Entrevista a Arturo Diez Gutiérrez por Xánath Caraza

Arturo Diez Gutiérrez (Xalapa, Veracruz, 27 de febrero de 1992) es narrador y poeta. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM y Maestro en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato. Ganó el primer lugar en la categoría de cuento del concurso 51 de la revista Punto de Partida (2020), en 2021 fue seleccionado en la misma categoría por el Fondo para las Letras Guanajuatenses y fue finalista en la tercera edición del Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros en 2023. Ha publicado un poemario, La Sombra de la Mariposa (Buenos Aires Poetry, 2022) y un libro de cuentos Lucine en espirales (Palabra Herida, 2023). Actualmente combina la docencia con la escritura.

Una pregunta bastante existencialista que me gustaría definir brevemente de forma práctica: soy alguien que busca ampliar su experiencia. La manera en que suelo hacerlo es caminando, leyendo, escribiendo, conversando con cualquier persona siempre dispuesto a conocer algo nuevo y dando clases. Me gusta escuchar sin juzgar y a través de la empatía, tratar de sentir y pensar las cosas como la otra persona lo hace. Para mí ampliar la experiencia es entender que mi perspectiva de las cosas no es la única, tratar de entender la perspectiva del otro. Me definiría ante el público, entonces, en esa misma forma práctica breve: soy alguien que busca ampliar su experiencia.

Sé que para muchos escritores y escritoras el gusto por la literatura comenzó a una edad temprana, pero en mi caso, aunque hubo encuentros, diría que ese gusto empezó tardíamente.

En casa de mi madre siempre ha habido demasiados libros. Cuando era niño en el estudio o en su cuarto siempre los veía portentosos en los anaqueles con sus lomos gruesos. Pero en aquella época, también ella estaba dedicada de lleno a su trabajo. Por lo que los libros que estaban a la mano solían ser académicos o enciclopedias. En ese entonces percibía los libros como algo respetable y digno sólo para los estudiosos y eruditos. Y yo no era ese tipo de estudiante en mis primeros años.

Otra parte de los libros en los anaqueles fueron los que mi padre dejó en casa, libros de negocios, tratados de psicología y best sellers de superación personal. Sobra decir que tampoco eran libros que llamaran mi atención.

Recuerdo que en la primaria, la directora de mi escuela nos llevaba un catálogo de libros infantiles que podíamos llevar a casa para, con nuestros padres, elegir cuáles queríamos pedir. No recuerdo cómo fue exactamente lo demás, pero seguro fue por mi hermana o mi madre que llegó a mis manos, seleccionado y comprado a través de ese catálogo, el libro Hally Tosis de Dav Pilkey. Disfruté las aventuras de ese perro, pero el encanto por la lectura no llegó a mí todavía. 

Fue en la secundaria que disfruté la lectura de El fantasma de Canterville, asignada por la profesora de español. Desafortunadamente, después me percaté de que no revisaba los controles de lectura y perdí el miedo a no leer lo que nos asignaba. Ese miedo a ser regañado o castigado volvió con mi segunda profesora de español, con quien a pesar de sí leer, en ocasiones no me iba muy bien con los controles de lectura. Pero fue ella quien nos asignó un cuento que para mí fue el primer descubrimiento literario con el que sentí una conexión profunda, sentí que cosas que había vivido y no había podido verbalizar, o que pensaba sólo me ocurrían a mí; estaban retratadas en voz de alguien más. Fue la lectura de, válgase la ironía, El principio del placer de José Emilio Pacheco. Después no sé qué hice con el libro. Lo perdí.

Posteriormente, hacía las lecturas cortas que me dejaban en la preparatoria, disfruté mucho El diablo en México de Juan Díaz Covarrubias y “El corazón delator” de Edgar Allan Poe. También me complacían las disquisiciones literarias que hacía la profesora sobre La EneidaLa Ilíada La Odisea, pero le tenía miedo a esos libros largos y prefería los resúmenes de Internet para no ser expulsado del salón.

Durante todo ese tiempo siempre escribía en libretas que después desechaba. Leía poco, pero me gustaba escribir. Lo veía como un pasatiempo, algo para calmar los nervios, no algo que pudiera hacer de forma seria. Sin embargo, a los 18, dejé la carrera de economía en la UNAM y presenté el examen para la carrera de Ciencias de la Comunicación porque me decía que quería ser escritor y, si fracasaba, tendría otras opciones laborales.

Al dejar la carrera de economía tras finalizar el primer semestre, debía esperar medio año para comenzar a estudiar otra vez. Entonces me dije que, si quería ser escritor, tenía que leer más, muchísimo, bastante. Y por aquellos años llegó a mí de manos de mi padre Cien años de soledad –tiempo después descubrí que mi madre tenía esa misma edición en casa–. Di el salto, lo leí con complicaciones, había muchas palabras que no entendía, pero mi madre me decía que eso era normal al principio, que después nuestro vocabulario crece y ya no es tan necesario hacer uso del diccionario a cada instante. Me costó leerlo, y aun así fue el primer libro que leí por convicción propia que realmente disfrutara. 

Por aquella época también nos habíamos mudado de casa. Así que los libros de mi mamá estaban desperdigados por todas partes: en el estudio, en su cuarto y, sobre todo, en un cuarto de huéspedes acechado por la humedad. Así que ese tiempo me dediqué a acomodar los libros de mi madre y seleccionar todos los que encontrara de literatura. Fue una época de lectura prolífica. Leía en promedio uno o hasta tres libros a la semana, dependía de su longitud y profundidad. Entre los autores que más recuerdo haber leído en esa época son: Gabriel García Márquez, Ernest Hemingway, Mary Shelley, Dorian Gray, Edgar Allan Poe, Milán Kundera, Elena Poniatowska, Ángeles Mastretta, Mario Benedetti, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Fuentes, entre otros.

Una vez en la primaria nos dejaron escribir un cuento que después podría ser seleccionado para ser publicado en un libro. Lo escribí y fue de los seleccionados. Sin embargo, apareció mutilado. Cuando apenas comenzaba el desarrollo, los editores decidieron poner el punto final para dar espacio a más historias. Por esa razón no adquirí el ejemplar. Tiempo después, en 2012, corrí la misma suerte con otro cuento. Apareció la primera parte en una publicación local, pero no publicaron la segunda. De todos modos, es un cuento que ahora no buscaría publicar.

La primera publicación que apareció íntegra fue en 2017, un pequeño poema en una publicación literaria independiente que se llamaba Aesthetoscopio. En aquella época ya no intentaba publicar, pero en una lectura en La casa del poeta López Velarde se sentó detrás mí un chico que, de súbito, se me acercó al oído y me preguntó si escribía, le dije que sí y me pidió que le mandara un poema al correo. Se lo mandé y tiempo después me lo publicó y me dijo que podía recoger ejemplares de la publicación en la Librería Escandalar. Ese chico fue el poeta Bruno Darío (1993-2022). Para mí ese sería el inicio. Gracias, Bruno. También en esa librería conocí a otras personas que escribían y eso me animó no a escribir (porque eso siempre lo he hecho), pero sí a buscar compartir lo que escribo. 

Hubo un periodo en la universidad en el que pasé una fuerte depresión y ansiedad. Una forma de calmarme era leer poesía en voz alta en la habitación. Pero en este momento no pensaría en algún poema de los que solía leer en aquel tiempo, sino en alguno de Idea Vilariño, Raúl Gómez Jattin, Oliverio Girondo o Wislawa Szymborska. Pondré un fragmento de esta última, tomado de “Amor a primera vista”:

Todo principio

no es más que una continuación,

y el libro de los acontecimientos

se encuentra siempre abierto a la mitad.

Tengo un borrador de un nuevo poemario. Está casi terminado, pero sigo trabajándolo. Me parece que tiene una voz diferente al primero que publiqué, lo siento más cercano a lo que quiero escribir actualmente. Asimismo, estoy trabajando en otro proyecto de narrativa, un libro que todavía no sé si será un libro de cuentos que ocurren en un mismo espacio o si será una novela un tanto fragmentaria. Hace poco leí Mis documentos de Alejandro Zambra y creo que tiene una estructura y tono cercano a lo que busco. Otra referencia sería Drown de Junot Díaz. Ya escribí algunas narraciones de este libro y tengo los argumentos de otras historias que formarán parte de él, pero por diferentes circunstancias no me he dado el tiempo de comenzar a escribirlos. A veces siento que tengo que leer muchísimo antes de poderme sentar a escribir. Entonces, ahora estoy sobre todo en eso, en el escaso tiempo libre que tengo, leo. Lo que buscaría en este nuevo libro de narrativa sería, mayoritariamente, narrar la infancia y la adolescencia en un escenario que tendría de fondo la ciudad en la que crecí, Xalapa.

Sí, un poema y un párrafo de mi libro de cuentos:

Cronotopo

Los lugares son momentos

cuando estando en un lugar

nos vamos a otro tiempo

Fragmento de mi cuento “El Pecas”

Es algo que evoca una sensación terrosa. Se siente como una mezcla de madera y gravilla triturada que pasa, no sin un ligero raspar, por mi nariz. Huele a café. Sí, eso es. Varias manos aparecen frente a mí en la oscuridad, varias manos que cortan cerezas de café y las tiran al aire. Su ascenso lento en la oscuridad da una apariencia de altura, pero es poca su elevación, al menos como conjunto. La piel roja se pela sola y aparece el granito color carne. A la molienda del café, a eso huele. ¿A quién se le ocurre moler café a esta hora? El aroma me hace abrir los ojos, un fino hilo de luz entra por la ventana y se tiende sobre mis pupilas. Enceguecido miro hacia el pie de la cama y ahí veo la maleta desgastada con un hoyo que permite ver algunas de mis cosas en su interior…