Entrevista a Johanny Vázquez Paz por Xánath Caraza

Johanny Vázquez Paz es originalmente de San Juan, Puerto Rico y desde hace algunos años vive en Chicago. Entre sus libros se encuentran Sagrada familia (ganador del 2015 International Latino Book Award), Querido voyeur (Ediciones Torremozas, 2012) y Poemas callejeros/Streetwise Poems (Mayapple Press, 2007). Recibió el primer premio en poesía en el Concurso de Cuento y Poesía Consenso 2012 de la Universidad Northeastern Illinois. Además, recibió el segundo premio en el mismo certamen por su cuento “La muda”. Coeditó la antología Between the Heart and the Land / Entre el corazón y la tierra: Latina Poets in the Midwest (MARCH/Abrazo Press, 2001). Ha sido incluida en las antologías City of Big Shoulders, Ejército de rosas, En la 18 a la 1, The City Visible: Chicago Poetry for the New Century y Poetas sin tregua-Compilación de poetas puertorriqueñas de la generación del 80, entre otras. Actualmente es profesora de español en Harold Washington College en Chicago, IL.

 

¿Quién es Johanny?

Soy una mujer puertorriqueña residente en Chicago. Empiezo señalando mi sexo porque nací en un hogar de puras mujeres: mamá, abuela, cuatro hermanas, una gran abundancia de primas y muy pocos primos. Mi personalidad fue delineada en un universo matriarcal lleno de mujeres fuertes y luchadoras en donde mi madre reinaba:

 

Mi Madre es dios,

dios es Ella,

omnisciente guardiana

de la inocencia del ser,

sabelotoda respuesta

sin discusión ni argumento,

todopoderosa Señora

de la tierra donde me nació…

 

(“Ser Suprema” del libro Sagrada familia)

 

Nací y me crie en Puerto Rico en un barrio de San Juan llamado Santurce. La magia de Santurce, donde la pobreza y la riqueza se saludan de lejos aunque estén a pocos pasos la una de la otra, ha visto nacer a muchos escritores puertorriqueños y ha sido protagonista de diversos libros. Llegué a Estados Unidos a los 19 años para continuar estudios universitarios. Cuando terminé el bachillerato regresé a Puerto Rico. Aunque me ofrecieron una beca para seguir mis estudios de maestría, la idea de quedarme más tiempo en Terre Haute, Indiana se me hizo insoportable. Después de varios años, por razones (o errores) personales, volví a empacar maletas y llegué a Chicago.

En Chicago trabajo como profesora de español en un college comunitario enseñando literatura y español como segundo idioma. Soy escritora a tiempo parcial, aunque me gustaría poder dedicarle la mayoría de las horas del día a la escritura. Los libros que he publicado hasta ahora son de poesía, pero me gusta escribir prosa y tengo varios cuentos publicados en diferentes antologías. Aparte de esto, soy un ser humano rebelde, complicado, dado a la nostalgia y la melancolía, que aparenta ser fuerte porque aprendió a defenderse de sus “diosas” familiares, pero que al llegar a casa se siente vulnerable ante sus detractores. En mi adolescencia un familiar me reveló que soy un milagro, y desde ese día he vivido tratando de entender el porqué de mi sobrevivencia.

 

¿Quién o quiénes te acercan a la lectura?

 

Esta es la manera que lo recuerdo: mis padres estaban divorciados y mi abuelo paterno nos venía a recoger a mis hermanas y a mí en un Volkswagen Beetle amarillo que nos llevaba a su casa para pasar el día con él, mi abuela y mi papá. Encontraba esas excursiones a la casa de mis abuelos aburridas: no había juguetes ni nada con que divertirme, ni siguiera recuerdo un televisor prendido para entretenerme. Creo que tendría como diez u once años; estaba sentada en el sofá de la sala cuando vi un libro en la mesita de esquina. Tomé el libro de la mesa, no tanto por curiosidad, sino como escape a la situación incómoda en la cual me encontraba. No tenía tanta confianza con mis abuelos paternos y, a mi edad, no conocía el arte de la conversación amena. Cuando mi abuelo me vio leyendo el libro, abrió los ojos entusiasmado y me preguntó: ¿Te gusta? Le dije que sí, presintiendo que lo complacería, y seguí leyendo. Desde ese instante los libros se convirtieron en mis compañeros, llenaron mi soledad, me ayudaron a escapar y alimentar mi imaginación. Era un libro de poesía escrito por un poeta puertorriqueño poco conocido llamado Gaspar Gerena Brás. Entre mis favoritos:

 

Yo quiero una mujer que tiene una

historia de infortunio en su pasado.

Mujer con una languidez de luna

y ojos color de tarde en el collado…

 

(“Mujer con un pasado del libro Trilogía lírica)

 

Recuerdo que lo más impresionante para mí fue ver que el libro tenía una dedicatoria del autor a mi abuelo. Creo que lo empecé a ver con otros ojos; si mi abuelo conocía escritores que le dedicaban libros quería decir que era alguien importante. En mi libro Sagrada familia hay un poema titulado “Abuelo Antonio” donde evoco este incidente:

 

Y tú, abuelo Antonio,

en un libro me entregas mi destino,

me limpias las heridas con ungüentos de palabras,

me das de medicina poesía, y persignas mi futuro

con las manos de un poema.

 

Cuando era hora de despedirnos, mi abuelo insistió en que me llevara el libro. Hasta el día de hoy conservo ese libro que es sagrado para mí. Años después, cuando mi abuelo ya había muerto y yo escribía poemas, le comenté a mi abuela que me gustaba escribir poesía y ella me informó que mi abuelo también escribía. Ese día recibí copias de los poemas de mi abuelo y, por fin, entendí de dónde me venía esta manía de escribir versos.

 

¿Cómo comienza el quehacer literario para ti?

Todo comenzó en Puerto Rico. Después que mi abuelo me diera el libro, empecé a tomar un interés especial en estos objetos mágicos. Antes de eso, veía los libros como textos escolares que se usaban para estudiar ciencias, matemáticas, historia, etc. Soy la menor de las hermanas, así que en mi casa había libros de los cursos que ellas habían tomado. Busqué entre estos los libros de poesía y literatura que había guardados por diferentes rincones de la casa. Mi madre nos tenía prohibido extraviar, destruir o prestar los libros escolares con la esperanza de que sus hijas menores heredaran los que usaron las mayores y no tuviera que comprarlos de nuevo. Así empezó mi gusto por las palabras, no tan solo poesía si no también prosa. La primera novela que leí y me dejó encandilada fue Nada de la escritora española Carmen Laforet.

Pero no tan solo comencé a leer los libros de mis hermanas, sino que también empecé a usar sus cuadernos (o libretas, como decimos en Puerto Rico) usados para escribir. Les arrancaba las páginas escritas y usaba las que sobraban para escribir ideas, versos, sentimientos, poemas o frases de libros que me gustaran. Creo que los primeros poemitas que escribí fueron de amor (¿así no empezamos todos/as?). También me gustaba relatar mi vida como si fuera una novela que alguien escribía, así como en Nada la protagonista era una jovencita con una familia disfuncional, yo tenía una familia llena de vicisitudes merecedoras de una novela, ¡ja! Estas cosas que escribía no se las enseñaba a nadie y muy pocas personas sabían que me gustaba la poesía y la literatura.

A los 14 ó 15 años, nos mudamos a un condominio nuevo en Santurce y me convertí en la niñera de nuestra vecina, a quienes todos llamaban La Gata. Nunca había conocido a ninguna mujer tan moderna y liberada como ella, y su manera de ser, pensar y comportarse tuvieron una gran influencia en mí. A La Gata también le gustaba leer y dejaba que me llevara cualquier libro que tuviera en su casa. Recuerdo que tenía una gran colección de libros de Agatha Christie, los cuales me leí todos. Una de las satisfacciones más grandes que tenía en esos tiempos era encontrar libros maravillosos de autores poco conocidos y prestárselos a la vecina como si fueran grandes tesoros que había descubierto en el fondo del mar. Este intercambio de libros con La Gata fue imprescindible para mi desarrollo como escritora, especialmente porque ella me trataba como una persona adulta y no como una adolescente, y el contar con alguien con quien pudiera charlar e intercambiar opiniones sobre los libros fue vital para ser quien soy hoy.

Cuando me gradué de escuela secundaria vine a Estados Unidos a seguir estudios universitarios. Allí empecé a escribir poesía con más dedicación. Compartí algunos de estos poemas con amistades que me alentaron con sus comentarios a seguir escribiendo. No fue hasta que me mudé a Chicago, cuando comencé a participar en micrófonos abiertos y en talleres de escritura, que me visualicé como poeta. Aquí también publiqué mis primeros poemas en revistas locales, lo cual no fue tan fácil ni divertido porque tuve que batallar con muchas actitudes machistas de los que tomaban decisiones editoriales. Creo que no fue hasta que gané un pequeño certamen de poesía en California y me publicaron unos poemas y un cuento en unas antologías en España que empecé a creer que lo que yo escribía tenía valor e importancia.

 

¿Tienes poemas favoritos de otros autores?

Esta pregunta es difícil de contestar porque tengo muchísimos poemas favoritos. Así que solo voy a mencionar algunos y las razones de mis afectos hacia estos.

Empezaré con el gran maestro Pablo Neruda y su Oda a la vida. Muchas veces he dicho que la poesía ha sido un salvavidas para mí, y este poema en particular es uno que evoco cuando estoy decaída. Poeta al fin, soy dada a la tristeza, lo cual Neruda menciona (o critica) de los poetas:

Vida, los pobres

poetas
te creyeron amarga,
no salieron contigo
de la cama
con el viento del mundo.
Recibieron los golpes
sin buscarte,
se barrenaron
un agujero negro
y fueron sumergiéndose
en el luto
de un pozo solitario.
Sin embargo, la voz poética nos aconseja que cuando pasemos malos momentos solamente esperemos:

…el que de ti reniega
que espere
un minuto, una noche,
un año corto o largo,
que salga
de su soledad mentirosa,
que indague y luche, junte
sus manos a otras manos,
que no adopte ni halague
a la desdicha,
que la rechace dándole
forma de muro,
como a la piedra los picapedreros,
que corte la desdicha
y se haga con ella
pantalones…

Recientemente un estudiante me mandó un mensaje por correo electrónico diciéndome que se iba a dar de baja de mi clase porque estaba teniendo problemas personales y sentía que ya no podía con tantas responsabilidades. Era casi el final del semestre y mi estudiante tenía excelentes calificaciones. Me dio mucha tristeza saber que iba a tirar por la borda todo el esfuerzo realizado. Quería encontrar las palabras perfectas para convencerlo de que terminara el semestre, que no se rindiera. Cuando le estaba contestando el mensaje me acordé del poema de Neruda y decidí incluirle una copia con mi respuesta. La magia de la poesía hizo su efecto y mi estudiante me dijo que el poema le había hecho recapacitar y que terminaría el semestre. Siento una gran satisfacción porque no tan solo terminó el curso sino que sacó un sobresaliente en la clase.

Continúo con la madre de todas las poetas puertorriqueñas, Julia de Burgos. Julia ha sido una gran influencia en mi carrera, y creo que su poema “Yo misma fui mi ruta” (Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese: / un intento de vida; / un juego al escondite con mi ser…) es uno de los mejores poemas feministas que se haya escrito, pero quiero destacar otro de sus poemas, “A Julia de Burgos”:

…Tú en ti misma no mandas;
a ti todos te mandan; en ti mandan tu esposo,

tus padres, tus parientes, el cura, la modista,

el teatro, el casino, el auto, las alhajas, el banquete,

el champán, el cielo y el infierno, y el que dirán social…

 

En el poema, Julia, la poeta, tiene un duelo de palabras con Julia, la mujer, por ser una “muñeca de mentira social” y estar atada al rol que la sociedad impone, mientras la poeta es libre, fuerte y se manda a sí misma. Me identifico con este poema porque siento que la poeta y la mujer en mí siempre están en pugna. Por todas las responsabilidades que tengo como madre, esposa, hija, maestra, etc. dejo a la poeta encerrada en su jaula la mayoría del tiempo y ella rebelde y resentida me grita: ¡A ti todos te mandan! Además, siempre he sentido esa dualidad y he dicho muchas veces que la poeta/escritora es más liberada y atrevida que yo. Ella es sensual, erótica, subversiva, traviesa; yo soy producto de colegios católicos y me crie en una familia muy preocupada por el que dirán.

Termino mencionando a tres poetas puertorriqueños cuyos poemas conocí a temprana edad y quienes con su osadía, atrevimiento y sinceridad visceral me “liberaron” como poeta para escribir con franqueza y coraje: Manuel Ramos Otero (“Yo soy esa mujer que solitaria espera / cualquier invitación al polvo que venga / por correo…”); Olga Nolla (“Pienso en un hombre abierto como una amapola / su sexo alto y duro / sobre su corazón rojo de sangre…”); y Angelamaría Dávila (“…no me hablen, no me miren; por lo menos no grito / déjenme sola, coño / déjenme con mis pestes / DÉJENME QUE ME JODA / —que esto pasa—“).

 

¿Cómo es un día de creación literaria para ti?

Escribo usualmente en la sala de mi casa en un escritorio que está cerca de la ventana, o sentada en el sofá o en una silla reclinable. Cuando tengo la oportunidad, escribo por la tarde, pero usualmente el trabajo no me lo permite así que escribo mayormente por la noche. Me gusta el silencio de la casa cuando los otros se han acostado. Chicago es una ciudad llena de ruido: aviones sobrevolando la casa, trenes con prisa de llegar a su destino, sirenas anunciando emergencias, autos a toda carrera con música reventando los oídos. El silencio es algo que añoro mucho últimamente, y se me está haciendo cada vez más difícil de conseguir. Sueño con alcanzar ese utópico “cuarto propio” que me permita el lujo de dedicarme a la escritura como si fuera un trabajo de 9 a 5. Por ahora, el trabajo que me permite comer y pagar las cuentas absorbe la mayoría de las horas de mi día enseñando clases y de mis noches corrigiendo exámenes y ensayos. En el poema en prosa “Cuatro fronteras sin mar” escribí algo sobre esto:

 

…Miro mi mano ávida de versos conectarse callada al enchufe y, en automático, deslizarse por la página desangrando el bolígrafo en la pureza naif de los alumnos. Me gano la muerte buscando erratas con mi ojo entrenado, y corrijo, corrijo, corrijo sin piedad los errores, todos menos los míos…

(Del libro Querido voyeur)

 

Claro que la inspiración puede llegar en otros lugares. Me pasa mucho en el tren o manejando en mi auto. Entonces escribo las ideas o los versos que se cuelan en mi cabeza en un cuaderno pequeño que siempre trato de llevar en mi bolsa, o en las notas de mi tableta o mi teléfono celular. De vez en cuando, si no puedo escribir, grabo la idea en el teléfono.

La frecuencia varía dependiendo de diferentes factores. Por ejemplo, últimamente no he escrito mucho por razones de salud. Por lo visto, el dolor, las molestias y los medicamentos no son propicios a la creación literaria. De todos modos, creo que siempre es así. Hay épocas que se escribe todos los días, que la musa parece instalarse a tu lado y escribes a diestra y siniestra. Otras veces, aunque trates, no sale nada que te satisfaga y el temido bloqueo de escritores llega sin fecha de partida.

Lo que también me ha pasado es que hay épocas que me obsesiono con una idea o un tema, el cual trato de explorar de diferentes formas en distintos poemas. Por ejemplo, los poemas de mi libro Sagrada familia comenzaron a desarrollarse a raíz del escándalo por los casos de abuso sexual a menores de edad cometidos por miembros del clérigo de la Iglesia Católica. La primera intención fue esa: utilizar la poesía para acusar a los culpables y redimir a las víctimas. Toda mi educación primaria y secundaria en Puerto Rico se llevó a cabo en colegios católicos, pagados con el poco dinero que mi madre recibía por la discapacidad de mi padre. Era importante para ella que sus hijas aprendieran respeto, moral y religión. Quién le hubiera dicho que el lugar donde ella esperaba que encontráramos la salvación anidaba tantos pederastas. Empecé a explorar el tema según mi experiencia. Después de un tiempo me di cuenta que, aunque sí existía una cierta crítica a la Iglesia, muchos de los poemas tenían que ver más con mi familia, quienes, aparte de las monjas, los curas y el colegio, me inculcaron estos conceptos religiosos que me marcaron de por vida. En el libro elevé a mi familia a un nivel sagrado, y degradé a los miembros de la Iglesia a un nivel terrenal. Escribir es una manera de conocerte mejor, de procesar lo que has vivido desde un nuevo punto de vista, de exponer tu perspectiva y tratar de entender lo bueno y lo malo de este mundo incomprensible.

 

¿Cuándo sabes que un texto está listo para ser leído? ¿Cómo has madurado como poeta?

Por esto es tan importante leer tanto a los clásicos como a los poetas y escritores contemporáneos. Para desarrollar el oído y la mano que trace el contoneo perfecto en donde las palabras fluyan entre sí, se acomoden como un rompecabezas para formar el poema que quieres escribir y que, a veces, no quiere salir como tú lo imaginas (o presientes).  Yo trabajo mucho los poemas. Me gusta dejarlos reposar por varios días, darles una ojeada fresca, leerlos en voz alta hasta que fluyan bien y sienta que cada palabra pertenece al conjunto. También es bueno leerlos en público si se ofrece la oportunidad, en alguna presentación o micrófono abierto. Me ha pasado muchas veces que mientras los leo es que me doy cuenta de lo que hay que cambiar o lo que está de más. A veces hay un verso o una estrofa que no encaja bien o no me agrada completamente y sigo trabajando el poema por meses o años. Quizá la mejor prueba de que he madurado como escritora es saber esto: un texto está listo cuando yo estoy completamente satisfecha con él. A más nadie tiene que complacerle como a mí. Tengo que asegurarme que va a pasar la prueba del tiempo, que en cinco o diez años no me va a desagradar lo que escribí. Hace años una poeta me aconsejó que no tuviera prisa en publicar y que no publicara todo lo que escribo, porque no todo lo que uno escribe merece ser publicado, y así he hecho.

 

¿Qué tanto hay de Puerto Rico en lo que escribes?

En Puerto Rico están mi madre, mi hermana, mis tíos/as, primos/as y muchos/as amigos/as del alma. Vivo pendiente a lo que pasa en mi país, leo los periódicos locales todos los días en la Internet, llamo a mi familia y visito la Isla frecuentemente. En resumidas cuentas: hay mucho de Puerto Rico en mí, por lo tanto, hay mucho de ese pedacito de tierra en mi escritura. Llevo alrededor de 30 años viviendo en Chicago pero mi identidad cultural nunca ha desaparecido, si acaso se ha transformado en una nueva manera de ser puertorriqueña. Todo inmigrante tiene que adaptarse a su medioambiente, aprender comportamientos y maneras de comunicarse nuevas, dejar algunas costumbres del pasado, empezar tradiciones ajenas. De todos modos, vivir en Chicago no es lo mismo que vivir en Indiana, y por eso siempre digo que vivo en un pueblo de Puerto Rico llamado Chicago. Aquí hay muchos compatriotas, hay un barrio boricua que te da la bienvenida con las banderas más grandes que existen de mi país, hay un museo, centros culturales, colmados, tiendas, restaurantes, etc. No me siento totalmente desarraigada y exiliada de mi patria. Pero si quisiera reclamar por los años que he vivido aquí e insistiera que mi pasaporte dice que soy ciudadana de Estados Unidos desde que nací, aquí de todos modos siempre me enganchan una de estas etiquetas: latina, puertorriqueña, latinoamericana, extranjera, etc. No sé si existe una manera de escaparme de mi puertorriqueñidad. Además, yo siempre he sido de esas boricuas que sueñan con regresar:

 

Vivo regresando a ti, San Juan, como la ola que aterriza en la arena

para retornar deprisa a su destierro. Ahora que mi cabello ha blanqueado, te juro que nunca partí; sigo agitando el pañuelo con los ojos anclados a tu puerto…

 

(Del libro Querido voyeur)

 

Creo que en cada uno de mis libros exploro diferentes aspectos de mis vivencias como puertorriqueña: la experiencia excitante y estremecedora de emigrar de una Isla a una ciudad aglomerada (Poemas callejeros); recuerdos de mi infancia y adolescencia en Puerto Rico y crítica a la opresión religiosa (Sagrada familia); cotidianidad de una mujer emigrante que rememora con nostalgia su pasado y sus sueños futuros (Querido voyeur).

 

¿Cuál piensas que es tu papel como promotora cultural? ¿Crees que hay alguna responsabilidad?

Escribo estas respuestas poco tiempo después de haber salido del hospital y haber tenido una cirugía que espero alivie los malestares médicos que he padecido en los últimos dos años. Por esta razón siento que mi papel como promotora cultural no ha sido tan activo como lo fue hace algún tiempo. A los pocos años de mudarme a Chicago empecé a trabajar como voluntaria con el Centro Cultural Puertorriqueño Segundo Ruiz Belvis donde coordiné varios eventos literarios y artísticos. Después hubo un tiempo en que junto al poeta chileno Lito Barraza y otros/as compañeros/as organizamos muchas bohemias de poesía y música en diferentes lugares de la ciudad. Luego estuve alrededor de cinco años como maestra de ceremonias de la serie de poesía bilingüe Palabra Pura del grupo literario Guild Literary Complex. Aparte de esto, siempre he participado, ayudado y/o promovido eventos de organizaciones locales como la revista Contratiempo, El Beisman, el Museo Nacional de Arte y Cultura Puertorriqueña y el Teatro Aguijón, quienes en el año 2013 adaptaron mi libro Querido voyeur para una puesta en escena.

Más que verlo como una responsabilidad, pienso que los escritores, músicos y artistas en general tienen que crearse sus propios espacios. Los entes gubernamentales descartan el arte y la cultura como prioridades donde invertir dinero. Las universidades siguen los esquemas que el canon dicta y raras veces se interesan en apoyar los nuevos talentos que tienen a su alrededor. Todas las organizaciones y grupos que menciono arriba existen porque un grupo de escritores o artistas en algún momento se vieron con este dilema: si queremos publicar, tenemos que empezar una revista o una editorial; si queremos lecturas de poesía, tenemos que buscar un lugar; si queremos presentar obras de teatro en español, tenemos que comprar un edificio. Me gustaría que en una sociedad en donde pagamos tantos impuestos se viera la educación, el arte y la cultura como una responsabilidad primordial para el desarrollo de cada ciudad y el bienestar del país, pero la realidad es que educarse sale cada vez más caro y las organizaciones culturales sin fines de lucro reciben menos ayuda financiera cada día. Así que nos toca a nosotros/as construir espacios para poder existir y hacernos escuchar.

 

¿En qué proyecto estás trabajando ahora?

Actualmente estoy escribiendo más prosa que poesía. Me gustaría que mi próximo libro fuera de cuentos. Por ahora visualizo el libro con dos partes: una de cuentos donde la trama ocurre en Puerto Rico, otra donde los acontecimientos suceden en Chicago o Estados Unidos. La cosa va lenta por los problemas de salud que he tenido recientemente, pero espero que cuando esté totalmente recuperada pueda aligerar el paso. Lo cual no quiere decir que nunca escriba un poema; siempre se cuelan los versos por aquí y por allá. Además de esto anhelo editar una antología de escritores puertorriqueños en un futuro cercano.

 

¿Qué consejos tienes para otros poetas que comienzan?

El consejo más básico es que lean mucho para que desarrollen el ojo y el oído de lo que es buena literatura. Después que conozcan los clásicos y lo que están escribiendo los autores contemporáneos pueden romper las reglas y reinventar con voz propia lo que ya está escrito (porque como dicen, ya todo está dicho). Aconsejo trabajar y editar lo que escriben hasta que cada palabra sea la justa y necesaria. Deben prepararse emocionalmente ante las críticas negativas que otros/as hagan de su trabajo y no dejar que eso les arruine las ganas. Saber que nadie va a descubrirte, tocar tu puerta para ayudarte o crear espacios para publicarte o promoverte; uno/a mismo/a tiene que buscar oportunidades, coordinar lecturas, crear revistas o páginas cibernéticas, publicarse. Para mí lo más difícil de esta profesión es promoverse. Existen dos trabajos: uno es escribir, editar y pulir; el otro es buscar qué hacer con lo que escribes, sea oportunidades de publicación, certámenes disponibles, congresos o ferias donde participar, contactos que hacer con otros escritores, etc. No todo lo que intentes producirá frutos y alegrías, pero si nunca tratas de hacer algo, nada bueno va a pasar.

A las mujeres les aconsejo que no tengan miedo de compartir su trabajo y pararse en un escenario, que siempre piensen que lo que escriben es tan importante y válido como lo que escriben los hombres. No se dejen apabullar por gente que se crea superior a ustedes o se abrumen por los que critiquen que escriben “cosas de mujeres”. Aunque existen muchas escritoras talentosas y exitosas, todavía estamos en desventaja en reconocimiento en el canon, en visibilidad en los medios, en minoría en posiciones decisivas de publicación y crítica literaria. Si lees, estudias y escribes con pasión y dedicación, no dejes que nadie te desanime ni te haga sentir menos.

 

¿Hay algo más que quisieras compartir?

Los invito a pasar por mi blog Tinta Derramada en http://johannyvazquezpaz.blogspot.com/.

Cualquier comentario que tengan o si desean comunicarse conmigo, pueden escribirme a  johanny310@gmail.com.

 

Gracias, Xanath, por darme la oportunidad de participar de este diálogo y por tu excelente trabajo como escritora y promotora cultural.