Entrevista a Marcos de la Fuente por Xánath Caraza

Marcos de la Fuente (España) es poeta, fisioterapeuta y activista cultural. Practica la acción poética, la performance y el spoken Word.

¿Quién es Marcos de la Fuente?

Un poeta en Nueva York, un hombre enamorado, un melómano, un agitador / un terapeuta, un niño curioso e ingenuo, un trabajador incansable, una persona con un sueño.

¿Quién te acerca a la lectura en tu niñez?

Mi padre es un amante de la cultura y en mi casa siempre hubo muchos libros y comics, veíamos cine de autor y escuchabamos Bossa Nova y música Soul. Mi habitación estaba llena de libros de Poe, Nietzsche, Rulfo o Cortázar. Siempre me gustó leer, desde muy pequeño. Leía mientras comía y mientras cenaba. A todas horas. Recuerdo que la biblioteca pública estaba a 40 minutos andando y siempre volvía leyendo a casa.

¿Cuándo descubres la poesía y la haces parte de tu vida?

Desde mi juventud me gustó escribir mis pensamientos y reflexiones, pero no lo hice de una forma ordenada hasta que empecé a hacer radio en 2001. Quería producir un programa diferente, más profundo y sensible con el oyente, donde la palabra emocionase al mismo nivel que la música. Fue entonces cuando empecé a escribir poesía. Por está razón creo en la oralidad de la poesía y en la fuerza que desprende cuando se escucha en vivo. En 2002 empiezo a actuar en escenarios. Desde ahí hasta ahora, dos bandas de poesía y música: Donovand y Pólvora, Poetry Sunsets, recitales en barcos, museos y teatros, Acciones poéticas de calle en Vigo, Madrid y New York, un libro de poemas y un manifiesto poético publicados, 8 ediciones del Festival Kerouac en Vigo, 4 en New York y una en Ciudad de México, e innumerables Open Mics. La poesía es la respuesta que yo le doy a la vida.

¿Qué más quisieras compartir con nuestros lectores?

Me gustaría invitarles a todos a los eventos de poesía que estamos organizando en Manhattan: Se Buscan Poetas, en el Bowery Poetry Club, cada segundo domingo de mes, un Open Mic bilingüe; y This is Poesía, en el gran salón de La Nacional, en el 14th con la 8ave, cada último miercoles de mes. Poesía, música, Open Mic, performance y, sobre todo, un punto de encuentro para amantes de la cultura.

Gracias por compartir tus poemas.


La espalda morada

Cuanta sangre derramó el miedo,

cuanta tristeza se tragó el océano,

años de distancia, tierra de por medio,

el recuerdo, enquistado, se quedó seco.

Vinieron las iguanas

a llevarse a los enfermos

que, despojados de aguijón y sin ceniza,

doblegaron sus credos.

Pudo más el hambre

que el mejor de los maestros,

fantasmas comiendo en el bosque

para no tener la soga al cuello.

Memoria sin carne ni huesos,

ni caras ni nombres, todo un misterio,

rebaños de hormigas con la espalda morada

cayendo, una tras otra, al oscuro hueco.

Injusticia … Inexplicable … Dolor.

Malditos los que plantaron el fuego.

Malditos los que dieron la orden.

Malditos los que lo permitieron.

El panteón de los gigantes

Allí en el hueco

se estableció el recuerdo,

dos haces de luz invisible

que llegaron hasta el cielo.

En el panteón de los gigantes

nombraron a los muertos,

tres mil almas de vida sesgada

en la cordillera de un mundo nuevo.

Vinieron juntas

y juntas se fueron,

dos ataúdes metálicos

convertidos en humo negro.

Sintieron el aliento,

la pérdida, la noche oscura y el querer,

tocar el cielo

que se convirtió en hueco,

en futuro intangible que estalló en mil pedazos,

sin que nadie pudiese creerlo.

Aire y ceniza se hizo

la carne,

primero fuego,

antes odio de nuevo.

Era antes y fue después,

odio de acero,

odio impotencia,

odio de ciego.

En un pedazo de papel

comenzó la ofensa

con la cara dibujada

de un rey muerto.

Todos muertos o todos reyes,

no importó la hora,

no importa el credo,

importan los hijos hijas,

                los padres madres hermanos hermanas,

                abuelas y abuelos,

las lágrimas que son cascada a pesar del viento.

En su cumpleaños

tendrán rosas los muertos,

será pronunciado el nombre,

será venerado aquello

que nos hace humanos,

que nos hace visibles,

que nos cura después del sufrimiento.

Y nos permite,

de una forma u otra,

seguir -juntos- viviendo.

(Escrito en la Zona 0. Marzo de 2018)

Foto de Bernard Betancourt