¿Quién es Margarita Drago?
Soy argentina, nací en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Vivo en la ciudad de Nueva York desde que salí de la cárcel en Argentina. Soy maestra y doctora en Lengua y Literatura Española e Hispanoamericana y ejerzo la docencia desde los 18 años, con el intervalo de los cinco años que estuve encarcelada. He trabajado con niños, adolescentes y adultos en todos los niveles de enseñanza, y desde 1995 soy profesora universitaria en York College, de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Desde pequeña he sentido una aversión especial por la injusticia, y en mi juventud, por manifestar mi repudio contra las injusticias sociales y la falta de libertades; fui perseguida como la inmensa mayoría de las mujeres y hombres de mi generación. Soy narradora, poeta, y he publicado un libro de memorias carcelarias, Fragmentos de la memoria: Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980), Memory Tracks: Fragments from Prison (1975-1980), obra que condensa los cinco años de cautiverio durante la última dictadura militar argentina. En 2016, la Honorable Cámara de Diputados de la Nación Argentina lo declaró libro de interés cultural. He publicado, también, varios poemarios y ensayos académicos en Estados Unidos, América Latina, España e Italia. Además de mi afición por la lectura y escritura, disfruto viajar, conocer otras experiencias humanas y aprender de ellas; últimamente he sumado otro placer, el de pintar, aunque mi inclinación por la pintura y, tal vez mi talento, lo he expresado desde niña, y esto se lo debo a mi padre, quien sin ser pintor, dibujaba y pintaba como un artista.
¿Quién te acerca a la lectura en tu niñez?
A mí me alfabetizó mi padre. Cuando cumplí cinco años me enseñó a leer y escribir, aun cuando él apenas había cursado tercer grado. Mi madre no tuvo oportunidad de ir a la escuela, aprendió a leer con sus hermanitos a quienes le tocó cuidar, y aun así, era muy buena lectora. En mi casa, la lectura era una actividad cotidiana. Pero quien realmente me introdujo al mundo de la literatura fue mi maestra, la ‘señorita Olga’, quien desde primer grado me codujo por todo el ciclo elemental hasta el séptimo curso. Con un gusto y entusiasmo contagiosos la señorita Olga nos leía poemas de Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Federico García Lorca, Amado Nervo, Antonio Machado, Baldomero Fernández Moreno, los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, las Aventuras de Don Quijote de la Mancha adaptadas para niños y adolescentes, y tantos textos a los que luego volví para estudiarlos en la escuela secundaria y la universidad, y luego compartirlos con mis estudiantes. Cuando la recuerdo, todavía me resuena su voz, inconfundible, y hasta me llegan a la memoria las expresiones de su rostro ante los cambios de tono del relato, las mudas de la trama o ante las diversas experiencias de los personajes. Aquellos actos de lectura eran momentos mágicos que capturaban la atención de sus alumnos y, en mi caso, la atrapaban por horas en las que me hundía en un mundo de ensueños. Cuando nos leyó “La mancha de humedad”, del libro Chico Carlo de Juana de Ibarbourou, yo me quedé embelesada jugando con las manchas de humedad que había en mi cuarto, las que aparecían y reaparecían a pesar del empeño de mi padre por cubrirlas. Jugaba a descubrir imágenes en las paredes y a inventar historias que escribía en cuadernos borradores confeccionados por mi padre con hojas sueltas y tapas de cartón. Los años de la escuela elemental fueron esenciales y decisivos porque las clases de lectura y escritura, y la variedad de textos de escritores latinoamericanos y españoles a los que nos expuso mi maestra, despertaron en mí el gusto por la literatura y esta pasión que me nació en la niñez, la de ser maestra.
¿Cuándo descubres la poesía y la haces parte de tu vida?
Como te decía, la poesía vino a mí a través de mi maestra, y desde entonces me acompaña. Aunque debo mencionar que mi padre también tenía su vena poética y, seguramente, él no lo sabía. De niña hurgando un cofre con fotos y postales de mi madre que ella guardaba celosamente, encontré varias que mi padre le dedicaba en versos suyos muy sentidos, cuando eran novios. A mí me encantaba leerlas en secreto e imaginarme a mi padre recitándole sus versos a mamá. Además, en todas las reuniones o fiestas familiares papá acostumbraba a dar discursos en los que estilaba citar líneas de las letras de un tango o un verso de algún payador. A ambos, a mi padre y mi maestra de primaria, debo mi amor por la poesía. Si bien en la adolescencia y juventud yo escribía poemas y relatos copiando a lxs poetas y escritorxs que leía en la escuela, nunca lo hice con conciencia de narradora o poeta. Comencé tarde en mi vida, fue necesario distanciarme física y emocionalmente de mi país y de los modelos literarios que se imponían en la carrera de letras en la que se estudiaba a los canónicos, hombres en su mayoría, y participar en tertulias literarias con mujeres que valoraron mi trabajo, para asumirme como escritora. En 2007 publiqué en Nueva York mi primer libro, Fragmento de la memoria. Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980), testimonio reparador y de sanación, además de homenaje a las mujeres con las que compartí la prisión y mis sueños juveniles. Desde entonces, la escritura se convirtió en mi “Oficio sagrado”, el que me sirve para nombrar y nombrarme, reconstruirme y ordenar mi mundo. La escritura es para mí un quehacer de compromiso con la historia al que “me obligan –en palabras de Juan Gelman- los dolores ajenos”. Fragmentos, libro de relatos en el que asoma una voz lírica en prosa poética, me abrió las puertas a la poesía, y desde ese momento hasta ahora, como te digo, es mi oficio. La poesía me constriñe, me empuja, me insta a encontrar la palabra justa, la que más precisamente nombre la emoción que me posee. La poesía me permite habitar sin escapismos este mundo caótico, de luces y de sombras, pero a la vez le da cabida a mis sueños y a mis nobles anhelos, “Mis sueños de alas nuevas”, los que “buscan resquicios entre mis dedos/para habitar más allá del horizonte/donde reina la utopía”, como afirmo en el poema que dedico a Eduardo Galeano, “Un reino para mis sueños”.
¿Qué más quisieras compartir con nuestros lectores?
Lo que siempre recomiendo a mis estudiantes: que lean, se informen e investiguen con pensamiento crítico, sin creer a pies juntillas o repetir lo que otrxs sostienen. Tomar partido y comprometerse en los asuntos que hoy nos competen: la defensa de la vida, del planeta, el respeto por los derechos elementales de todos los seres humanos, en particular, los olvidados, marginados y desposeídos. Tomar conciencia de que todxs hacemos la historia, no solo los que sustentan el poder y dirigen las naciones. Educar a la niñez y la juventud bajo la guía de estos principios básicos. Descubrir y desarrollar los talentos propios, y ya sea a través del arte, la literatura, la música, pintura o cualquier área del saber y quehacer humanos, contribuir al mejoramiento de nuestra especie, amenazada en estos tiempos por las fuerzas del odio y la crueldad.
Gracias, Margarita por compartir algunos de tus poemas con los lectores de Revista Literaria Monolito
El dolor de Juan
A Juan Gelman
Ay, Juan,
¿qué hicieron con tu hijo?
Vamos a rescatarlo
de las aguas de la muerte,
lloremos nubes
sobre sus huesitos tiernos.
Juan, llamemos a las Madres,
ellas le tejerán una cuna de ternura,
y con hebras de seda y plata
hilarán almohaditas
a sus sueños.
Déjame, Juan, acunar tu dolor
mientras aguardamos durante nueve lunas
el milagro.
Prendida en la memoria
En herrumbradas camas
cuelgan sus besos.
Perdida en la niebla del adiós,
su mano.
Sepultada bajo escombros,
su voz.
Prendido en la memoria,
su recuerdo.
¿Dónde sus huesos?
Aparición
Medio escondido,
sentado en la oscuridad
del cuartito
donde dormían
sus perros,
aguarda
mientras fuma.
La luz del cigarrillo
me atrae.
Al acercarme
la silueta cobra forma.
“¿Cómo estás?»
«Solo, con mi soledad,
esperándote en esta
casa vacía
desde que uno a uno
fue llamándonos
la muerte».