Entrevista a Juana Ramos por Xánath Caraza

¿Quién es Juana Ramos?

Nací en Santa Ana, El Salvador. Soy hija de educadores, de quienes aprendí sobre la importancia de entregarse, sin reservas, a la profesión que uno escoge, ya sea en el campo de la docencia o en cualquier otra carrera. Llegué a los EE.UU. en 1990 (si la memoria no me falla). Cursé mis estudios universitarios en la ciudad de Nueva York. Como todos los inmigrantes, tuve que enfrentarme a una nueva realidad y a nombrarla con una lengua tan ajena que, a pesar de tantos años de articular y servirme de ella, aún no logro sentir. Actualmente soy profesora de Lengua y Literatura en York College, Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York. Además de docente, escribo poesía, la cual es parte esencial de quien soy. Mi primer poemario, Multiplicada en mí,se publicó en 2010. Este, me atrevería a afirmar, es una suerte de búsquedas y hallazgos de un sujeto poético que se pone en la palestra pública para mostrar todas sus aristas. desde entonces he publicado varios poemarios y mi trabajo forma parte de numerosas antologías y revistas tanto impresas como digitales. He tenido la suerte de ver mis poemas y relatos publicados en Latinoamérica, EE.UU. y España. Soy, además, coautora de un libro de testimonios de mujeres que participaron en la guerra civil que azotó mi país desde 1980 hasta 1992. Este libro surge debido a mis intereses académicos, entre los que destaco la necesidad de visibilizar el trabajo y los aportes de las mujeres salvadoreñas (y en general) tanto en la Historia salvadoreña como en el campo literario, en particular la poesía.

¿Quién te acerca a la lectura en tu niñez?

Recuerdo que fui un tanto precoz con respecto a la lectura. Mi madre era maestra de escuela elemental. En muchísimas ocasiones, mamá me llevaba a la escuela en la que enseñaba y así aprendí a leer a temprana edad. Tengo un recuerdo, si bien lejano, muy placentero, de mi madre, quien después se convertiría en mi maestra de primer grado, leyéndoles a sus alumnos con entusiasmo. Más adelante, ya en el colegio, las clases de “Idioma Nacional” y de “Letras” cobraron un significado muy especial para mí, dado que me ofrecían realidades que me invitaban a descubrir, de alguna manera, el mundo y su historia. Recuerdo muy bien cuando, aún bastante chica, descubrí entre los libros de mi abuelo, un ejemplar del Quijote. Eran dos tomos enormes, con cubierta de cuero marrón y dibujos (es lo que logro rescatar de mi memoria). No sé si le pertenecían o si era de alguno de mis tíos, lo que sí recuerdo es que lo tomó en sus manos y me mostró los dibujos, los que llamaron mi atención. Así, me interesé por el libro y, atropelladamente, hice mi primera lectura, muy rudimentaria, del texto cervantino. Pero el texto que debo decir me marcó profundamente fue el Poema de Mío Cid, texto que me acompañaría desde mis años de colegio hasta mis estudios universitarios. Esta afición por dicho texto se la debo a mi maestra de Letras, quien nos hablaba de literatura con gran pasión y mucho brillo en su mirada.

¿Cuándo descubres la poesía y la haces parte de tu vida?

La poesía me llega también desde muy jovencita. Primero en la escuela, cuando de niños los maestros nos asignaban poemas de Alfredo Espino, “el poeta-niño”, y recitábamos los versos de “El nido”: “Es porque un pajarito de la montaña ha hecho / en el hueco de un árbol su nido matinal”. Asimismo, alrededor de los 11 ó 12 años, la escritura me servirá de red de contención que amortiguará un evento importante que habrá de marcar mi infancia: el divorcio de mis padres. Comienzo a escribir apuntes que pasan a cobrar forma de diario en el que anoto todo aquello que experimento con respecto a la ausencia de mi padre, a mi vida con mis abuelos y al vaivén de mi madre, quien asume un doble papel: el de madre y padre. Esos escritos son apenas borrones y fragmentos tímidos, a los que no podrían llamárseles poemas, pero sí barruntos de un ejercicio que se convertirá poco a poco en una forma de vida: un ejercicio poético. Así, la poesía será, por definición, esencial y necesaria para darle un orden a mi vida. Es en la poesía donde realmente me encuentro. Es el espacio en el que confluyen todas mis aristas, en el que me defino y redefino, en el que logro mirarme sin miedos, sin remilgos, sin tiempo.

¿Qué más quisieras compartir con los lectores de Revista Literaria Monolito?

Una de las actividades que más disfruto es mi trabajo, es decir, la enseñanza. Además de cursos de literatura, enseño cursos de composición y gramática avanzadas. En ellos, uno de los elementos esenciales que trato de incorporar en el programa de clases es la escritura creativa. Los estudiantes tienen la oportunidad de escribir cuentos, testimonios, poesía, entre otras piezas. El propósito primordial es promover entre los estudiantes la lectura y la escritura para que estas traspasen las fronteras del salón de clases.

Juana, gracias por compartir tus poemas con nuestros lectores.

La vejez

Pensar en la vejez en esta ciudad neurótica no es recomendable, tampoco mirar a los indigentes a los ojos o leer la palabra cáncer en los letreros que cuelgan de sus cuellos. Hay que pasar por alto al hombre que pela una naranja y deja sus restos en la acera, o a los adolescentes que hablan a gritos e inundan las calles muy pasado el meridiano. En lo posible, eludir los noticieros que insisten en versiones maniqueas, evitar hacerse de un perro (de lo contrario tendrá garantizado un sufrimiento). No hay que perder noches, tampoco días, ni olvidar que afuera nos espera un rumor de aves o un cuchillo atento que habrá de cercenar el día a día, o las fauces de esta urbe insaciable que a plena luz nos engulle y nos expectora impertinente entre las sombras. Con suerte, nos aguarda una primavera en el otoño de esta marcha o cese el filo de la hoja en blanco, razón innegable de todos los insomnios. Pensar en la vejez no es recomendable en esta ciudad inhóspita llena de hormigas y de rascacielos, donde yacen la azabache trenza, el paso sagaz y la certidumbre. 

New York City

Aquí, en este lugar

que duele, asfixia y penetra,

que absorbe y fragmenta

la desdentada gana de conquista.

Aquí, en este lugar

desde donde veo desfilar la vida

que ya no me cabe:

cabizbaja, insegura y miedosa me mira.

Aquí, desde este lugar

que me tragó entera,

que me eructa, me vomita.

Aquí en esta ciudad

preñada de temores, paridora de alertas

y pocas esperanzas, de concreto y hierro

dando gritos irremediablemente.

Renacer

Mi país: tu cuerpo,

que no entiende de fronteras,

donde intento concebirme,

nacerme, darme a luz,

abrir puertas, poner casa,

fotos y manteles,

del que no quiero emigrar,

generoso sitio en el que

apetezco un enteramente,

donde anhelo morir en

plenitud, en libertad.

Entiérrame en tu cuerpo,

tierra fértil donde

brotaré de nuevo,

y esperaré un siglo,

las vidas que sean necesarias

para curar la espera,

para sanarte los recuerdos

a los que seré ajena

con el bálsamo que supuran

mis heridas.