras Jornadas de Joven Poesía Española en homenaje a Luis Cernuda (1988). Fundó y dirigió la colección de poesía Abraxas (1989). Sus poemas han sido publicados, entre otras revistas, en Lunas Rojas, The Children’s Book of American Birds, Revista de Occidente, Frear, Kokoro, La Galla Ciencia, Vallejo & Cº y Transtierros.

Parte de sus poemas han sido traducidos y publicados en varios idiomas: al inglés, en la Low-Fi Ardentía [(4 pÆemas de Cantos & Ucronías), número de agosto, Puerto Rico y Nueva York, 2018]; al griego, en Frear [número 12-13, octubre, Atenas (Grecia), 2015], y al chino, en Contemporary International Poetry. [Vol. 9, “7 Contemporary Avant-garde Poets in Spain”, Biblioteca Escuela de Negocios de Guangzhou, Cantón, China, 2018].

Ha participado en las ediciones de e.e. cummings, Buffalo Bill ha muerto (Antología poética 1910-1962) (1996); de Rafael Pérez Estrada, La palabra destino (2001); de Enrique Gil y Carrasco, El señor de Bembibre (2004); de Osip Mandelstam, Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos (2005); de Juan Carlos Mestre, El universo está en la noche (2006) y Las estrellas para quien las trabaja (2007), y de José María Millares, No-Haiku (2014).

¿Quién es Miguel Ángel Muñoz Sanjuán?

Como digo en uno de mis poemas, «Demasiadas fronteras para un solo corazón», quizá eso sea yo, demasiados «alguienes», o, sencillamente, todo lo contrario, un sencillo “ciudadano” que intenta día a día comenzar de cero una parte de su vida.

¿Quiénes te acercan a la lectura?

Mi encuentro con la lectura se realizó como era común en los niños y las niñas de mi generación, los nacidos en la década de 1960, por medio de cuentos infantiles y, cuando fui algo mayor, por medio de los cómics. No obstante, mis gustos siempre estuvieron relacionados con la naturaleza y con la historia, por eso mis primeras lecturas de entretenimiento están relacionadas con los álbumes de cromos de animales, de fenómenos naturales y de acontecimientos históricos que coleccionaba y que aún conservo. También ojeaba con interés una enciclopedia que mi padre compró y que me posibilitó asomarme a un mundo que yo creía únicamente perteneciente a los adultos; de esa forma pude tener conocimiento de numerosas cosas que no sabía que existían y pude ver muchas imágenes sobre los temas más variados, entre los que destacaba, de una manera especial, el mundo de las artes pláticas, disfrutando de conocer pinturas, esculturas y arquitectura clásica. 

¿Cómo comienza el quehacer literario para ti?

Creo que mis primeros encuentros con la poesía fueron muy tempranos, aunque no de una forma consciente. Cuando era pequeño, jugar con las letras y con las palabras era una afición que atraía poderosamente mi atención. Por entonces, en mi casa, al igual que en las del resto de familias españolas, aún no había televisión, por lo que, antes de irnos a la cama, mi hermano y yo jugábamos con frecuencia a dibujar o a enviarnos mensajes en código morse o mediante dibujos, que el otro tenía que descifrar. Creo que esos juegos ya eran portadores de un misterio que aún sigo llevando conmigo. Posteriormente llegaron las experiencias con los lenguajes oral y escrito, pero siempre muy unidas a la materialidad de las palabras, al signo, a la grafía. El lenguaje escrito me parecía un camino intermedio entre el dibujo y el sonido, y mi interés por el dibujo me hacía jugar a solas a escribir con extraños signos, a deformar las letras escribiendo lo más rápidamente posible y dibujando tipografías fantásticas. Sin embargo, el primer poema propiamente dicho que escribí fue a los 12 o 13 años, en la escuela y por petición de nuestra maestra. Lo escribí con tinta verde y trataba sobre la emigración. Era un poema malísimo, pero esa experiencia me sirvió para conocer lo bien que escribían algunos de mis compañeros de clase. Hubo dos en concreto que me entusiasmaron y que lograron demostrarme algo para lo que yo no estaba preparado, que era sentir y pensar emociones que no era capaz ni de comprender ni de saber por qué se producían. Un año después, aproximadamente, comencé a escribir intentando entender por qué sentía esa necesidad. Esta urgencia era, por otra parte, llamativa, tanto para las personas de mi entorno como para mí. Y sería por esas fechas cuando algunos de mis primeros poemas juveniles vieron la luz pública en una publicación parroquial.

¿Cómo es un día de creación literaria para ti?

Como no soy un escritor profesional, solo le dedico parte de mi tiempo libre; por eso, no tengo ningún tipo de horario ni de exigencia procedimental, aunque cada vez es más común que escriba después de mis lecturas. No obstante, mi proceso de escritura tiene dos momentos totalmente diferenciados: uno inicial en el que en un cuaderno escribo o anoto la germinalidad poemática y un segundo momento, ya con el tiempo y con la concentración debida, en el que me sumerjo en la experiencia escritural y conceptual del poema.

¿Cuándo sabes que un texto está listo para ser leído? ¿Cómo has madurado como escritor?

En mi escritura yo no albergo ningún tipo de canón, de técnica o de medida para determinar cuál debería ser el estado idóneo o ideal de un poema. Como digo con frecuencia, “la poesía no admite discursos paralelos”, por lo que es el propio lenguaje poético el que me dice dónde he llegado. Porque para mí, entre la creación intelectual humana, no hay nada más abarcador, arriesgado y misterioso que el lenguaje poético.

¿Cuánto hay de España en lo que escribes?

Como es de suponer, mucho, aunque no por ello debe ser obvio. Lo evidente por fácilmente objetivable no siempre representa la mayor carga de realidad. No hemos de olvidar que yo nací en 1961; por aquel entonces, España estaba gobernada por una dictadura militar con todo lo que esa situación implica. Con esta observación quiero indicar que, por ejemplo, en los libros con los que realicé mis primeros estudios, figuras como Federico García Lorca, Miguel Hernández o Antonio Machado, por citar algunos, no aparecían. El silenciamiento de una parte de la herencia cultural había impedido el conocimiento natural de aquella sociedad. Muestra de ello es una anécdota que me viene a la cabeza y que de alguna forma puede dar idea de cómo esa “España” está presente en lo que he escrito y en lo que escribo en la actualidad. Recuerdo que mi abuelo materno guardaba oculto detrás de un armario, en un doble fondo construido por él, consciente de que estaba haciendo «algo prohibido», un cuadernillo de imprenta de un libro. Solamente lo vi dos veces en mi vida, y cuando mi abuelo me lo mostró con gran misterio mi abuela le regañó advirtiéndole del riesgo que conllevaba guardar esos papeles. Años después volví a ver por segunda vez esos papeles, hasta que por motivos que desconozco desaparecieron para siempre. Ese pliego de imprenta que guardaba mi abuelo, que combatió en la guerra civil española en el bando republicano, eran poemas de alguien a quien yo no conocía, eran poemas de Federico García Lorca. Al parecer, por lo que mi abuelo me dijo, estaban impresos en Argentina y se los había dado un antiguo camarada. El silencio que envolvía aquellas páginas era la realidad de aquel entonces, una sociedad atemorizada, como se demostró cuando mi familia, principalmente mis abuelos maternos, al comprobar que yo escribía poemas me advirtieron encarecidamente de que tuviera cuidado con lo que escribía. Entonces fue cuando adquirí conciencia de que el lenguaje poético era un en sí mismo subversivo. Después, durante la transición política tras la muerte del dictador en 1975 y con la instauración de la democracia en 1978, esa sociedad continúo estando ahí, aunque evidenciándose de otra forma en mí, que tenía como horizonte las esperanzas y las expectativas de un joven de clase humilde de aquella época. En mi entorno social, en un barrio en la periferia de Madrid, en el límite entre el campo y la gran ciudad, fui testigo de las consecuencias del paro, de la especulación inmobiliaria y de los estragos que causaron la marginación y las drogas en la vida de muchos de mis antiguos compañeros de colegio, algunos de los cuales murieron, aquellos pequeños niños criados al margen de los ruidos y de las prisas de la gran ciudad que ya era por entonces Madrid.

¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

Además de los nuevos escritos en los que estoy inmerso, después de escribir Cantos : & : Ucronías (Calambur, 2013) y : Memorical-Fractal : (Calambur, 2017) he sentido la necesidad de revisitar algunos de los textos fundacionales que escribí en la frontera de mis veinte años. Y, salvo que algo cambie el rumbo de lo ya planificado, en breve verá la luz un libro de poesía experimental, con textos y collages fundidos en un solo concepto.

¿Qué consejos tienes para otros escritores que comienzan?

Consejos pocos, muy pocos; solamente la reflexión de que la poesía, en su esencia, guarda y reivindica la belleza experiencial que representa la vida, y que defender, proclamar y reivindicar esa “belleza universal” no es ni algo cómodo ni fácil; por ello, cualquiera que piense o que pretenda saber qué es un poema debe ser consciente de que para intentar comprender qué es la poesía lo primero que deberá hacer es imaginar cómo sería la flor que daría la palabra “humildad“ si fuera una planta. Y les aseguro que no les resultará tarea fácil dibujar y redibujar, una vez tras otra, esa flor desconocida.

¿Hay algo más que quisieras compartir?

Quisiera dar las gracias a todos los poetas que, con sus textos, me han acompañado y aún me acompañan en mi existencia y configuran mi identidad emocional. Sin ellos no sería quien soy; sin ellos, el mundo no tendría para mí las mismas palabras que tiene ahora y otras muchas que emergen continuamente. Por ello, he de darles las gracias de corazón, entre otros, a Federico García Lorca, por su clandestinidad tras aquel armario, a Vicente Aleixandre, por el desbordamiento que supuso conocer sus Poemas de la consumación, al poeta turco Nazim Hikmet, por ofrecer al adolescente que fui su sacrificio por comprender la palabra “libertad”, y a e. .e. cummings, por permitirme mirar al mundo de otra forma cuando nadie quería mirarlo así. Y ahora, a ti, Xánath, por tu amable complicidad.

MAMS

5 de febrero de 2019