Entrevista al poeta Balam Rodrigo

Conversamos con el poeta Balam Rodrigo sobre su obra ganadora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes Libro centroamericano de los muertos, éste se desprende de una trilogía que trata los temas de los migrantes centroamericanos que cruzan México para llegar al Norte. También nos habló sobre Marabunta, y de sus inicios en la escritura.

 


«Somos húngaros del corazón, andasolos, migrantes desde nuestro nacimiento (“húngaros” hace referencia a los gitanos, así se les denomina en mi pueblo). ¿Cómo no identificarnos con los migrantes? Además, somos la misma gente, centroamericanos como cualquier otro, a lo que habría que sumar que casi todos los mexicanos tenemos algún familiar, cercano o lejano, en Estados Unidos, debido a que migró. No pude más que reconocerme como migrante, con el tiempo, por lo que tarde o temprano debía escribir sobre el tema».

Balam Rodrigo


 

 

Hay profesiones y oficios en ti, desde biólogo hasta futbolista pasando por trabajos variados, y sin embargo, al final también hallaste la poesía, ¿en qué momento decidiste escribir poesía, ser poeta?

Hacia mediados de la década de los años noventa del siglo pasado me inicié en la lectura de poesía. Estudiaba biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM, y debido a la precariedad en la que vivía, generalmente hacía una sola comida al día en alguna de las fondas cercanas a Ciudad Universitaria. Así, para paliar el hambre y matar el tiempo entre una materia y otra, pasaba horas en la Biblioteca Central de CU, leyendo libros de literatura, todos aquellos que siempre había querido leer, principalmente novelas, cuentos y ensayos. Por aquellos días llegó a mis manos un libro de correspondencia epistolar entre Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, un volumen pequeño pero lleno de maravillas literarias, entre otras, la traducción de Borges del poema The rock de T.S. Eliot. Ese poema me hipnotizó, me cautivó la inteligencia verbal y la profundidad de ese puñado de palabras.

De inmediato busqué los libros de T.S. Eliot en la biblioteca y hallé nada más y nada menos que Tierra baldía: después de leer ese libro nada fue lo mismo. Salí noqueado de la lectura; recibí ganchos de izquierda y derecha en cerebro y corazón, aunque aguanté al menos dos rounds, pues leí dos veces de un solo tirón el libro. Salí hecho una brasa, dispuesto a subir al ring de otras lecturas como aquella. Recuerdo que los encargados de la biblioteca me avisaron que cerrarían pronto, la noche había caído en CU y solicité el libro en calidad de préstamo. La parte que más me marcó del libro fue Muerte por agua. A partir de ese momento me volqué en la lectura de libros de poesía de distintos y diversos autores, compraba todos los libros que podía, tanto en las librerías de la UNAM y principalmente en librerías de viejo. Fue en 1998 cuando encontré, a la salida del metro Copilco, en una de las aceras, el libro La reclusión solitaria de Tahar Ben Jelloun que compré por cinco pesos. Ese fue el verdadero detonante, pues mientras leía el libro una y otra vez, escribía notas en una de las libretas de campo que usábamos en la carrera de biología. Las notas eran, en cierto modo, líneas poéticas o al menos era lo que yo intentaba. Vale decir que para entonces ya escribía, había iniciado y casi terminado una novela –fallida- y un puñado de relatos, así como textos de divulgación científica sobre fósiles y plantas. Debo decir que en ese año, 1998, decidí escribir poesía por primera vez, pero a decir verdad me interesaba más escribir narrativa, y si en algún momento tuve conciencia del oficio de escritor, de ejercerlo, no me vi nunca como poeta, sino como un escritor que pudiera manejarse en diversos géneros literarios.

Tuvieron que pasar varios años más para que me decidiera a escribir poesía con plena conciencia del oficio, pero nunca he dejado de escribir en otros géneros, aunque todavía no me he animado a publicar mi narrativa, particularmente los ensayos y relatos que he escrito.

 

La vegetación y su exuberancia, el ambiente, ese escenario llamado Chiapas y Centroamérica, ¿cómo influyeron en ti y tu poesía, qué recoges de esa parte sur de México?

Villa de Comaltitlán, el pueblo donde nací y crecí, se encuentra en el Soconusco, en la franja de la línea costera del océano Pacífico en Chiapas, por lo que es un pueblo costeño, lleno de ríos y de muchísima vegetación, selva mediana, bosques de niebla, manglares –lo que ha podido conservarse de la destrucción, vaya-. En esa región del mundo nació, de hecho, el chocolate, esa bendita tierra está llena de cacaotales y cafetales –el mejor café de México está, sin afán de presunción sino asistiendo a la verdad, en el Soconusco-. Crecer en un lugar en el que podías pescar durante el recreo en la escuela primaria o comer mangos, paternas, caimitos, guayabas, cacos, pomarrosas, nances y otros tantos frutos en el camino de regreso de la escuela a la casa, no tiene comparación.

Por las tardes mis hermanos y yo nos íbamos a nadar y bañar al río, a cualquiera de los dos o tres ríos grandes del pueblo –Despoblado, Vadoancho y Chalaca, los principales-, a pescar, a jugar. Crecí, literalmente, bajo la sombra de grandes ceibas y enormes guanacastles, amparado bajo las ramas de robles y primaveras, guarecido de la corriente limpia de los ríos en los contrafuertes de inmensos y ramosos amates. Ni qué decir de todos los animales que conocí –y comí-, tantos, que gran parte de los apodos de las personas de mi pueblo están inspirados en los animales del Soconusco, hasta pareciera que asiste uno a un gran zoológico. A esta biodiversidad hay que sumarle la lingüística, ya que el dialecto del español de Chiapas, y por ende de mi pueblo, pertenece al dialecto centroamericano, por lo que nuestro español, además de su tono costeño y alegre, incluye el voseo y un sinnúmero de palabras consideradas regionalismos y arcaísmos en otras latitudes de México, pero que en Villa de Comaltitlán son el pan verbal de todos los días.

Era inevitable, por tanto, que mi escritura se enriqueciera y abrevara del sociolecto comaltitleco y soconusquense en mi narrativa y principalmente en mi poesía, claro, buscando que nuestro español no se quedara en una suerte de ejercicio regional, sino dotarlo de universalidad, al menos intentarlo. Por otra parte, cuando tuve que migrar a la Ciudad de México para iniciar mis estudios universitarios, me di cuenta y tuve conciencia, poco a poco, de mi identidad chiapaneca y centroamericana, de la natural identidad que compartimos con los otros centroamericanos, del dialecto común desde el que pensamos, vivimos y escribimos. Y no pude sino escribir mis primeros versos y líneas desde ese territorio magnífico y verbal; es decir, hablar con lengua soconusquense, con voz comaltitleca, poética y literariamente centroamericana.

Y en ese lugar bellísimo también, en tu niñez, descubriste la necesidad desde dentro, la individual y la de los otros, la gente centroamericana que acogieron en tu casa, en tu pueblo, y que en tu obra Libro centroamericano de los muertos ganadora del Premio de Poesía Aguascalientes documentas incluso con fotografías, ¿cómo recuerdas esos días y qué descubriste en los que migran?

Esas lecciones de honda humanidad se las debo a mi madre y a mi padre, ya que nunca discriminaron a nadie, a ninguna persona y por ningún motivo. De ahí que mis padres, siempre que podían hacerlo, ayudaban a todos los migrantes que pasaban por nuestro pueblo, porque la casa en la que vivíamos en Villa de Comaltitlán estaba justo frente a las vías del tren, el andén terminaba casi a la altura de nuestra casa, que se ubicaba a veinte o treinta metros de las líneas del ferrocarril.

Mis hermanos y yo nos acostumbramos a que decenas de centroamericanos y centroamericanas vivieran y convivieran con nosotros y formaron parte de mi familia, por lo que nos marcaron con sus historias, nos dejaron su impronta migrante. Quizá por ello mi familia y yo hemos sido migrantes siempre, no podemos quedarnos en un solo lugar y a cada tanto migramos, nos movemos a otros sitios, a otros municipios, a otras casas. Pero lo que más recuerdo de la década de los años ochenta es la hermandad que tuvimos con nuestros hermanos y hermanas de Centroamérica, a quienes debo muchas de las historias que intenté hacer poesía no sólo en Libro centroamericano de los muertos sino también en Marabunta, primer libro de mi trilogía centroamericana.

Descubrí en ellos la esperanza y la fuerza para seguir adelante aún sin tener nada, a pesar de haberlo perdido todo. Quizá mi padre y mi madre también se identificaban con los migrantes porque ellos también fueron trashumantes, y esa trashumancia nos la heredaron a nosotros. Con decirte que nunca hemos tenido casa propia, incluso hasta el día de hoy ni mi madre ni mis hermanos ni yo tenemos casa de nuestra propiedad. Tal como los migrantes, tal como todo trashumante, nuestra casa es la familia, nuestra casa es nuestra lengua, nuestra casa es nuestra gente. La llevamos a cuestas con nosotros a donde quiera que vayamos.

Somos húngaros del corazón, andasolos, migrantes desde nuestro nacimiento (“húngaros” hace referencia a los gitanos, así se les denomina en mi pueblo). ¿Cómo no identificarnos con los migrantes? Además, somos la misma gente, centroamericanos como cualquier otro, a lo que habría que sumar que casi todos los mexicanos tenemos algún familiar, cercano o lejano, en Estados Unidos, debido a que migró. No pude más que reconocerme como migrante, con el tiempo, por lo que tarde o temprano debía escribir sobre el tema.

 

No hay poesía más real y certera que la que se desprende de la sensibilidad humana, palpar el dolor, ¿en qué momento decidiste escribir ese testimonio poético, la “danza de los trashumantes” como llamaste a los que viajan hacia el norte en Marabunta, el primero de los libros de esta trilogía?

Inicié a escribir Marabunta en un bus mientras viajaba con Víctor Manuel Pérez, mi padre, desde Quetzaltenango hasta Malacatán, en Guatemala. A esos buses se les conoce peyorativamente en Guatemala como “los parrilleros de la muerte” debido a la salvaje forma en la que los choferes conducen por las carreteras chapinas. Era el año 2003, y en ese entonces estudiaba la maestría en Ciencias Biológicas en la UNAM y había llegado a Chiapas para pasar vacaciones de fin de año con mi familia en Tapachula. Y como otras veces, acompañé a mi padre a vender en Guatemala, para lo cual debíamos levantarnos muy temprano y tomar una combi de Tapachula a Frontera Talismán. Luego de cruzar la frontera y el río Suchiate, tomábamos un taxi hacia Malacatán y de ahí en bus hacia San Marcos, donde iniciábamos a vender en las calles. Mi padre me pedía entonces que me quedara cuidando las mercancías en alguna esquina o en el parque de San Marcos y era él quien salía a vender, en ciertos comercios. Claro que nuestra mercancía estaba prohibida debido a que no pagábamos impuesto alguno para introducirla a Guatemala. Se trataba de pequeñas cajas de metal, así como anaqueles y “pastilleros” hechos de lámina, que son utilizados en diversos comercios. No los había en Guatemala, o eran escasos, por lo que comerciarlos en esas tierras era mejor que hacerlo en Chiapas, donde además de la competencia, y la infame devaluación del peso y el poder adquisitivo en México, al vender en quetzales no sólo recuperábamos la inversión de la mercancía con el cambio de moneda, incluso comprábamos comida, ropa y otro productos más baratos del lado guatemalteco con las ganancias. Era un negocio mejor, aunque con peligros y muchos trabajos, a lo que había que sumar nuestra condición de extranjeros, de indocumentados, de vendedores de fayuca.

Marabunta inició a gestarse ahí, entre San Marcos y Malacatán, en un viaje hacia Xibalbá, hacia la frontera. Tomaba notas y escribía fragmentos de lo vivía y veía, así como de las experiencias de mi padre, de sus relatos de comerciante, de los peligros de muerte que pasamos. Abandoné las notas, los poemas vertebrales de Marabunta por varios años, y unos meses antes de la muerte de mi padre él me comentó que esos poemas míos, los que hablaban de la frontera, de su trabajo en Guatemala, le habían gustado, sobre todo porque entendía lo que en ellos se decía, a diferencia de mis otros libros. Sucede que durante la presentación de mi libro Silencia en el Centro Cultural Independiente “A Puerta Abierta” en Tapachula, en 2008, a la que asistieron mi padre y mi madre, decidí leerles precisamente uno de los poemas de Marabunta. Mi papá se conmovió mucho con la lectura de los poemas y por ello después de su muerte, ocurrida en febrero de 2009, decidí dejar de lado otros proyectos literarios y retomar la escritura de ese libro –que terminé de corregir entre 2009 y 2010- y rendirle homenaje a mi padre, a los migrantes y a todas las personas que cruzan a diario el río Suchiate, desde México hacia Guatemala y viceversa, para ganarse el pan con lo que venden en las calles, con su duro trabajo fronterizo, con el sudor del corazón.

 

Y en particular, hablando de Libro centroamericano de los muertos (segundo libro de tu trilogía), ¿cómo te preparaste para escribirlo, con qué dificultades te encontraste?

Después de concluir o cerrar Marabunta tuve la idea clara de escribir al menos otro libro que reflejara, de diferente modo, la frontera Chiapas-Guatemala y que honrara a mi padre y a los y las migrantes de Centroamérica que a diario mueren intentando llegar a Estados Unidos. Es decir, mi intención fue resolver, por un lado, lo que poética y verbalmente no pude plasmar en Marabunta, que es en realidad uno de los primeros libros que escribí; por otro lado creí necesario no sólo escribir otro libro con el tema de la migración, sino hacerlo centroamericanamente y bajo la estética del testimonio, lo que significa que el lenguaje de Libro centroamericano de los muertos abreva del español centroamericano de Chiapas y el de toda Centroamérica.

En cuanto a su construcción, originalmente me había planteado escribir, posiblemente de manera lineal, una serie de poemas-epitafio donde hablaran los y las muertas migrantes que murieron en territorio mexicano mientras migraban –siguiendo la ruta de La Bestia y montados en ese tren-, a la manera de la Antología palatina, Spoon River Anthology o Chetumal Bay Anthology. Ello significaría entre 50 o 70 textos y el mismo número de historias-poema donde los y las muertas hablaran. Sin embargo muy pronto me di cuenta de las limitaciones que tendría escribir mi libro de este modo, y en el proceso de escritura inicial vinieron a mi memoria los recuerdos de todos los migrantes que vivieron con mi familia en Villa de Comaltitlán, por lo que decidí cambiar la forma y el fondo del libro y no me limité a escribir los poemas bajo el yugo clásico o tradicional del género, sino que lo hice de manera libre, entremezclando oralidad y narratología, poesía y crónica, documentos históricos y fotografías familiares, mitos prehispánicos y libros clásicos y tradicionales. Al terminar de escribir Libro centroamericano de los muertos supe que estaba más emparentado y tenía mayores deudas con Espejo humeante de Juan Bañuelos, Estado de sitio de Óscar Oliva y Las historias prohibidas del pulgarcito de Roque Dalton que con los libros de Edgar Lee Masters y Luis Miguel Aguilar, pero todos esos libros, además de muchos otros como la ya señalada Antología palatina me ayudaron a darle forma definitiva al libro.

Al terminar los poemas, me di cuenta de que hacía falta una llave de entrada, pero no tenía claro qué podría faltar. Libro centroamericano de los muertos fue el primer libro que escribí en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, en el Barrio María Auxiliadora, donde viví con mi familia cuatro años, durante mi adolescencia. Por alguna razón recordé el libro de fray Bartolomé de Las Casas, patrón ético de Chiapas y de San Cristóbal, y luego de releer la Brevísima relación de la destrucción de las Indias… me di cuenta que la ignominia, la infamia y la aniquilación de los indígenas narrada por el fray Las Casas era estremecedoramente igual o peor que la destrucción deliberada y sistemática de los y las migrantes de Centroamérica en México, por lo que eché mano de ese libro para ponerlo en diálogo intertextual con el mío, por vía de fragmentos intervenidos e insertados en el poemario a manera de epígrafes.

La primera versión de mi libro era más extensa, pero luego de trabajarlo más decidí quitar algunos poemas que eran redundantes o que no aportaban al conjunto. Si bien me llevé dos años escribiendo las notas y líneas que formarían parte de Libro centroamericano de los muertos, escribí el libro en nueve días, el mismo número de niveles que tiene el inframundo, el Xibalbá, pero creo que valió la pena, pues ahora puedo leerlo en voz alta hacia los cuatro rumbos celestes y completar así los trece niveles en los que se divide el mítico cosmos mesoamericano. Escribir este libro fue una tarea ardua, dura, dolorosa, y lo escribí a punta de machete, con la intención de decapitar mi lengua centroamericana y ofrecerla, sangrante y testimonial, al lector.

 

El tercer libro viene en camino, se publicará pronto, ¿qué podrán encontrar los lectores en él?

La tercera parte de la trilogía la he terminado ya. Es un libro de corte ensayístico en el que reflexiono sobre la poesía del sur de México y sus relaciones ancestrales, actuales e identitarias con Centroamérica. No sé si se publique pronto, pues quiero darle “salida” y difundir los dos primeros libros de la tercia, aunque no creo que pase mucho tiempo para que los lectores tengan en sus manos la tercera baraja centroamericana de una partida ética y estética en la que aposté todo, sin guardarme nada. Vale decir que Marabunta será publicado este año en la editorial Praxis, de México, y fue publicado por la editorial Yaugurú, de Uruguay, y por la editorial Los Perros Románticos, de Chile, así que en próximos días viajaré, Dios mediante, a Sudamérica, para presentar estos libros en aquellas latitudes del sur profundo de nuestro continente.

 

Con esta trilogía, ¿concluyes, quizá por un tiempo, los cantos y las historias del sur del país para mirar en otras direcciones?

Terminé la trilogía en 2015, y únicamente he adicionado algunas líneas más al tercer libro del conjunto, al libro de ensayo que está inédito. Sucede que he escrito al menos tres libros de poesía más, de muy distintos temas, luego de cerrar la tríada centroamericana. A éstos que habría que sumar otro libro de ensayo que estoy escribiendo. Si bien en todo lo que va del 2018 me ha tocado viajar, leer y presentar tanto Marabunta como Libro centroamericano de los muertos en distintos países y lugares, en términos escriturales ya me encuentro en otras latitudes poéticas, aunque debo aclarar que nunca dejaré de escribir desde mi lengua soconusquense, chiapaneca, y por tanto, centroamericana. Así que aunque en estos días es intenso y doloroso lo que me toca compartir con mis libros que versan sobre los migrantes, en términos estéticos escribo ya desde otras ínsulas, desde otros laberintos, desde otras aristas de lo humano.

 

Finalmente, ¿qué viene para Balam Rodrigo, en qué nuevas reflexiones poéticas y elementos estás trabajando?

Los otros libros de poesía en los que estoy trabajando corresponden a temáticas sumamente diferentes que van desde la narratividad cronística, poemas que lindan con el romance tradicional e incluso otro en el que ahondo en la ciencia. Hace pocos días alguien me preguntó sobre “mi último libro”, pero le respondí que apenas estaba comenzando a escribir, que apenas había escuchado el pitazo inicial del partido y todavía estoy jugando los minutos iniciales en la cancha de la infinita página de la escritura, y sé que aún no he anotado ningún gol, pero no se trata de realizar funambulismos ni pirotecnias o un sinnúmero de goles, sino de poner en circulación el balón de la palabra con los demás, de hacer juego colectivo con los otros, de tocar la esférica de la escritura retando al lector a participar de la comunión con lo que uno escribe, de jugar el hermoso juego del lenguaje humano, ese que convoca a participar a todos. Lo demás es el ornamento del freestyle que hace florituras en un estadio vacío, es Onán frente al espejo, roto, de lo mediocridad y lo inhumano eyaculando polvo sobre el cuerpo inerte de una musa estéril. Y por supuesto, esto no es lo que más me interesa.

Por ello siempre he elegido jugar una cascarita en la calle con los demás, con quienes la habitan, que mirar desde el balcón los efímeros fuegos artificiales de los líridas y bardos de academia o escuchar el balazo disparado con silenciador y al aire, de las inocuas salvas experimentales, vacías, de los vates hipermodernos.

 

Quetzaltenango, Guatemala, Centroamérica, 11 de agosto de 2018.

 

 

Semblanza del autor:

Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Soconusco, Chiapas, México, 1974). Exfutbolista, biólogo y diplomado  en teología  pastoral.  Autor de veintisiete  libros  de poesía  (veintitrés  títulos  y cuatro libros  reeditados):  Hábito  lunar  (Praxis,  México,  2005),  Poemas  de mar amaranto  (Coneculta- Chiapas,  México, 2006), Libelo de varia necrología (Secretaría  de Cultura,  GDF, México,  2006; FETA, México, 2008), Silencia (Coneculta-Chiapas, México, 2007), Larva agonía (Instituto Mexiquense  de  Cultura,  México,  2008),  Icarías  (Ayuntamiento  de  Campeche,  México,  2008; Literal, México, 2010), Bitácora del árbol nómada (Jus, México, 2011), Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio (Ediciones La Rana, México, 2012), Logomaquia (Espejitos de Papel Editores, Puerto Rico, 2012), Braille para sordos (Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, México, 2013), Libro de sal (Editorial Posdata, México, 2013), El órgano inextirpable del sueño (antología 2005-2015) (Metáfora Editores, Guatemala, 2015), El corazón es una jaula de relámpagos (antología 2005-2015) (El Gallo de Oro, País Vasco, España, 2015), Desmemoria  del  rey  sonámbulo  (Ediciones  Montecarmelo/Secretaría   de  Cultura  de  Guerrero, México, 2015), Iceberg negro (Ediciones Atrasalante/Coneculta-Chiapas, México, 2015), Bardo. Pequeña antología (Editorial Carajo, Chile, 2016), Silbar de mirlos para la hermusa (Gobierno del Estado de San Luis Potosí/Secretaría  de Cultura, México, 2016), Morir es una mentira grande que inventamos  los hombres  para  no vernos  a diario  (Ediciones  O,  México,  2016;  UADY,  2017), Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles) (Los Bastardos de la Uva, México, 2016), Colibrije (Fondo Editorial Estado de México, México, 2017), Marabunta (Libros Invisibles/CECAN-Nayarit, 2017; Praxis, México, 2018; Yaugurú, Uruguay, 2018; Los Perros Románticos, Chile, 2018, en prensa), Ceibario (IMAC/Tijuana, 2018) y Libro centroamericano de los  muertos  (Fondo  de  Cultura  Económica,  México,  2018).  Algunos  de  sus  poemas  han  sido traducidos  al francés,  inglés,  polaco,  portugués  y zapoteco,  y aparecen  en antologías,  revistas  y diarios de México,  así como en publicaciones  de Alemania,  Argentina,  Brasil, Chile, Colombia, Cuba, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, Honduras, Perú, Polonia, Portugal, Puerto Rico y República Dominicana. Su poesía está incluida en: Antología de poesía contemporánea México- Colombia (Colombia,  2011), Nove poetas mexicanos dos anos setenta (Brasil, 2011), Vientos del siglo.  Poetas  mexicanos  1950-1982  (México,  2012),  Lumbre  en  el  almaje.  Muestra  de  poesía mexicana  (1970-1985)  (Guatemala,   2012),  Antologia  de  poemas  mexicanos  (Portugal,  2013), Poetas mexicanos del nuevo milenio (Colombia, 2013), Antología general de la poesía mexicana (Océano, 2014), Espejo de doble filo. Antología binacional de poesía sobre la violencia Colombia- México  (Ediciones  Atrasalante,  2014),  Un poema en que no mueras nunca. 64 poetas latinoamericanos nacidos entre 1970 y 1990 (Colombia, 2014), Del caos a la intensidad. Vigencia del  poema  en  prosa  en  Sudamérica  (Perú/Argentina,   2017),  Ganarse  la  vida  para  siempre. Antología poética XXV Maratón de Poesía del Teatro de la Luna (República Dominicana, 2017) y Oír ese río. Antología poética de los cinco continentes  (Argentina,  2017).  Su obra  ha merecido diversos reconocimientos,  entre otros: Certamen  Internacional  de Literatura  Sor Juana Inés de la Cruz 2012, Premio Internacional  de Poesía Jaime Sabines 2014, Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco 2016, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017, Premio Nacional de Poesía Tijuana 2017 y Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018. Sus libros Libelo de varia necrología, Bitácora del árbol nómada y Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles) fueron elegidos  por el diario Reforma  entre los mejores  libros de poesía  publicados  en México en 2009, 2011 y 2016 respectivamente,  mientras que Braille para sordos fue seleccionado por el diario El Norte como uno de los mejores libros de poesía de 2013. Finalista del I Premio Internacional de Poesía Medardo Ángel Silva 2014 (Ecuador), del V Certamen de Poesía Hispanoamericana  Festival  de La Lira 2017 (Ecuador)  y del III Premio  Internacional  de Poesía Gabriel Celaya 2017 (España). Miembro del Sistema Nacional Creadores de Arte.

 

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