Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987) es poeta, editor e investigador, maestro en Literatura Mexicana Contemporánea por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Sumario de los ciegos. Antología personal (2020), Penélope frente al reloj (2019), Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018), Canción de la tijera en el ovillo (2017), Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles (2017), El tábano canta en los hoteles (2015), La cobija de Ares (2013) y Rosaleda (2012) son sus libros de poesía publicados hasta ahora. Una muestra de su obra está incluida en la Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014). Entre otros reconocimientos, obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2012, el XIII Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2017 y el VI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019.
¿Quién es Francisco Trejo?
Es la segunda vez que alguien me hace la misma pregunta al entrevistarme. Como en la primera ocasión, no podría dar un pájaro por respuesta, sino apenas una pluma en descenso, siempre en descenso por la niebla. Las palabras nunca alcanzan para ser en ellas. El poeta lo advierte. Quiere nacer en el poema, pero se queda a medias, atorado en la vulva de su propia invención. Quizá el silencio, ante una pregunta de esta magnitud, sea lo más significativo, la mejor máscara frente a su fracaso.
¿Quiénes te acercan a la lectura?
Fue la angustia la que me hizo tomar un libro por primera vez, para leerlo de manera seria. Algún maestro de bachillerato dijo en su clase que los libros hacían soñar en grande, así que, de alguna manera, busqué ese sueño del tamaño de mi soledad y del tamaño de mi miedo. ¿De qué miedo hablo? Del miedo de acertar en la idea de que la vida carece de importancia y que en el mundo no acontece nada más que el absurdo. De hecho, el ejercicio de la poesía es una manera de resistirse a esta idea decadente de jamás llegar a alguna parte. Si la muerte es el origen de un sismo angustiante, la poesía debe ser una ciudad destruida. El poeta no es sino un acumulador de escombros, el que apila rocas y argamasa para abrirse camino hacia el porvenir de la conciencia.
¿Cómo comienza el quehacer literario para ti?
Comienza como un sueño. Un sueño en el que las palabras son como un alambre que se tuerce, una y otra vez, hasta reventarse. En este sueño, la meta es el sonido de algo que se rompe.
¿Cuál piensas que es tu papel como poeta?
El papel de todo poeta es hacer de la muerte su propia casa
¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Ahora estoy en un proyecto relacionado con la poesía. Soy el director de Nueva York Poetry Review, proyecto que fundamos Marisa Russo, directora de Nueva York Poetry Press (editorial especializada en poesía en lengua española y en traducción dentro de los Estados Unidos), y yo.
Francisco, gracias por compartir algunos poemas con los lectores de la Revista Literaria Monolito.
DISFRAZ DEL EXTRANJERO
El nombre que tengo
jamás ha sido mío,
porque siempre fue
de mi hermano mayor
que nació sin vida
a los cinco meses
y creció, desde entonces,
como mata de ajenjo
en el corazón de mi madre.
Con su muerte
reconozco mi vacío
en todos los retratos:
a media luz, mi cara
con los rasgos
misteriosos de mi padre.
Mis amigos me observan
y piensan que este cuerpo,
como una olla
llena de melancolía,
soy yo, en la hora
de las discretas mutaciones:
«Es Francisco», dicen,
mientras ven
los marcados lunares
como aspecto distintivo
de mi rostro.
Y como esas máculas
sobre la piel
hay otras manchas
que oscurecen de mí
lo más profundo.
Son mi carne
y mi epidermis
el disfraz desajustado
de mi alma:
estoy detrás de él,
como detrás
de la muerte de mi hermano.
EL MITO DE LA LLUVIA
No se explican mis padres cómo hicieron el amor
para que yo naciera enfermo del más peligroso de los bienes.
Han de turbarse cuando pronuncie sus nombres
con una fuerza de viento inusitado
y cuando descubran que mi amor, siendo lluvia,
prefiere caer sobre las grietas de los yermos,
antes que terminar en el fondo de la copa
donde el mundo reserva su cicuta.
BORRADOR PARA UNA RESPUESTA
Cuestiona mi madre la razón de mi escritura.
¿Acaso saben los albatros lo que buscan mar adentro
o prevén los mirlos la dimensión de su rapiña?
Jamás tendremos la virtud de la certeza.
No busco proteger a nadie
con la sombra corrompida de mis alas.
Sólo quiero sentirme menos inconcluso.
Sentir, tal vez,
que mientras escribo el poema
la soledad me duele menos.
Crédito de la fotografía: Erik González