Entrevista a Franky Piña por Xánath Caraza

¿Quién es Franky?

En el tiempo que he pasado en Chicago he ido erigiendo un nombre como gestor cultural. Soy director de una revista, soy un escritor (con muchos altibajos), soy un improvisado diseñador gráfico, soy un hijo errante, soy un hermano distraído, soy un amigo irónico y asimismo soy una persona no conforme con su género. Con la edad he comprendido que el espíritu no se manifiesta de una sola manera y a través de un solo género. Por ahora me ha tocado escribir, diseñar, producir videos, estar al frete de El BeiSMan. Y si he llegado a escribir sobre plástica es porque creo que el arte es una de las manifestaciones que comulgan casi a plenitud con el espíritu. De igual manera si realizo videos es porque es otra manera también de expresar pulsiones e inquietudes a través de un medio visual. Al atender una mesa, preparar un platillo o diseñar un libro, la pasión no es menor en ninguno de los casos. Con el tiempo, me he dado cuenta de que una de mis razones de ser en este mundo es ser una especie de catalizador. Ser uno de los instrumentos que canalizan el fluir de varios espíritus, pero sobre todo, los espíritus comprometidos con la otredad. Esos espíritus inquietos, rebeldes que no se conforman con lo establecido y que tienen todavía la esperanza de que un mundo mejor es posible.

 

¿Quiénes guían tus primeras lecturas?

Me acerqué a Cien años de soledad a los 17 años. Entonces, trabajaba en el mercado y vivía una rebeldía sin causa. Como casi todo joven de mi edad, vivía enajenado con el mundo televisivo estadounidense. También quería ser parte de ese imaginario de consumo y fantasía. Así que una amiga —de la cual creía estar enamorado— me tendió esa obra de García Márquez para que pudiéramos hablar de algo más que del nuevo video musical de Madonna. Me apliqué y tracé el árbol genealógico de los Buendía. Leía para estar cerca de ella. La lectura me tomó un par de meses y pronto se me comenzó a desdibujar la novela. Ese amor no me correspondía.  El desencuentro y el orgullo me empujaron a hacer las maletas y migrar. Ya en Chicago, un accidente del tiempo y de la amistad me hicieron terminar en el taller literario El lugar sin límites. Leíamos las voces latinoamericanas: Revueltas, Garro, Vargas Llosa, Paz, Fuentes, Poniatowska, Donoso, Rulfo y Arreola, y volví a leer a García Márquez pero ya sin la pretensión de impresionar a nadie.

 

¿Cómo comienza el quehacer literario para ti?

Después de leer a los autores del boom, me di cuenta que adentro tenía un gusanito que me decía que yo también tenía una o varias historias por contar. Los del boom me iban dando una pauta para aprender a narrar, a desarrollar personajes. Y aunque mi formación de lector comenzó muy tarde, sentía esa pulsión por escribir. Quería decir algo, pero no sabía cómo. Llevaba prisa por leer lo que no leí en mi juventud. Un día los miembros de El lugar sin límites ya tenían varias hojitas bien pulidas de su autoria y no había un medio donde publicarlos. Entonces en marzo de 1992 lanzamos la revista Fe de erratas en Chicago y ahí se publicaron mis primeros cuentos. Me formé autodidacta, y por la prisa de mis lecturas no me detenía a analizar la armazón de lo que leía y creo que por eso la ficción no se me dio. Sin embargo llegué a escribir con cierta decencia tan solo un cuento. Trata sobre un merolico y se llama “Romero bendito”. A partir de ahí comencé a afinar el oído y comencé a explorar la polifonía de voces en la crónica. Como no aprendo de la vida, me acerqué a la plástica para estar cerca de otra novia. Ella hablaba un lenguaje muy distinto al de las letras y me volví asiduo al Art Institue. Comencé a leer crítica y los textos de Luis Cardoza Aragón y John Berger me enseñaron otras maneras de ver el arte. Y así comencé a escribir sobre plástica, buscaba comprender las obras que me gustaban. Las monografías sobre artistas de Chicago que he escrito se han ido acumulado en un puñado de catálogos.

 

¿Tienes poemas favoritos de otros autores?

Citar a Jorge Luis Borges es un lugar común que no envejece. Lleva ya tiempo que es mi autor de cabecera. Cada lectura de un cuento o poema me acerca a la dicha. Borges fue un escritor modesto y me ha enseñado no pocas lecciones. Entre ellas descubrir el entramado de la escritura. Es imposible concebir obras perfectas; sin embargo, su obra llega a mostrar versos, fragmentos y oraciones que son obras maestras. Asimismo, invita a descubrirlas en otros autores. Pero dichas obras requieren de un andamio que las sostega. Hay un poema que me persigue; pertenece al poemario La cifra, publicado en 1981: “El ápice”. Lo comparto y no creo que el poema requiera mayor explicación del porqué es uno de mis favoritos:

 

El ápice:

 

No te habrá de salvar lo que dejaron

Escrito aquellos que tu miedo implora;

No eres los otros y te ves ahora

Centro del laberinto que tramaron

Tus pasos. No te salva la agonía

De Jesús o de Sócrates ni el fuerte

Siddharta de oro que aceptó la muerte

En un jardín, al declinar el día.

Polvo también es la palabra escrita

Por tu mano o el verbo pronunciado

Por tu boca. No hay lástima en el Hado

Y la noche de Dios es infinita.

Tu materia es el tiempo, el incesante

Tiempo. Eres cada solitario instante.

 

¿Cómo es un día de creación para ti?

Soy un escritor y videógrafo desbalagado. No se me dio la disciplina para crear. Me acerco al ensayo, la crónica o el video por necesidad de comprender una obra, un fenómeno social o una injusticia. Cuando la realidad me aguijonea y me cimbra el piso en el que estoy de pie, quiero saber el porqué. Salgo a la calle a averiguar, literalmente me ensucio las manos y comienzo a ordenar mis ideas en torno al tema. El resultado de una pieza casi nunca se parece a la idea original. Cambia constantemente. Después de escribir el primer párrafo regreso al principio y comienzo a revisar, a cambiar hasta encontrar el tono. Cuando terminó el segundo párrafo vuelvo al principio y vuelvo a revisar. Por mi inseguridad, reviso más que lo que escribo. Cuando escribo y edito, el tiempo convencional se disipa y ahora el tiempo comienza a girar en torno a la crónica o al video. El lugar indicado para escribir es un recoveco en Pilsen en Chicago. Me desplazo por el barrio con la computadora y cualquier mesa se convierte en escritorio, estudio u oficina. Como además soy editor de El BeiSMan, intento no publicar a menudo pues una revista es el eco de una polifonía de voces y no un aparador de una sola persona.

 

¿Cuándo sabes que un texto está listo para ser leído?

Un texto nunca estará listo pues siempre hay maneras de hacer que las ideas se vuelvan más claras y comprensibles. En mi caso, esto funciona para un ensayo o para un mini documental. Toda pieza siempre se puede elaborar más y pulir otro poco. Claro, hay ocasiones en que de tanto pulir un texto le va limando su esencia, especialmente cuando se incluyen las voces de otros. Hay que respetar la riqueza verbal de los interlocutores, los personajes. Se llega a la madurez con paciencia y tolerancia con los otros y con uno mismo. La creación no debiera ser una actividad de mártires, porque aunque haya dolor en el proceso también hay dicha.

 

¿Qué tanto hay de México en lo que escribes?

Con el tiempo México ha dejado de ser el centro de lo que escribo, pero no quiere decir que no me importa lo que sucede allá. Por ahora mi labor gira en torno al espacio que habito y el tiempo que vivo, y es que escribo primordialmente para comprender el mundo que me ha tocado vivir. En El BeiSMan hemos llegado a creer en ese verso de William Blake: “To see a World in a Grain of Sand”. Por lo tanto, en El BeiSMan vemos al munto a través de los ojos del barrio de Pilsen.

 

¿Cuál piensas que es tu papel como promotor cultural? ¿Crees que hay alguna responsabilidad?

Mi papel es facilitar un medio ya sea la revista digital, la feria de Autores Latinxs o el festival de artes Pilsen Fest. Estos proyectos culturales tienen el fin de empoderar a la comunidad a través de las artes, incentivar la lectura crítica y la reflexión sobre la problemática que encara la comunidad latina en Chicago. Estas tres iniciativas son el producto de un colectivo de escritores, profesores, jóvenes empresarios y trabajadores de la cultura, y todo los que participan lo hacen de manera voluntaria. Si existe algo que cohesiona al colectivo es la pasión y el compromiso con la creación cultural. Ahora bien, cualquiera de esos medios debe proveer contenido que motive a la reflexión y que aguijonee la indiferencia. Creo que cada obra, lectura o actividad debería mover a la audiencia. Si no lo hace, se habrá fallado en el intento. Además del goce estético de la obra, definitivamente existe una responsabilidad social. Creo que fue el filósofo Enrique Dussel quien definió maravillosamente la ética como “la responsabilidad ante la vida”.

 

¿En qué proyecto estás trabajando ahora?

Trabajo en un conjunto de ensayos sobre artistas latinos en Chicago, que espero algún día vean la luz como un acercamiento a la contribución plástica de los artistas latinos a la cultura plástica de Chicago. Pero como carezco de una metodolgía, siempre se atravieza alguna crónica de largo aliento o el proyecto de un minidocumental comienza a hacerme cosquillas y postergo el trabajo en el libro. No obstante, con el paso de los días se van acumulando los ensayos y el día menos pensado ya estará ese libro en la imprenta.

 

¿Qué consejos tienes para otros escritores que comienzan? 

Perferiría no dar consejos pues yo mismo soy muy testarudo para seguirlos. Sin embargo hay unas palabras de un crítico de cine peruano cuyo nombre no recuerdo y hasta el día de hoy me continúan haciendo eco. Decían: “Para hacer cine, ver cine”. Creo que esa máxima se aplica a cualquier otra expresión artística. “Si quieres escribir, lee…”

 

¿Hay algo más que quisieras compartir?

Sí, visiten nuestra revista digital El BeiSMan en la red (http://www.elbeisman.com/) y si escriben en español, inglés o espánglish puedes compartir sus escritos con El BeiSMan y con mucho gusto los consideraremos para su publicación.

 

VIDEOS

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