Entrevista a Cecilia Quílez por Xánath Caraza

Cecilia Quílez es originalmente de Algeciras, Cádiz, España y, hoy en día, reside en Madrid. Algunos de sus poemarios son Caligrafía de la necesidad, La posada del dragón, Un mal ácido, El cuarto día, Vísteme de largo y La hija del capitán Nemo. En 2014 publica en Tigres de Papel, en formato digital, su obra Un mal ácido. Ha colaborado en programas de radio y coordinado y dirigido en exposiciones de pintura y escultura los catálogos de éstas. Tiene relatos y artículos publicados en diversas revistas y publicaciones y participado como ponente en diferentes jornadas sobre literatura en conferencias nacionales e internacionales, programas de televisión y radio. Ha sido incluida en recopilaciones y antologías junto a otros poetas. Actualmente dirige la Editorial Tigres de Papel junto a otros dos socios. Colabora con algunos proyectos sobre redes y con la “Asociación Poética Caudal”.

 

¿Quién es Cecilia Quílez?

Mi certificado de nacimiento, documento de identidad o pasaporte me hacen ser consciente de que soy real y vivo en este tiempo (también mi banco, eso a veces me hace desear lo contrario). Me acuesto cada noche pensando que todo puede cambiar en un segundo, que el sueño puede ser reparador e incluso irreal porque ahí es donde puede que seamos algo que nos haga felices sin obstáculos. Y cuando despierto no tengo la certeza de dónde estoy o si soy la misma que ayer. Por eso sigo creyendo que un día despertaré sin esa inquietante sensación y que todo será más o menos como cuando sueño ser feliz sin esas latosas interrupciones de la vida consciente donde todo suele ser como uno quiere. No tengo ni idea de la imagen que doy a los demás, pero sospecho que dadas esas circunstancias que van conmigo (hay días en que se me nota claramente) depende del grado de paciencia y complicidad que yo pueda generar en esas personas.

 

¿Quién te acerca a la lectura?

Mis padres sin ninguna duda. Siempre hubo libros en sus casas. En la de mi madre, por ejemplo, con un criterio diferente y siempre expectante a sugerencias que venían de la mano de visitadores de enciclopedias o del Círculo de Lectores. Eran visitas, que sin dejar de tener un trasfondo de ventas, las esperaba y escuchaba con interés y entusiasmo silencioso. Mi abuela materna, que en su desesperación por hacerme una mujer dichosamente práctica en los temas cotidianos (solía presumir que para cambiar un enchufe no se necesita un hombre, sino aprender cómo hacerlo) acabó claudicando en mi aislamiento en la lectura e iba recopilando todo aquello que leía con voracidad los fines de semana que pasaba con ella (y que eran la mayoría por otras circunstancias que no vienen al caso describir en este contexto). Y mi padre, que es y ha sido un bibliófilo depurado en tiempo lento, o sea, que ha ido haciendo una colección de clásicos que lamentablemente ha ido perdiendo en sus matrimonios y las casas que acompañaban a estos. Era, nos afirmaba, la única herencia que nos dejaría cuando no estuviera. A mí me queda, por ejemplo, el recuerdo de aquella edición del quijote encuadernada en piel y papel vegetal con su nombre estampado en pan de oro.

 

¿Cómo comienza el quehacer literario para Cecilia?

Siempre cuento que cuando aún no sabía cómo expresarme, mis letras ya se estaban ordenando desde que tenía pocos años. Sentía el apremio vital e incluso angustioso de hacerlo. Tenía, creo, mucho que contar porque observaba y distinguía gestos y espacios ensombrecidos donde otros parecían no percatarse o porque sencillamente, no eran relevantes en su forma de mirar o pensarlos. Yo sí los estudiaba, de ahí esa incontinencia del silencio. Si en el colegio nos pedían una redacción sobre algo en concreto, disfrutaba despellejando y afilando hasta el último rincón cualquier tema e incluso me liberaba más allá o más acá del ejercicio imaginario. Mis primeros textos fuera de esa tarea escolar, eran intencionadamente narrativos, en forma de cuento o en novelas que nunca llegaba a concluir. La falta de constancia y la creciente lectura de poesía, me llevaron a esta como una forma de expresión más rotunda, más directa. Nunca he dejado de escribir prosa, pero sí es cierto que la poesía ha sido desde esos comienzos una forma también de narrar una novela. Nunca he podido desembarazarme de ella. Publiqué mi primer libro de manera casual, pero el azar hizo que se cruzara mi primer editor, Antonio Huerga y finalmente publiqué La posada del dragón De ahí en adelante ha ido todo en consonancia del azar o porque simplemente, me di a conocer gracias a ese libro.

 

¿Tienes poemas favoritos de otros autores? ¿Pudieras compartir algunas estrofas y compartir tu reflexión/atracción hacia estas?

Jorge Manrique, Raúl Zurita, Blanca Varela, T.S. Eliot, Chantal Maillard,Wallace Stevens, Keats, Aurora Luque, Rimbaud, Emily Dickinson, Juana Castro, Antonio Gamoneda, Nicanor Parra, Juan Carlos Mestre…No podría contabilizar a todos. Percibo de cada voz un lenguaje distinto en cada momento que busca cómo expresar lo que no puedo y en esas palabras encuentra respuestas. Con eso me vale. Cito uno que me acompaña desde hace tiempo del gran maestro César Vallejo:

 

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

 

Todos saben que vivo,

que soy malo; y no saben

del diciembre de ese enero.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

 

Hay un vacío

en mi aire metafísico

que nadie ha de palpar:

el claustro de un silencio

que habló a flor de fuego.

 

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

 

Hermano, escucha, escucha…

Bueno. Y que no me vaya

sin llevar diciembres,

sin dejar eneros.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

 

Todos saben que vivo,

que mastico… y no saben

por qué en mi verso chirrían,

oscuro sinsabor de ferétro,

luyidos vientos

desenroscados de la Esfinge

preguntona del Desierto.

 

Todos saben… Y no saben

que la Luz es tísica,

y la Sombra gorda…

Y no saben que el misterio sintetiza…

que él es la joroba

musical y triste que a distancia denuncia

el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

 

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo,

grave.

 

¿Cómo es un día de creación literaria para ti?

Escribo poesía, porque como ya he dicho antes, no me compromete a una rutina obsesiva ni al ritmo que necesitaría la prosa. Por lo tanto, no la tengo ni me obligo a ella. Hay, supongo, también un componente que tiene que ver con la estimulación para acabar una novela, pero mire, primero tengo que tener claro donde están mis prioridades personales y ya no se dan los mecenas como antaño, lamentablemente. No puedo dejar de ganarme la vida mientras no me den lo mismo para dejar esa vida que es la que me da de comer y tener una casa. La poesía tampoco, pero al menos, escribo sin plazos de entrega ni temor al fracaso como es por ejemplo, la falta de ventas. Porque seamos claros, por mucho éxito que tuviera un libro de poemas, ni las tiradas de las ediciones son las mismas y ni los derechos de autor dan para comer. Podría hacerlo si el número de lecturas fuera aceptable, pero -y créame, no es una crítica, es una realidad- vivimos en un país donde se pagan mal o, lo que es peor, se espera que se haga gratis. No sé en qué cabeza cabe que un escritor tenga que pagarse hasta el billete de autobús o de tren o lo que sea para complacer el vacío cultural de algunos gestores en instituciones culturales. Es de lo peor que puede ocurrir por el bien de esa cultura que aclaman como ribete de un país civilizado. Otros lo hacen, no voy a entrar en sus razones, pero es lo que hay. Ese nivel, que dirían muchos, es el ejemplo. Y ahí, para bien o para mal, no me encuentran.

 

¿Cuándo sabes que un poema está listo? ¿Cómo has madurado como poeta?

Yo espero seguir creciendo positivamente en la dirección que sea, por eso mis poemas son un reflejo de ese torpe caminar y también de aciertos. Empecé a elaborar en las redes una serie de escritos que narraban mi día a día en relación con la escritura (Escrituraciones y Aflorismos). Aún sigo haciéndolo de vez en cuando. Me sirven para aliviar la negación que supone el acto de tener algo que decir. Es insoportable no poder expresarse uno mismo (a riesgo de perder el tono poético, que también es otro peso pesado a la hora de escribir cuando lo que se espera de una es que sea lo más lírica posible, que sorprenda con un poema donde tiemblen hasta la cúpula de las metáforas). Me gusta mucho cocinar pero tampoco tengo tiempo de hacerlo como me gustaría, con paciencia, vigilando el punto de ebullición, la melosidad y el sabor logrado por la vigilia cerca de la cacerola. Pero mi ritmo de vida me aleja de esas ollas y bandejas de barro que adoraré siempre, del aroma creciente de un guiso donde una detecta qué ingredientes faltan para su final perfecto. Así que me veo obligada a usar una olla rápida. Mismos ingredientes, menos tiempo. A veces comparo mis escritos con este mismo hecho. Meto todas las imágenes, las sensaciones, el aire que me da el día, el que me falta o me sobra, mi dolor crónico de tristeza, mi parte de esperanza, la rebeldía y la impotencia a dosis iguales. Cuezo todo eso en poco tiempo, no sé cómo saldrá el escrito hasta que no lo pruebo al día siguiente. Si le falta algún condimento me lo como, si es insalvable, lo tiro. Procuro, en cualquier caso, si tengo invitados a esa mesa, que queden satisfechos. Y asumir, porque así debe ser la honesta entrega del cocinero, que no quieran volver a sentarse a mi mesa.

 

¿Qué tanto hay de España en lo que escribes?

Tanto como lo que me permita escribir sin quejarme o quejarme por motivos que debo escribir. Si viviera en otro lugar fuera de España, entiendo que me ocurriría algo parecido. Pero hemos vivido demasiadas cosas que nos han hecho dudar hasta de quedarnos, y no es que nos echaran, no. Es que, como dice Sergio del Molino, esta España se había quedado vacía y aquí no pintábamos nada ni nos dejaban pintar. La situación sigue para la mayoría con la última crisis que ha azotado a familias enteras. Los que vamos saliendo de este desastre nos ha quedado un poso de amargura y rabia por no haber sido capaces de frenar o bandear esa situación a pesar de habernos incluso reinventado en muchos casos. La desconfianza hacia un gobierno que ha permitido que sus ciudadanos, los que eligieron como representantes del poder, daban cuenta de la dimensión de la catástrofe económica, pero no aportaban soluciones. Ese, en el peor de los casos, ha llevado a la gente a reglar sus convicciones futuras -al menos, yo lo he hecho- para que no se vuelva a repetir. Mi testimonio de esta etapa se vio reflejada en un libro que acabo de publicar Caligrafía de la necesidad. Es una crónica personal tristísima pero que da cabida a lo que muchos han pasado en un estado de sitio inmoral y vergonzante donde ese gobierno dio la espalda a familias que preferían saltar desde sus ventanas antes de abandonar sus casas por desahucio. Fue terrible ver en las noticias casos así. No sólo no se nos permitió soñar con un futuro, sino que muchos no salían de su asombro y la frustración de no tener dónde comer. Una, por reparo, aguantó el hambre y la presión en las colas diarias de los comedores sociales. Gente escarbando en la basura. Era una pesadilla de una posguerra política que volvía como una película de terror. Pero no, estaba ocurriendo. Tuvimos que volver a las aulas de la imaginación sin saber siquiera si esta podría salvarnos. El libro trata pues, de esta pesadilla. Una crónica, digo, de una realidad-ficción donde ambas situaciones no daban tregua a distinguirse una de la otra. El exilio social era y es una solución todavía. Es, si se me permite esta reflexión, poesía de la estadística de todo eso.

 

¿Cuál piensas que es tu papel como mujer y poeta? ¿Crees que hay alguna responsabilidad?

No me siento responsable por la condición de mi género, aunque admito que éste me ha puesto las cosas más difíciles alguna vez. Mi mayor revolución está en mis escritos, una crónica donde suceden cosas que me afectan y necesito escribirlas. Algunas hablan de esas asimetrías entre hombres y mujeres y también como denuncias a un patriarcado social e histórico. Colaboro con Genialogías (1,2), una asociación de mujeres poetas para resarcir la falta o ausencia de muchas que fueron silenciadas en un momento donde la mujer desempeñaba un mejor papel desde el hogar, un escalafón secundario que la invisibilizaba hacia otros campos de creación, educación o investigación. No hay que ser mujer para percatarse de que esta circunstancia es absolutamente incoherente en un estado de libertad y democracia. Tampoco hay que muy hábil para darse cuenta de que hoy esto sigue ocurriendo en un oasis donde nos venden que todo está en su lugar correcto. ¿Lo está? Yo al menos, no lo creo. Nunca me ha gustado demasiado la idea de los corporativismos, grupos o asociaciones pero es importante que existan algunos porque sigue haciendo falta denunciar que el guionista es un farsante y que a los productores lo único que les interesa en vender un peliculón que les genere fama y dinero a ellos en primer lugar. De acuerdo en que hay que dar pequeños pasos también por nuestra parte, reconocer que en la igualdad hay que deshacer estereotipos que ya no tienen sentido si de lo que se trata es equilibrar las mismas posibilidades. Pero es que hay mucho pirata aún vendiendo entradas de reventa. Pero la película, créanme, no merece ni una mención a los mejores actores.

 

¿Qué haces como promotora cultural?

Desde esta asociación de la que hablo procuramos mantener la actividad de otras autoras, apoyando y difundiendo su obra y facilitando el acceso a lecturas y talleres abiertos al público lector. Julia Uceda, Juana Castro o María Victoria Atencia han cedido títulos de libros que en su día supusieron un pequeño gran paso en poesía escrita por mujeres pero que no llegaron a alcanzar el éxito de otros compañeros por las circunstancias que menciono anteriormente. Por mi parte, he organizado lecturas, ciclos, conferencias con poetas de diversas tendencias en un afán de pluralizar más voces al margen de las que ya están consolidadas por la crítica y el marketing de otras editoriales. Hace unos días publicamos un estudio de Nieves Álvarez muy revelador sobre los premios literarios: Descubrir lo que se sabe. En él, se concluye que el 87% de los premios más importantes son para los hombres. Igualmente, y saltándose la ley paritaria, la composición de los jurados es de una desigualdad apabullante. Estos reconocimientos son de carácter público, están subvencionados con dinero de las arcas del Estado, de todos los españoles. Y aquí empieza también el negocio para esas editoriales que están formando parte del jurado y publican esos libros premiados. Giras, presentaciones, lecturas, seminarios, talleres…Y un honorabilísimo primeros puestos en las listas de los mejores medios (o al menos, los más leídos) y, por consiguiente, una focalización en el canon poético de estos tiempos (referencias en antologías, universidades, libros de texto, etc…). El asunto no es baladí y como tal, debe denunciarse. No hacerlo, sería dar un paso atrás en todo lo que hasta ahora se ha ido consiguiendo. No es una cuestión de aliados, si no de sentido común. Por eso aquí, entramos todos (menos aquellos que les va bien o quieren estar al lado de estos circuitos moribundos de la fama que ignoran esta realidad)

 

¿En qué proyectos literarios estás trabajando ahora?

Siempre ando dando vueltas a más de un proyecto, lo cual me lleva a abandonar en ocasiones mi propia obra. Propuestas que pretendo den un paso más a lo que ya está condicionado y sobrevalorado en la forma de dar a conocer otras voces. Admiro muchísimo a poetas que se atreven a experimentar con otros elementos y adaptarlos a sus libros. Desde siempre, una de mis pasiones ha sido el cine y el teatro. Esta inclinación quería volcarla también en la poesía, así que empecé haciendo trailer en mi cuarto libro, Vísteme de largo (3), y seguí con La hija del capitán Nemo (4). De ahí surgió otro trailer y un trabajo en forma de corto La memoria salina (5) junto con la representación del libro que fue una narración guionizada para una pequeña función teatral. Tuve la suerte de contar con amigos artistas en todos los campos artísticos. Fue muy enriquecedor y al mismo tiempo supuso un desgaste tremendo hacerlo sin medios económicos, pero el resultado fue una de las experiencias de las que más satisfecha me siento.

 

¿Qué consejos tienes para otros poetas que comienzan?

Nuca he sido de dar consejos, sino más bien de poner la oreja y pedirlos a otros a los que admiraba superando mi más grande defecto que es la timidez. A mis años, me veo ahora dándolos, qué cosas (ambas cosas, la edad y el compromiso de responder). Porque en el requerimiento de sugerir también van nuestras decepciones, y no, eso no es bueno. Yo les digo a los más jóvenes que lean, pero que no lo hagan de manera mecánica y guiados siempre por las listas de los más vendidos, sino que empiecen por los clásicos, los más relevantes de cada etapa histórica. Que sean selectivos, que arriesguen con cabeza. Que se la jueguen con el corazón, que se pongan a prueba, que no teman y que no esperen la aprobación mayorista. Que estén solos por voluntad propia en el silencio. Que se hagan los sordos, los ciegos y funambulistas. Que compartan versos pero no la misma tarta donde los demás se relamen por comerla. Que se vayan cuando el empacho no les sepa a nada. Y si están lejos y siguen escribiendo, que intenten publicar. Y si no, que sigan escribiendo. Un poeta escribe, lo demás, es un pastel tan grande que nadie acierta a saber si merece la pena tanta indigestión.

 

¿Hay algo más que quisieras compartir?

Dos proyectos que hoy son realidad y donde vuelco esa parte mía tanto como escritora como gestora de otros trabajos. Ya tengo algunas citas cerradas para la presentación en otras ciudades de Caligrafía de la necesidad y algunas acciones conjuntas en la divulgación del estudio Descubrir lo que se sabe. También una novela y un guión y la continuidad de una colección de poesía, Punto C. dentro de la editorial Amargord (6) ¡Hay tanto que me gustaría hacer! Y en ese duelo constante por mantenerme alerta me alejo y vuelvo a regresar hasta que se me agoten las fuerzas. Aunque la verdad, ya me empiezo a preocupar quiénes estarán aguantándome las tonterías antes de que llegue ese último momento. Ya hay también quien me sufre ahora, pero esta manera mía de entender la vida, hace que no me pueda estar quieta demasiado tiempo. Mi abuela decía que era una respondona. Y todas las abuelas tienen razón.

 

Referencias:

 

Foto crédito: Félix Menkar